Desangelada y por momentos tediosa resultó la Corrida por la Oreja de Oro celebrada en la Plaza México, donde el trofeo se entregó al hidrocálido Gerardo Adame, que hizo, conjuntamente con Leonardo Benítez, lo más sobresaliente aunque sin llegar a obtener ningún apéndice.
Y es que todo se complica cuando no hay garantías de éxito, como el escaso juego de los toros de Gómez Valle, encierro que tampoco lució un trapío digno, y el poco rodaje de algunos de los diestros que hoy actuaron, además del viento que molestó toda la noche. En medio de estas circunstancias, fue extraño que el primer espada, Leonardo Benítez, solamente confirmara una de las dos alternativas, pues la otra fue encabezada por Christian Aparicio, alterándose el orden regular de la lidia.
Esto quizá se aprobó para que el corroborante pudiera devolver los trastos a su padrino en el toro siguiente, de tal manera que Benítez le cediera su toro al primer confirmante y Aparicio hiciera después lo propio con el suyo, aunque no dejó de parecer peculiar una corrida con dos "tutores" de ratificación del doctorado.
Ya en materia taurómaca, Gerardo Adame abrió el festejo delante de un ejemplar muy justito de presencia y de escasa fuerza, que acudía sin fuelle a los cites. Empeñoso, el hidrocálido quitó por saltilleras y después de la cesión de trastos planteó una paciente faena en la que fue sobando al de Gómez Valle, de tal forma que rumbo a la recta final surgieron los mejores pasajes.
Sin forzarlo, ligó derechazos que le fueron reconocidos, siempre bajo el sello del querer agradar. Luego de las manoletinas finales, liquidó de una estocada efectiva para saludar una ovación desde el tercio, con petición de oreja incluida, lo cual a la postre le valió para llevarse el trofeo de oro.
El segundo de la tarde se partió un pitón antes de ser picado y fue sustituido por uno de Los Ébanos que resultó descastado, ya que doblaba contrario para huir de continuo. Animoso como siempre, el venezolano Benítez cubrió con vistosidad el segundo tercio de la lidia, destacando un bien logrado quiebro.
La mayor parte de la faena fue literalmente persiguiendo al toro. Dejándole con habilidad la muleta en la cara, el de Venezuela logró extraer un par de series con sabrosos muletazos, mismos que constituyeron los momentos de mayor calado en la noche de toros. Media estocada en buena colocación y saludó desde el tercio, con ligera petición de oreja.
De escasa presencia fue el tercero, que sirvió para que Labastida confirmara. El de San Luis Potosí dejó destellos de clase y tesón, aunque sin conseguir ir a más debido a que el toro se quedó muy parado. A la postre alargó un poco de más su trasteo, no sin antes llevarse una fea voltereta y manifestar lo poco rodado que está.
Christian Aparicio brindó chispazos artísticos ante un toro que tuvo nobleza pero mínima duración. El torero bosquejó relajados trazos por el mejor pitón del toro, el derecho, pero sin que la faena pudiera alcanzar a reventar debido a la condición del astado, notándose también por momentos lo poco toreado de Aparicio en tiempos recientes.
Israel Téllez colocó banderillas con soltura y el inicio de su labor parecía hacer concebir esperanzas. No obstante, el toro vino muy a menos, quedándose parado y regateando las embestidas; cuando acudía, lo hacía descompuesto, complicándole a un Téllez que alargó demasiado una labor que terminó por diluirse.
El sexto fue un berrendo cinchado que parecía estar acalambrado de las patas traseras. Angelino de Arriaga lo cuidó con precauciones, pero de todas formas el ejemplar llegó con mínimo fuelle al tercio mortal, reculando y agarrado al piso. A pesar de los intentos por parte del tlaxcalteca, solamente dejó algunos momentos buenos sobre la arena.
Cabe señalar el reconocimiento al poco público que asistió, pues soportó una noche fría y grandes lapsos de tedio en el ruedo capitalino, una corrida en la que no todo lo que brilló fue oro.