Opinión: Una capacidad diferente de sentir
Viernes, 22 Jul 2016
México, D.F.
Juan Antonio de Labra | Opinión
El público de toros tiene una forma diferente de sentir
Señores diputados, señoras y señores, ciudadanos, todos.
Yo no vengo aquí a hablar de Francisco de Goya, ni de Pablo Picasso. Tampoco vengo a hablar de Federico García Lorca, de Orson Welles o de Ernest Hemingway… ni mucho menos de Joaquín Sabina.
Hoy vengo a esta tribuna a reflexionar sobre dos palabras fundamentales para cualquier sociedad que pretende vivir en democracia: "RESPETO" y "LIBERTAD".
Y para aquellos a los que se les ha olvidado el significado de estas dos palabras, aquí las recordamos…
"Respeto": Es un vocablo que procede del latín que, entre otras cosas, significa “atención, consideración, veneración, acatamiento que se hace a uno”.
La palabra "Libertad", que también tiene una raíz latina, en una de las distintas acepciones de su significado, la de "conciencia", es "la facultad de profesar cualquier religión sin ser inquietado por la autoridad pública".
Los que amamos a la fiesta de los toros somos feligreses de una "religión taurina". Y por eso hoy estamos en este foro para exigir RESPETO y LIBERTAD.
La afición a los toros forma parte de nuestra forma de ser y la llevamos en las venas, en el alma. Es algo que nos apasiona. Nos la inculcaron en nuestra casa siendo niños… y la hemos inculcado a nuestros hijos con el mismo gusto, porque esta actividad humana nos ha hecho pasar horas de sana convivencia y de intensa emoción; nos ha hecho aprender de la vida.
¿Y saben por qué? Porque ser aficionado a los toros no es algo malo, ni perverso, ni cruel, ni morboso o sádico. No somos sicópatas, ni asesinos, como nos dicen… o les dicen a los toreros.
Simplemente, somos personas diferentes a ustedes. Tenemos una capacidad de sentir distinta; comprendemos el sentido de este espectáculo y admiramos al toro como un ser maravilloso, porque se trata de un animal que representa un reducto de ingeniería genética que sólo existe en ocho países del mundo; un animal que es capaz de provocarnos un cúmulo de emociones cuando salta a la arena para cumplir con el cometido para el que fue criado por el hombre.
Y esta condición de tener una "capacidad diferente" de sentir, nos permite captar la belleza que emana del toro y su encuentro con el torero. Sin embargo, respetamos que existan personas, como ustedes, que no comprendan nuestra creencia taurina, que no comulguen con ella, y no por eso los enjuiciamos, los descalificamos, los insultamos o los agredimos.
Reparemos de nuevo en ese irrefutable concepto que les mencionaba, tan sencillo como eso de "SER PERSONAS DIFERENTES". Y entonces les pregunto: ¿Acaso en una sociedad democrática, donde se busca la igualdad, el respeto a las distintas creencias y a la libertad de nuestros derechos, no podemos ser diferentes?
Muchos de ustedes, a los que no les gustan los toros, porque no comprenden esa sensibilidad nuestra, me dirán que no sea demagogo, que no venga a decirles estas cosas cuando en la plaza un toro se muere como consecuencia final de la estocada de un torero.
No se puede negar que la Fiesta es cruenta. Ojo, he dicho "cruenta", pero no es cruel. Que hay sangre, sí, desde luego, pero no por un afán de infligirle al toro un sufrimiento que nos produce gozo. En absoluto.
La sangre es inherente a la lidia, a ese misterioso ritual en el que el hombre se expresa a través de una profunda vocación que lo convierte en un ser subversivo con el que nos identificamos, porque a través de esta particular filosofía de vida manifiesta su libertad de conciencia; ésa misma libertad de conciencia que nosotros disfrutamos cuando se nos revela.
El toro es el animal salvaje más libre de cuantos el hombre tiene a mano. Porque a diferencia de los bovinos de abasto, los pollos de granja, los cerdos de criadero, o todos aquellos animales que utilizamos a nuestro antojo para el consumo diario sin ningún miramiento de índole moral, el toro de lidia es un animal que vive en un hábitat donde recibe todos los cuidados necesarios; donde goza de extensiones de tierra amplias; donde se desarrolla rodeado de otras especies de fauna para convertirse en el garante de su propio ecosistema. Y los que se hacen llamar "animalistas" quieren acabar con él. ¿No parece una incongruencia?
El toro vive bajo la atenta mirada del ganadero que lo cría con mimo, con un cariño singular, a la espera de que ese toro, en la plaza, el día de su muerte, se entregue gallardamente a su destino y dignifique a todos los miembros de su especie.
Tanta libertad tiene el toro que puede matar a un torero en esos últimos veinte minutos de su existencia, como ocurrió hace unos días con Víctor Barrio, un hombre que entregó lo más preciado que puede entregarse: la vida. Y todo en aras de una vocación tan sincera que le hacía ser un hombre libre que eligió ser torero, a pesar de que podía morir como sucedió: como torero... y en la plaza.
Y a ese toro que mató a Víctor Barrio nosotros no lo miramos como un asesino, no le guardamos ningún rencor, porque sabemos que el toreo entraña este dramático riesgo que es sinónimo de una reminiscencia antropológica, sociológica y ancestral, que representa la fuerza bruta de la naturaleza enfrentada a la inteligencia del hombre.
Eso es el toreo. Un ritual de vida y muerte, deliberadamente anacrónico; sí, de-li-be-ra-da-men-te anacrónico. Ahí radica, precisamente su valor histórico, el que viene a recordarnos épocas pasadas en las que el hombre cazaba para comer, y que hoy día está representada en la corrida de toros. Por eso la muerte del toro es un canto a la vida del hombre.
Esto es lo que los aficionados taurinos comprendemos cuando vamos a la plaza. Es un sentimiento que nos une, que nos subyuga, que se traduce en una vivencia magnífica y una alabanza colectiva dentro de un ritual que nos confiere un rasgo de identidad.
Y por todo esto que les cuento, por esa sensibilidad tan significativa que nos seduce para ser aficionados, exigimos RESPETO; exigimos LIBERTAD.
No aceptamos que nos llamen "asesinos" o "sicópatas". Y tampoco podemos aceptar que a los toreros se les llame "torturadores". Simplemente porque el toro es un ser que provoca miedo y tiene la capacidad de convertirse en verdugo y quitarle la vida a un torero en cuestión de segundos.
El toro es un ser que no está sometido; un ser único y hermoso de la naturaleza del que debemos sentirnos orgullosos por su existencia, y gracias a la industria de la Fiesta, perdura en el campo mexicano y genera miles de puestos de empleo, y una derrama económica de amplio espectro.
Los aficionados a los toros no somos violentos. En las plazas no hay peleas, ni riñas, ni actitudes de odio o de venganza. Y por eso existen estudios científicos donde se afirma que la corrida no afecta ni desvía la formación mental de un niño. Al contrario. El toreo es una escuela de vida, en directo. Es el fiel reflejo de la lucha diaria de nosotros mismos en la calle, en la que debemos lidiar con nuestros problemas, resolverlos con astucia e imponernos a todas aquellas adversidades que nos preocupan o nos atormentan… como las que enfrenta el torero en la plaza.
La Fiesta es cultura porque forma parte del colectivo imaginario de este país; tiene raíces antiguas. Y a pesar de la Independencia de España en 1821, la Fiesta Brava sigue aquí, entre la gente de muy diversa condición social, y forma parte de una idiosincrasia que está vinculada a las celebraciones de las fiestas civiles y religiosas marcadas en el calendario.
En muchas de las grandes ciudades y en los pueblos más recónditos de México, la corrida de toros se vive como algo propio, de manera ceremonial y festiva.
Y aunque es un espectáculo que nos pone en contacto con la muerte del toro, nos aleja de la oscura hipocresía del matadero, ahí donde el ganado de engorda muere sin dignidad, lejos de nuestra presencia, sin entregar su vida a la inspiración de un torero capaz de crear esa emoción que los taurinos concebimos como "arte".
Sé que después de esta intervención, muchos de ustedes negarán estos argumentos. Pero hoy no estoy aquí para tratar de convencerlos. Sé que eso es imposible. Tampoco vine a confrontarlos, ni a discutir o a refutar sus ideas. Sólo vine en un plan conciliador, a invitarlos a que abran su mente, a que sean tolerantes, a que procuren ejercer el respeto hacia nuestra creencia, porque tenemos derecho de vivir como somos, queriendo lo que somos, y hacerlo en la libertad de una democracia plena, responsable y madura, que debe de respetar nuestra forma de ser y de sentir.
Muchas gracias por escucharme.
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