La reaparición de Enrique Ponce en La México fue la prueba más fehaciente de que sigue siendo un auténtico ídolo de la afición capitalina. Vamos, un gran consentido de éste público, que hoy acudió al coso casi en idéntico número al de la reciente tarde de José Tomás, y salió toreando tras presenciar una corrida triunfal en la que el valenciano y Arturo Macías cosecharon sendos rabos de los toros de San José.
Feliz, que es verdad y cuenta mucho, pero también un tanto desconcertado con los desaciertos del juez de plaza Gilberto Ruiz Torres, al que se le fue de las manos el festejo al conceder trofeos de más, contagiado quizá de la “apendicitis aguda” y la “indultitis” que aqueja a la Fiesta de nuestros días no sólo en plazas de México, sino también de Suramérica.
Y es que, tristemente, a la masa que llena una monumental se le ha dicho con insistencia que una corrida buena es sinónimo de la abultada concesión de trofeos, equiparándola a la creencia futbolera de que un partido bueno es aquel en el que se marcan muchos goles.
Pero no, amigos. En los toros lo que verdaderamente vale es la calidad de una faena, la bravura de un toro y, en suma, la conjunción de expresión artística que entrañe determinada acción del torero, muy al margen de si se abrió la puerta grande o no.
En este contexto tan sencillo de comprender, cabe mencionar que Enrique Ponce estuvo cumbre con el segundo toro de la corrida, y manifestó que, según pasan los años, la claridad de sus ideas sigue siendo una baza difícil de vencer. “¡Si le pega pase al diablo!” dijo con admiración un aficionado que estaba a mi lado.
¡Vaya capacidad para inventarse una faena! Una vez más, el torero de Chiva enseñó dos de sus grandes recursos: temple y colocación, aunados a una milimétrica sensibilidad para comprender las alturas de los engaños que desemboca en taparles la cara a los toros con inusitada perfección.
Así fue como metió en la muleta a “Notario”, homónimo de aquel otro gran “Notario”, de San Martín, al que Antonio Lomelín indultó en este mismo escenario, la tarde del 23 de mayo de 1982. Y, casualmente, ambos fueron bautizados en honor del notario Eduardo Martínez Urquidi, ganadero de Los Encinos que tanto ha tenido que ver en San José.
Pues este “Notario” tenía nobleza pero iba a la muleta de Ponce sin humillar, quedándose corto, sin el fuelle suficiente para que los muletazos tuvieran largueza. Sin embargo, Enrique se puso en el sitio, se paró detrás de la pala y corrió la mano a placer con su habitual prestancia, esa que tanto encandila a las señoronas de sociedad.
A cado palmo del trasteo, larguísimo, de quince minutos de duración, Ponce se recreaba en los muletazos, y parecía como si el toro de San José hubiese sido hipnotizado por el valenciano, que estaba disfrutando a tope la entrega del público.
Y a pesar de haber pasado de faena al toro, como es su costumbre en esta plaza, tuvo la suerte de que a la hora de matar, “Notario” sí tomo la muleta y, sobre todo, perdió el tranco, resbalando, momento en el que Enrique cruzó el brazo y colocó una estocada entera, un poquito trasera, de efectos fulminantes.
La gente pidió las dos orejas con fuerza, premio que hubiera sido más que justo, y aunque no existió una insistente petición de rabo, el juez Ruiz Torres sacó el pañuelo verde, hecho que motivó ligeras protestas que en nada empañan una faena de alto bordo, que decía el magnífico cronista César Jalón “Clarito”.
El trasteo al cuarto fue de otro corte: arrebatado e impotente, ante un toro que desarrolló peligro sordo y se movía sin fijeza. Ponce porfió por todos los medios, queriendo agradecer tanto cariño, pero no había forma de enderezar una embestida reservona, que el valenciano hizo ver todavía pero al haber pasado tanto tiempo, de forma innecesaria, delante de aquellos pitones. La gente, en otro gesto de amor filial, le llamó al tercio para tributarle una ovación de gala.
La corrida subió de tono e iba en espiral ascendente cuando apareció sobre la arena el quinto, un toro de preciosas hechuras que tuvo una gran calidad en sus embestidas, aunque terminó un tanto aburrido.
Y Macías, que está hecho un jabato, aprovechó esta condición para hacer un estrujante quite por gaoneras y, más tarde, una faena que tuvo ciertos altibajos, pero los “altis” fueron de lujo porque toreó asentado, con temple y cadencia, en pases que calaron muy hondo.
Entró a matar por derecho, llevándose un fuerte golpe en el momento del embroque, que impresionó a la parroquia, circunstancia que caldeó aún más la temperatura de la plaza y, casi sin esperarlo, vio cómo del palco de la autoridad asomaba otro pañuelo verde. Ahora sí las protestas no se hicieron esperar y le acompañaron durante toda la vuelta al ruedo.
Al margen de esta situación, Arturo ha ganado en reposo y paulatinamente se va encontrando, dejando ya de lado aquel indómito carácter que le hacía torear con una entrega absoluta, pero también con una brusquedad que a veces llegaba a estropear a los toros buenos.
El tercero fue un toro flojo y descastado que llegó a la muleta defendiéndose y con el que Arturo estuvo decidido y valiente.
Joselito Adame no fue un convidado de piedra a este festín, cuyo guiso principal fue el “rabo de toro”. Por el contrario, tuvo una excelente actuación y dejó una tarjeta de presentación que le avala para la siguiente corrida del domingo 22 de febrero, al lado de Pablo Hermoso de Mendoza.
El otro torero hidrocálido del cartel toreó bellamente de capote al toro de su confirmación de alternativa, un bonito berrendo en cárdeno, alunarado y careto, que atesoraba mucha clase.
Joselito lo banderilleó con soltura y lucimiento, y después le hizo una faena de menos a más donde toreó con temple y reposo, dejándole al toro la muleta en el hocico para enganchar las embestidas, reponiéndose sobre los talones y ligando en redondo en tandas que constituyeron la parte medular de su obra.
Un pinchazo de ley le granjeó palmas de aliente, y en seguida colocó una estocada entera de buena ejecución para cortar una merecida oreja.
El sexto, un toro puro, de encaste Llaguno, fue un dechado de nobleza pero no tuvo la transmisión suficiente para que la faena de Joselito tomara vuelto. Tuvo el detalle de brindar al muerte de este ejemplar a la Primera Dama de México, Margarita Zavala de Calderón, que presenció la corrida en sus barreras de toda la vida.
Lo que sí llamó la atención fueron la suavidad y el regusto de su toreo de capote, ya que toreó a la verónica con mucha verdad y sentimiento. Y con la muleta se puso en el sitio, tratando de encelar a “Ventilador”, en un alarde de valor y temeridad que sólo un sector de la plaza llegó a comprender.
Otra estocada con mucha autenticidad le pudo haber dado la oreja del toro, esa tan valiosa para acompañar a Ponce y Macías en la anhelada salida por la puerta grande pero la, ahora incomprensible racanería del juez, echó por tierra el final más que feliz de una tarde para el recuerdo… y para la polémica.
Ficha Domingo 8 de febrero de 2009. Dos tercios de entrada (unas 28 mil personas) en tarde espléndida. 6 toros de
San José, armoniosos de hechuras, varios muy en tipo de
Santa Coloma, desiguales en juego, de los que sobresalieron el 1º y el 5º por su calidad. El 1º fue premiado con arrastre lento, lo mismo que el 2º, aunque éste sin merecerlo. Pesos: 510, 522, 525, 500 y 520 kilos.
Enrique Ponce (burdeos y oro): Dos orejas y rabo con ligeras protestas y ovación.
Arturo Macías (palo de rosa y plata): Ovación y dos orejas y rabo con fuertes protestas.
Joselito Adame (blanco y oro): Oreja y vuelta tras petición.
Adame confirmó con el toro “Sueño”, número 96, berrendo en cárdeno, alunarado. El toro del rabo de
Macías se llamó “Pales”, número 142, cárdeno.
Ponce y
Macías salieron a hombros.