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Crónica Reciente

Pablo Hermoso o la maravillosa virtud del temple
Domingo, 22 Feb 2009 | México, D.F.
Fuente: Juan Antonio de Labra
       

Tener un “don”, o un gift –que dicen los ingleses–, se cree que es algo divino. O quizá una cuestión de hechicería, según refieren otros con sencillez: “Fulano está tocado con la varita mágica de…” tal o cual cosa. Pues yo no sé si Dios, la madre Naturaleza o una santera le dio a Pablo Hermoso de Mendoza el don del temple, la mayor virtud de su toreo.

Si tuviese que describir en una sola palabra la actuación de Hermoso esta tarde en La México, no dudaría en decir, llanamente, “temple”. Y en estas seis letras se esconde un enigma, que sólo aquel hombre dotado de sensibilidad y talento consigue descifrar.

El temple es acoplamiento. Pero no se trata del acoplamiento al que puede llegar una pareja bailando tango, sino a una forma de sentir e interpretar, matizada a cada instante, que es, en el toreo, lo que le brinda a las suertes la posibilidad de la emoción sublime. El temple es el camino más exquisito para llegar al arte.

La delicadeza con la que Pablo Hermoso montó a sus caballos en esta deslumbrante reaparición, es una prueba fehaciente de que, no sólo en las manos, las rodillas y el buen asiento –como se dice en el argot de los equitadores–, existió una armonía perfecta, aquella que le permitió encontrar la suavidad precisa para cuajar a dos toros de distinta condición, aunque igualmente nobles.

La faena al toro que abrió plaza, que no podía fallar por sus preciosas hechuras, fue un dechado de torería. Y con todos los caballos utilizados durante la lidia, que es como hay que juzgar la actuación de conjunto de cualquier rejoneador, Hermoso consiguió lo más difícil que puede haber en el toreo a la jineta: torear despacio, con cadencia, ya que depende de su sensibilidad para acoplarse a la embestida del toro, y transmitir este sentimiento a un caballo para que aquello se convierta en un deleite que gravita entre la energía emanada de tres seres vivos.

El mayor acierto de Pablo fue haber colocado un rejón de castigo pequeño al primer toro, pues al recibirlo sobre “Estella”, se dio cuenta de que atesoraba calidad pero no estaba sobrado de fuerza. Así que a partir de entonces comenzó una obra de arte que encontró, sobre los lomos de “Chenel”, el tempo exacto a las enclasadas embestidas de “Pame”, que iba embelesado, siguiendo con ejemplar son la grupa del torerísimo castaño.

Y después de este exquisito “segundo movimiento”, cual si de una sonata para piano de Mozart se tratase, Pablo sacó a “Ícaro”, un expresivo caballo de espectacular capa (bayo lobo gateado) con el que también clavó banderillas de forma emocionante.

El colofón vino montando a “Pirata”, con el que puso las cortas y un soberbio par a dos manos, en el que volvió a hacer alarde de temple y torería. Huelga decir que el público se rindió a esta demostración de buen toreo, y aclamó al rejoneador navarro de principio a fin en una labor completísima, salvo con el rejón de muerte.

Consciente de que en el cuarto tenía que cortar las orejas a costa de lo que fuera, Pablo Hermoso volvió a rayar a un magnífico nivel, y sacó varios caballos con experiencia tales como “Silveti” o “Fusilero”, para dar rienda suelta –nunca mejor expresado– a otra sinfonía de buen toreo, basada otra vez en el temple. La piruetas que hizo sobre "Fusilero" fueron reunidas, ligadas en un palmo, y levantaron sonoras ovaciones.

Es verdad que a este toro le faltó transmisión, y no tenía el fondo de calidad del anterior, de ahí la capacidad de Pablo para esperarlo, encelarlo y consentirlo, todo con la misma armonía, aquella que surge de la madurez y el oficio.

Y los adornos de dominio llegaron al final, cuando montó a “Bribón”, un caballo valeroso que mete la cara a escasos centímetros del testuz del toro. Banderillas cortas y desplantes del teléfono, que su creador a pie, Carlos Arruza, más tarde también torero a caballo, hubiera celebrado con regocijo.

Ahora sí acertó Pablo a colocar el rejón de muerte al primer encuentro, y aunque el toro tardó un poco en doblar, la expectación que había generado el navarro se vio recompensada con la entrega absoluta del público, que hizo, a la sazón, la mejor entrada de la Temporada Grande, un poco por encima de las que consiguieron José Tomás y Enrique Ponce, que ya es decir.

Entonces, el yerro vino otra vez del palco, donde el juez Ricardo Balderas pensó en alocarse a sus 88 años de edad, y concedió un rabo precipitadamente, mismo que el público rechazó de manera categórica. No era para tanto.

Pablo, en un gesto de inteligencia, mostró el trofeo para la foto del recuerdo y lo arrojó a manos de la peonería, hecho que se tradujo en una fortísima ovación por parte del público para este ídolo de la afición mexicana.

Los toros para los toreros de a pie no contribuyeron al lucimiento, básicamente por una falta de fuerza que no fue tan evidente en el toreo a caballo. En cambio, al obligarlos por abajo, les costaba rematar las embestidas y desplazarse para permitir el toreo ligado, el que emociona.

Cabe destacar la encomiable actitud de El Payo, que puso todo de su parte para triunfar. La gente se llevó en el recuerdo una faena interesante al tercero, cerca de tablas para evitar las molestias del viento, así como un quitazo por gaoneras al sexto. A este toro le pisó el terreno y trató de sacarle provecho, pero no había forma de obligarlo a embestir.

Jerónimo no se contagió del ritmo que se había desbordado en el toreo a caballo y estuvo tan brusco como desconfiado, toreando “sin arte, ni temple, ni ”, que le gritaron un día en Sevilla a Emilio Muñoz. Dio la impresión de haber sufrido un ataque de pánico escénico, y no aguantó la presión de la gente. Quizá lo mejor hubiera sido dar un escandaloso mitin, pero eso, las broncas, sólo contadas figuras a lo largo de la historia han sabido darlas con categoría y estruendo. Y Jerónimo, tristemente, no es una de ellas.

Ficha

Domingo 22 de febrero de 2009. Vigésima corrida de la Temporada Grande. Más de dos tercios de entrada en tarde agradable, con algunas ráfagas de viento. 6 toros de Los Encinos, bien presentados y armoniosos de hechuras, desiguales en juego. Sobresalió el 1º por su calidad y fue premiado con vuelta al ruedo, y el 4o. con arrastre lento. Pesos: 528, 500, 515, 525, 539 y 520 kilos. Pablo Hermoso de Mendoza: Ovación y dos orejas y rabo con fuertes protestas. Jerónimo (negro y oro): Pitos en su lote. El Payo (verde olivo y oro): Ovación y palmas. Destacó en banderillas Christian Sánchez y en varas, Fermín Salinas. Tras la lidia del 4º se despidió el banderillero Fernando Grajales después de 30 años como profesional. Pablo Hermoso dio la vuelta al ruedo con el ganadero Eduardo Martínez Urquidi.

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