César Ibelles estructuró lo más destacado de la segunda novillada de la temporada en la Plaza Arroyo, pues dejó momentos de mucha clase durante la faena ante el primer ejemplar del festejo y, si no logró tocar pelo, fue por fallar con la espada.

El ejemplar de San Diego de los Padres tuvo movilidad y nobleza, aunque poca duración y vino mucho a menos hacia el final de la faena. César aprovechó estas cualidades para torera con mucho temple con la sarga en la derecha, incluso ligando un par de redondos que fueron del gusto de la afición.

Y aunque no tragó igual por el izquierdo, Ibelles hizo el esfuerzo, notándose toreado y con ciertos recursos para poder resolver las circunstancias. Un par de pinchazos antecedieron a la estocada con la que remató su labor, para dar una vuelta al ruedo.

Con el deseo de lograr un triunfo, regaló un novillo, que procedió de la misma ganadería. Contrario al que enfrentó en la lidia ordinaria, este ejemplar le puso las cosas complicadas pues, defendiéndose, tiraba hachazos en lugar de embestir. César estuvo decoroso y, al ver que había nulas posibilidades, decidió abreviar.

El poblano Luis Ignacio Madrid se presentó de luces en esta plaza, luego de colaborar en la brega durante los festivales de niños toreros realizados el mes pasado, y tuvo un debut que hace concebir esperanzas. Es cierto, el chaval está muy verde, pero tiene personalidad y posee un sello muy particular, sintiendo mucho todo lo que hace en el ruedo, como lo manifestó en las verónicas con las que saludó al cuarto de la tarde.

El precioso castaño al que enfrentó no tuvo malas ideas y metía bien la cabeza. Y así, aunque aislados, Madrid cuajó muletazos de buen acabado y con sentimiento, los cuales tuvieron su eco en el tendido. Debido a su poca experiencia no logró redondear el trasteo, pero ha dejado un interesante sabor de boca.

Xavier Gallardo se encontró con un novillo que de salida remató con fuerza en el burladero de matadores y se lastimó, perdiendo fuerza. Además, no estaba sobrado de casta y terminaba con la cabeza arriba. El de Tepeapulco corroboró que sabe pensar delante de la cara de los toros y supo, dándole sus ventajas, extraer lo poco que el burel tenía adentro. Lástima que se puso muy pesado con la espada, hasta escuchar dos avisos.

Tampoco la tuvo sencilla Christian Verdín, pues el ejemplar que le correspondió manseó en el caballo y se agarró a la arena; cuando acudía, lo hacía pegando arreones, tratando de quitarse de encima los engaños en lugar de pelear. El tapatío dio muestra de sus avances, pues supo dejarle la muleta en la cara y llevarlo muy toreado, forzándolo a repetir, y así logró derechazos de categoría y de mucho mérito, aunque sin la ligazón que hubiera desado. Tras un pinchazo y dos estocadas tendidas, se retiró en silencio.