Cuando la lluviosa tarde parecía venirse a pique y la afición comenzaba a desesperarse un poco, brotó el toreo de Salvador López ante el cuarto de la tarde y regaló momentos de excelso temple, instantes de inspiración que calaron en el tendido.

El precioso berrendo al que enfrentó el capitalino tenía mucha nobleza, además de deseos de embestir, pero no era fácil de torear, ya que variaba en el ritmo a la hora de meter la cabeza y la fuerza no era una de sus cualidades. Aunque le costó al principio, Salvador le dio su lidia adecuada y así, sin forzarlo y dándole el aire que necesitaba, instrumentó muletazos de bello trazo por ambos lados.

Una faena con estructura, paciencia y cabeza, que ya en su parte medular incluyó sentimiento, como cuando Salvador ligó varias dosantinas, dos de ellas rematadas con un cambio de mano por delante, además del circurret.

Sabiendo que no podía dejar escapar otro triunfo, se tiró a matar como un león en la suerte de recibir y, aunque la espada no quedó en la mejor colocación, fue suficiente para que doblara el de Felipe González y una de sus orejas fuera a parar a manos de este novillero que continúa mostrando sus avances.

Aunque consiguió algunos bellos naturales con su primero, un ejemplar con movilidad pero que terminaba con la cabeza arriba, Salvador no logró confiarse del todo y su faena no pudo tomar el vuelo que hubiera esperado.

Antonio Romero pasó apenas de puntillas por la Plaza México, a tan sólo unos cuantos días de convertirse en matador de toros. Es cierto que, aunque sus novillos se dejaron meter mano, fueron deslucidos, pero también es verdad que el zacatecano no se encontró en el ruedo, ni siquiera al banderillear.

Quizá fue muy pronto para que Rodrigo Cuevas se presentara en La México, pues aunque tiene buenas maneras, se notó su escaso rodaje y la falta de recursos para aprovechar las buenas condiciones de sus novillos, sobre todo del sexto de la tarde, que sin duda se dejaba. Ahí quedarán tres naturales de bella factura y toda una vida por delante para desarollar su tauromaquia.

Como había llovido fuerte durante toda la mañana en la capital de la República, el ruedo estaba en malas condiciones antes de iniciar el festejo. Es por ello que después del paseillo se arregló con serrín el redondel, en una estupenda labor de los monosabios, digna de reconocer.