¡Qué daríamos porque muchas tardes de toros fueran como ésta! Y dije “toros”. Ojo. Fue una auténtica corrida, digna de cualquier plaza de primera, la que han echado al ruedo de Insurgentes los ganaderos de Santa María de Xalpa, Benigno Pérez Lizaur y Miguel Valladares. Así es como hay que venir a este coso. Y de esta manera se dignifica el espectáculo y se le sitúa en su real dimensión.

No dejaremos de mencionar que el indulto de “Guillo” estuvo tocado por la polémica. Pero Pepe López se salió con la suya, como todo chaval que se precie, y entusiasmó tanto al público que un amplio sector comenzó a pedir el perdón del toro antes, inclusive, de que cogiera la espada de matar. Y el juez de plaza Eduardo Delgado terminó accediendo. Entonces, las opiniones se dividieron en una sana discusión y los tendidos vibraron con el resultado final del festejo.

Es verdad que el toro tomó dos puyazos en uno, y recargo fuerte en el peto, metiendo la cara. Sin embargo, también es cierto que en la muleta le hizo falta un punto más de transmisión para merecer el indulto. Al margen de estas apreciaciones, a la fiesta de nuestros días, tan atacada, le viene bien un triunfo mediático de esta resonancia.

Y no fue de gratis. Porque Pepe sorprendió a todo mundo con su frescura. La seguridad de sus procedimientos y un toreo tan largo como sabroso, muy mexicano, gustó prácticamente desde que se abrió de capa delante del toro de su confirmación, un precioso albahío dorado que tuvo gran toreabilidad. ¡Y luego dicen por ahí que no hay toreros! De haber estado fino con el acero hubiera cortado un apéndice, pues el temple de los redondos y la firmeza de todo cuanto hizo fueron un lujo.

Federico Pizarro también sorprendió, quizá cuando casi nadie lo esperaba. Hace varios años que no venía a México y regresó muy renovado, con empaque, claridad de ideas y un sello que no tenía. Es como si el paso del tiempo, la lucha diaria en otros ámbitos y la desesperanza taurina, hubiesen llenado un frasco que hoy se destapó para dejar escapar muchos aromas de torero bueno. No fue casualidad aquella tarde que le vimos tan entonado en Ixtapa, con una corrida muy seria de Fernando de la Mora. Ahora demostró que le sientan mejor los años.

Si con el capote no se acopló nada frente al primer toro de su lote, con la muleta le descubrió las cualidades y a base de colocarse donde tenía que hacerlo, un poco más allá del ojo contrario, ahí mismo trenzó muletazos de gran valía al natural, esperando al toro y tocándole con suavidad y buen gusto. Fue una faena de menos a más en la que el torero se fue nutriendo a cada palmo, hasta que la inspiración le arrebató el alma.

Los adornos no tuvieron desperdicio. Caminó con donaire hacia las tablas, llevándose al toro toreado por abajo, sometido con una delicadeza inusitada hasta este día en su tauromaquia para terminar el trasteo de forma extraordinaria, debido al empaque que imprimió a las suertes. Y como mató de una estocada en buen sitio, en la que entró a herir tan despacio como había toreado, le concedieron una oreja que vale oro.

El quinto llegó con sosería a la muleta de Federico, que, a mitad de la faena, intentó volver a repetir la dosis: colocación, tiempo y pausa en muletazos de uno en uno, buscando afanosamente cogerle el aire al de Santa María de Xalpa. Pero lo más probable es que se haya “vaciado” con el ejemplar anterior, y a veces no es posible estar igual de bien en todos los toros si no se torea con frecuencia.

Lo que sí hizo muy bien fue perfilarse en la distancia corta, a la que había toreado, y entró a herir de forma aseada, echándole la muleta al hocico y con ritmo para colocar otra estocada aceptable a la que siguió un certero golpe de descabello.

A Humberto Flores le tocó el lote complicado. Su primero se paró prácticamente desde que fue picado; el otro, jugado en cuarto lugar, era muy basto, aleonado de hechuras y sacó genio. No obstante, el oficio de Flores se impuso con gallardía y se zumbó al toro, jugándosela con emoción, hasta que consiguió robarle una serie con la zurda. La gente pensó que el toro servía e, inexplicablemente, le pedía que siguiera poniéndose con la izquierda, algo que ya no era posible. Cuando se retiró a la barrera, los más despistados, aquellos a los que el toro les dio “coba”, le chillaron injustamente.

La gente salió discutiendo de la plaza. “Que si el toro era de indulto o no…”; “que si Pepe López debió matarlo y tumbarle las orejas”; “que si el juez se hubiera mantenido firme en su decisión inicial de no conceder el perdón del toro…”. En fin, tantos “que si” muy sabrosos. Y eso es tremendamente saludable para la fiesta.

Tercera corrida de la Temporada Grande. Unas 4.500 personas en tarde nublada y fría. 6 Toros de Santa María de Xalpa, bien presentados, armoniosos de hechuras, salvo el 4º, nobles en su conjunto, de los que sobresalieron el 1º, 3º y 6º. Éste último fue indultado. Pesos: 458, 489, 455, 500, 471 y 485 kilos. Humberto Flores (grana y oro): Oreja y ovación con división. Federico Pizarro (azul marino y oro): Oreja y palmas. Pepe López: Ovación e indulto. El toro indultado se llama “Guillo”, número 170, negro, nacido en diciembre de 2003. Destacó en varas El Güero de la Capilla y en banderillas, Alejandro Prado y Christian Sánchez, que saludó en el 4º.