El descastado juego de los toros de Reyes Huerta echó por tierra el entusiasmó del público, que llenó la monumental de cantera rosa, en una tarde de clima espléndido, y con una terna que hizo todo lo humanamente posible para dar espectáculo.
El mejor librado fue Joselito Adame, no tanto porque sus toros hayan ofrecido más posibilidades de lucimiento, sino por la solvencia de una actuación de menos a más, de la que terminó recibiendo una oreja de peso, la del quinto de la tarde, la única concedida a lo largo del festejo.
El hidrocálido se afanó, primeramente, en obligar al segundo toro, que se paró demasiado pronto quizá por el exceso de kilos que cargaba. Pero lo bueno vendría en el quinto, un ejemplar de pelo castaño que fue noble y si bien es cierto que terminó refugiándose en las tablas, Joselito porfió con claridad de ideas para imponer su voluntad.
En el quinto sacó la casta en el tercio de banderillas, que cubrió con redaños, y exponiendo mucho, hasta clavar dos pares por dentro en los que se jugó el físico.
La muerte de este toro la brindó al matador Manolo Espinosa "Armillita", que se encontraba en una barrera de primera fila. Dedicatoria significativa, pues el hijo mayor del maestro Fermín atraviesa por un severo tratamiento de quimioterapia que le ha hecho perder el cabello, y por eso, a la distancia, no lo reconocíamos en el instante en que se incorporó de su asiento para recibir la montera de Joselito. Aprovechamos "el viaje" para desearle una pronta recuperación.
Y después de este brindis de gratitud, pues Manolo le dio valiosos consejos en los inicios de su carrera, Adame realizó una faena sobria, centrada, muy despejado de cabeza, no obstante que el toro se acobardó en la zona de tablas.
A la hora de perfilarse para entrar a matar se perfilo prácticamente en la cuna, y se fue detrás de la espada con una enorme decisión para colocar una estocada entera, cuatro dedos desprendida, que hizo doblar al toro con rapidez y fue así como le entregaron una oreja de un gran peso específico.
A un año de haberse doctorado, Antonio Romero volvió a demostrar que es un torero con una gran entrega, y su juvenil arrebato le llegó mucho a la afición de su tierra, que estuvo alentándolo a lo largo de sus dos intervenciones.
Pero lo cierto es que ninguno de los toros que sorteó le permitió redondar las dos faenas, siendo la segunda más ligada. A base de esfuerzo y valor, le robó pases de mérito en la zona de los medios a un toro de medias embestidas, que atropellaba de continuo la muleta. Fue tal el despliegue de entuaisamo del torero local, que su actitud convencio a los asistentes, que cobijaron su faena con fuertes ovaciones que se entrelazaron con las notas musicales de la famosa Marcha de Zacatecas.
Y cuando le tenía cortada una oreja, Romero falló a espadas en el primer viaje, tal y como le había ocurrido con el tercero, al que había hecho una faena intermitente que precedió varios pinchazos. Así que al final, el gozo de la gente se esfumó, y también el triunfo para el zacatecano que, en otras tardes, en este mismo escenario, ha conseguido gracias a su enjundia.
Rafael Ortega, al igual que sus compañeros de cartel, trató a toda costa de salir triunfador de una plaza donde tiene un importante historial de triunfos. Sin embargo, los dos ejemplars de su lote se lo pusieron cuesta arriba y así resulta muy difícil trascender.