Durante la mayor parte de la década del 70, la terna de mayor atractivo en México fue la integrada por Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Curro Rivera. Una sola vez se anunció dicha combinación en la capital y fue en la apertura de la temporada grande de 1972-73, con Cavazos aventajando claramente a sus alternantes al cobrar el rabo de "Coquetón" de Mimiahuapam, en tarde adversa de Martínez y con Curro sin aprovechar cabalmente las posibilidades de su primero, tercero de una corrida muy bien presentada, emparejada toda ella en el pelo castaño (26-11-72).
Pero eso había quedado atrás cuando, para el último día de marzo de 1974, los anunció nuevamente juntos la empresa de Morelia, esta vez con un encierro de Javier Garfias cuya hermosa estampa se exhibió con profusión en los medios; también con serias dudas acerca de la comparecencia de Manolo Martínez, que acababa de recibir en la Plaza México la cornada más grave de su vida, infligida por el sanmateíno "Borrachón", sobre la cual bordaron ampulosamente la prensa y la televisión, pues se trató de un cate realmente fuerte, con sección de la arteria femoral y un pronóstico que transcurridas 48 horas seguía siendo reservado.
El caso es que la recuperación del regiomontano llegó a tiempo, empujada quizás por la voluntad del propio torero, que declaró su firme propósito de aparecer por la puerta de cuadrillas del coso moreliano tal como estaba previsto, vistiendo incluso el mismo terno negro y oro que llevaba puesto cuando "Borrachón" le asestó aquel certero navajazo en mitad de un pase natural cuando luchaba con el temperamento del negro burel de San Mateo en el tercio, a la izquierda del burladero de matadores de la Monumental. Lo del vestido no pudo ser porque El Macaco, ignorante de la promesa de su matador, llevó a Morelia uno azul pavo y oro no menos lujoso.
Ideales los de Garfias, soberbios los tres
Aunque se dijo que la pierna izquierda de Manolo aún no estaba en óptimas condiciones y observadores atentos anotaron dificultades de movilidad en el diestro, la nobleza de los de Garfias y el sitio y poderío de Martínez, incólumes a pesar del inconveniente, resolvieron la papeleta sin mayores problemas.
Suyos fueron los pasajes de más arte de la tarde –el quite por chicuelinas, las tandas en redondo, sobresaliendo sus exquisitos naturales al cuarto de la tarde–, aunque haya sido el menos premiado de los tres –oreja del abreplaza y las dos y el rabo del cuarto–.
El campeón numérico del día fue, una vez más, su paisano Cavazos, quien paseó dos rabos, simbólico el segundo porque el quinto garfeño recibió la gracia del indulto. Toro dócil y repetidor más que bravo, el perdón fue impugnado por José Alameda, haciéndose eco del extrañamiento de no pocos aficionados del tendido. Entre los dos regiomontanos quedó situado Curro Rivera, que le cortó el rabo a su primero y las dos orejas al sexto del encierro.
Un encierro, sobra decirlo, realmente fantástico. Nueve anodinos toros de Javier Garfias acaban de pasar sin pena ni gloria por la recién concluida temporada capitalina y mucho lamentó su criador no haber enviado a la México el lote que embarcó para Morelia.
Con menos peso quizás pero excelentes hechuras, fueron seis bichos de dulce –si acaso algo reservón el primero– y las tres figuras anduvieron a sus anchas con semejante material. Pocas veces se habrá visto un encierro más parejo –de Garfias o de cualquier otra procedencia– y, sobre todo, con más embestidas dentro. Aunque nadie se dio a la tarea de contar los muletazos de cada faena, las seis se inscribieron en la moda de aquellos trasteos a la mexicana fluidamente estructurados y prolongados hasta más allá de la cincuentena de pases, ligados en caudalosas series en redondo por ambos pitones –el abrumador predominio derechista de hoy todavía no se implantaba–, y culminados los largos y brillantes párrafos con remates cabales, ya a la manera clásica –el pase de pecho de cabeza a rabo–, ya mediante suavísimos desdenes –la especialidad de Manolo Martínez– o alegres molinetes para iniciar serie y el abaniqueo de la regiomontana como culminación de las faenas marca Cavazos; o dos de pecho empalmados, uno con la diestra y el siguiente con la zurda, puestos aquí de moda por Curro Rivera, que por supuesto no se olvidó de prodigar "el circurret" de su creación, posteriormente rebautizado por críticos y publicistas hispanos como roblesina en flagrante olvido de que el hijo de Fermín Rivera les había ofrecido reiteradamente las primicias del peculiar muletazo en redondo, ligado sin mover en absoluto las plantas, en la mismísima plaza de Las Ventas y en una las corridas más triunfales en la historia de San Isidro (22-05-72).
El punto de vista crítico
Afirmado y confirmado lo anterior, no debe pasarse por alto que se trató, después de todo, de una corrida provinciana, y como tal necesariamente triunfalista en lo que a las actitudes combinadas de público y juez se refiere. Es decir, que el balance final de once orejas y cuatro rabos no hubiera sido el mismo en una plaza de máxima exigencia, como era en ese momento la Monumental México, que hace mucho dejó de serlo.
De los cronistas capitalinos presentes ese día en Morelia –los diarios, tanto los deportivos como los de información general seguían de cerca el acontecer taurino y le dedicaban profusas reseñas, acompañadas con abundante material fotográfico–, es oportuno traer a colación los señalamientos hechos al respecto por José Alameda. Más que una crónica en forma, se trata de su habitual columna "Signos y Contrastes". Hay que agregar que en su Brindis Taurino de la noche del lunes ofrecería generosas raciones en video de las faenas de esa tarde, y que los televidentes pudimos comprobar que realmente se trató de seis obras importantes, y que la euforia desatada y el eco mediático no fueron gratuitos.
Pero leamos lo escrito por Alameda como una aproximación bastante fiel a la realidad de aquella extraordinaria corrida.
"Sobre el triunfo de Morelia y la mosca en la sopa"
"Se ha vivido ayer una tarde feliz en la plaza de Morelia. Con el triunfo de todos. Yo diría que más bien de “casi” todos. Porque triunfaron en grande Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera y Javier Garfias. Y triunfó la fiesta. El que no triunfó fue el juez de plaza. Que no tengo el gusto de conocerlo, ni sé quién sea. Pero puso la mosca en la sopa. Tres moscas, para ser precisos. Otorgó un indulto, que no se había solicitado. Concedió, o permitió que se cortara y se exhibiera, una pata que nadie había pedido (Eloy, luego del indulto). Pasó un toro con sólo dos pares de banderillas.
Y todavía puede añadirse una mosca más, pues a Currito Rivera, que tuvo una gran tarde y que mató al sexto con la mejor estocada de la corrida, le regateó el rabo de ese toro. Ahí, más que por exceso, pecó por defecto.
¿Por qué y para qué todo eso? El triunfo había sido claro, indiscutible, ni más ni menos sonoro sin moscas que con ellas. Nada se ganaba, antes al contrario, con mosquear la sopa. Aprovechando el calor de un éxito legítimo se sientan precedentes de futuros excesos que desvirtúan el sano ambiente de la fiesta". (El Heraldo de México, 1 de abril de 1974).
No le faltaba razón a Alameda. Y los excesos y falsificaciones que temía, en realidad ya estaban haciéndose presentes. Aunque, siguiendo una implacable inercia degenerativa, se acentuarían con el tiempo hasta dar en el post toro de lidia mexicano y con ello en el desbarajuste que ha asolado a la fiesta en nuestro país a lo largo del siglo XXI.
Inolvidable, pese a todo
Conversando con aficionados morelianos asiduos a su plaza pude constatar que aquella del 31 de marzo de 1974 fue, en los hechos, la borrachera de toreo más copiosa jamás vista en la capital del estado de Michoacán. La tarde soñada, un sueño taurino hecho realidad. Sus mismos protagonistas, matadores y ganadero, difundieron reiteradamente tal certeza en los días y semanas que siguieron al fausto suceso. Y aun más allá.
Por si alguna duda hubiese de su justa inclusión en esta serie de carteles con historia.