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Crónica Reciente

Spínola y Xajay mantienen su racha triunfadora
Domingo, 15 Feb 2009 | México, D.F.
Fuente: Juan Antonio de Labra / Foto: Sergio Hidalgo
       

La gente venía muy ilusionada a la plaza. Y se topó con una corrida que no embistió. Fue una verdadera pena, pues la ganadería de Montecristo está considerada como una de las mejores del momento.

Cabe recordar los grandes triunfos de este hierro con toros como “Trojano”, al que El Juli inmortalizó el 5 de febrero de 2005, o “Santorini”, el ejemplar al que Pablo Hermoso de Mendoza le tumbó el rabo, la tarde que el famoso “Pajarito”, de Cuatro Caminos, se encaramó en el tendido.

Pero así de complicada es la genética, y el esmero que había puesto el ganadero Germán Mercado Lamm en la crianza de este encierro, echó por tierra las expectativas de todo mundo. Por eso es tan difícil pronosticar… y más aún ser ganadero de lidia.

Bien decía don Antonio Llaguno González, el amo de San Mateo cuando presenciaba el triunfo de un hierro de nuevo cuño: “Después de treinta años hablamos”. El viejo zorro del campo zacatecano quería decir con aquella lapidaria frase que deben pasar, por lo menos, tres décadas para que una ganadería se defina por completo. Treinta largos años de aprender y perfeccionar el oficio de calificar tentaderos de hembras y hacer empadres, contraviniendo ese popular y equivocado versillo que asegura: “Con agua, pasto y dinero, cualquier güey es ganadero”. Quizá de ganado manso, tal vez. ¿Pero de ganado de lidia? ¡Qué va!

La crianza del toro bravo es una ciencia inexacta donde influye, de manera determinante, un simiente bien seleccionado, una gran cuota de sensibilidad y, también, la suerte de que liguen los sementales en el instante preciso, al margen de muchas otras cuestiones complejas de índole ranchera.

Y no es que Germán no tenga treinta años en esto, seguramente estará frisando las tres décadas desde que su padre fundó Montecristo, pero son menos los años de ampliar y tener bien cogidos los hilos genéticos de su hato, uno de los más enriquecidos del encaste Llaguno, sin duda alguna.

El esfuerzo de los tres toreros del cartel –Fernando Ochoa, Fermín Spínola y Miguel Ángel Perera– se había estrellado con un encierro carente de bravura y, por tanto, de fuerza, dos factores que están íntimamente relacionados.

Apenas y les dieron un pellizquito en varas a los toros de Montecristo, cuidando no menguar su escasa fortaleza. Y salvo el manso y enclasado primero, al que Ochoa le hizo una faena interesante, o el borreguno quinto, al que Spínola le arrancó una oreja meritoria, el resto de los toros no daban el juego esperado.

Así que una vez más, los dos sobreros de Xajay estaban dispuestos en segundo y tercer lugar, listos para saltar de la chistera de ese mago de la arquitectura que es Xavier Sordo, al que uno de sus ejemplares, de nombre “Carpintero”, y seguramente que los tendrá muy buenos en su profesión, le dio un nuevo triunfo a la añeja divisa verde y rojo.

Y vaya si era feo el toro: alto, zancudo, sin remate, acodado de pitones, fuera completamente del tipo garfeño que permea en esta casa queretana. Pero embistió, y de eso se trata ¿no?

Embistió alegremente, con movilidad y buen tranco, en una faena vibrante de Fernando Ochoa que se centró después de haberse metido con la gente, que le exigió mucho con el segundo de su lote, un toro hondo de Montecristo con el que nunca lo tuvo claro.

En cambio, con este “Carpintero” de Xajay, el moreliano relajó la planta y consiguió series largas y templadas, aprovechando la calidad del toro que iba y venía sin descanso, con el hocico apretado. Y lo que pudo ser un triunfo convincente de dos orejas, quedó en una aclamada vuelta al ruedo porque no estuvo fino con la espada.

Miguel Ángel Perera no tuvo su tarde. Se le notó sin la fibra de sus dos anteriores comparecencias. Desde luego que el lote suyo careció de entrega, y uno de sus toros, el primero, tuvo un peligro sordo difícil de advertir. Venía andando, sigilosamente, mirando al torero que, valiente a carta cabal, le extrajo pases de valía tras sobarlo mucho en una faena de 17 minutos de duración, tediosa en ciertos pasajes.

El sexto embestía sin raza, topando, o huyendo, según fuera el caso. Perera porfió sin encontrar eco en el público, que ya comenzaba a consumir su última gotita de paciencia, y de cerveza.

Y ni siquiera con el toro de regalo, también de Xajay, consiguió Miguel Ángel revertir la situación adversa, pues el temperamento inicial de aquel ejemplar trocó en violencia, cuando el extremeño no terminó de someterlo y desengancharlo a tiempo, entre pase y pase, para ver si con ello el toro rompía a bueno. Se lleva Perera un sabor agridulce de este coso, el del triunfo rotundo del 25 de enero y la amarguda de esta maratónica tarde. Ojalá sea una buena motivación para visitarnos más seguido.

Ficha

Decimonovena corrida de la Temporada Grande. Un tercio de entrada (unas 15 mil personas) en tarde cálida, con algunas ráfagas de viento. Seis toros de Montecristo, varios de bonitas hechuras, aunque un tanto excedidos de kilos, descastados y flojos en su conjunto. Dos toros de Xajay, como regalo, desiguales en tipo y juego. Destacó el 7º por su movilidad y transmisión, premiado con arrastre lento. Pesos: 480, 505, 514, 551, 495, 540, 490 y 500 kilos. Fernando Ochoa (azul rey y oro): Ovación tras aviso, división y aviso con vuelta tras petición en el de regalo. Fermín Spínola (obispo y oro): Leves pitos tras aviso y oreja con algunas protestas. Miguel Ángel Perera (azul turquesa y oro): Ovación, silencio tras aviso y palmas en el de regalo. Saludaron en banderillas Alejandro Prado y Armando Ramírez, éste último por partida doble y de forma clamorosa.

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