El aniversario 63 de la Plaza México no tuvo el relieve de ediciones anteriores, quizá porque la concepción del cartel distaba mucho del logro más emblemático de la era empresarial de Rafael Herrerías: el haber convertido esta corrida, a partir del cincuentenario del coso, en el festejo más esperado del calendario taurino americano.
Desde hace varios meses, cuando todavía Curro Leal gestionaba el coso, se supo que su intención era poner a tres figuras de España (Enrique Ponce y Morante como bases), acartelados con varios toreros mexicanos triunfadores de la presente Temporada Grande. Sin embargo, conforme transcurrieron las semanas la interesante idea original se desvirtuando y la combinación no tuvo el brillo esperado.
En este sentido, puede decirse que la entrada que registro la plaza, de unas 20 mil personas, correspondió con creces a lo anunciado, siendo, por otra parte, una de las más flojas en una fecha tan representativa.
Y dicen que cuando las cosas no vienen por derecho cuesta más trabajo enderezarlas, como de hecho ocurrió con un encierro compuesto por seis toros de otras tantas ganaderías, y el concurso de algunos toreros que merecían sobradamente estar en la combinación y otros que no tanto.
Al final la suerte (aun sin sorteo de por medio) favoreció a Fermín Spínola y Miguel Ángel Perera, que cortaron las dos únicas orejas concedidas durante una función larga, fría y carente de grandes emociones debido al descastado juego ofrecido por casi la totalidad de los toros lidiados.
Resultó evidente cómo el público estaba esperando a tres toreros en concreto: Jerónimo, Spínola y Perera, y fue de esta terna de la que salieron los momentos más inspirados y toreros de una noche complicada por las intensas ráfagas de viento que soplaron prácticamente desde que comenzó el festejo hasta que dobló el quinto toro. Hasta en eso tuvo suerte Perera, que él no padeció la molestia del viento.
Spínola es un torero recio, dominador de los tres tercios, valiente y esforzado que salió a entregarse sin reserva ante un toro mansito, pero toreable, perteneciente a la ganadería de San José. Sus vistosos pares de banderillas calderon el ambiente, y la faena aumentó de intensidad cuando "Moi" se lo echó a los lomos tras una fuerte voltereta.
A partir de entonces, Fermín se puso en la distancia y ejecutó varios ayudados de un gran trazo, ancladas las zapatillas en la arena, jugando la cintura con mucha seguridad. Y como mató de una estocada fulminante, le concedieron una oreja que viene a demostrar que el tesón y la disciplina son fundamentales en la carrera de un torero que se ha ganado, a pulso, más y mejores oportunidades.
Esta oreja correspondió el aguante del público, que tiritaba de frío en los tendidos a la espera de algo grande. Y la llama de la emoción volvió a encenderse cuando Miguel Ángel Perera metió en la muleta al sexto, un toro de Xajay que salió con mucho brío y se apagó pronto.
En las cercanías, escondiendo la muleta detrás de la cadera, moviéndola suavemente a manera de péndulo, el torero extremeño consiguió fijar las embestidas que más tarde obligó en muletazos largos, templados, de un soberbio temple y trazo que enloquecieron a la gente.
Y de haber estado fino a la hora de matar hubiera cortado la segunda oreja, tras una actuación que supone su entrada definitiva en el ánimo de la afición de La México.
Jerónimo toreó de capa con variedad y sentimiento, pero después no fue capaz de aprovechar a cabalidad las emotivas embestidas del hermoso toro de Los Encinos corrido en tercer lugar.
Su falta de acoplamiento dejó al público con la miel en los labios, mientras el poblano sufría con el viento y no alcanzaba a colocarse en la distancia precisa para que el toro repitiera unas embestidas que se fueron diluyendo a través de una faena brusca de toques y un tanto deslavazada. No sólo de pellizco vive el aficionado.
José Mari Manzanares lanceó bellamente a la verónica y más adelante porfió con un descastado toros de Teófilo Gómez que duró un suspiro. Así es imposible triunfar por más que sobresalga el empeño.
Manolo Mejía lidió con oficio al complicado primero, un ejemplar de Garfias que desarrolló genio, mientras que El Zapata pechó con un zambombo de Barralva que se hizo el amo al aliarse con los embates del viento.
La gente salió hablando de dos toreros –Spínola y Perera– y frotándose las manos no sólo para quitarse el frío, sino pensando ya en el atractivo cartel del próximo domingo, cuando el consentido Enrique Ponce le confirme la alternativa al prometedor Joselito Adame, en presencia del carismático Arturo Macías. Ojalá que la corrida de San José embista y salgamos toreando de la plaza.