En una tarde cargada de matices, ya por el comportamiento de la bien presentada corrida zacatecana de José Julián Llaguno, por la corrida bajo aguacero o por el pánico desatado por el torazo que cerró el festejo, el diestro español Juan José Padilla se erigió como el primero triunfador del serial meridano, tras el corte de dos orejas.
Ante media plaza, se puso en marcha la temporada en Mérida, la de Yucatán, donde también se debe destacar las ganas de agradar y profesionalismo de Federico Pizarro y los vanos intentos de MIchelito Lagravere, que terminó por lidiar con lo menos potable del encierro.
Así, Juan Josè Padilla acaparó la atención desde el mismísimo paseíllo. El noble gesto de romper "formación" para apoyar al alguacillo y levantar de la arena el tocado que unos metros antes se le había caído, le acarreó la ovación de los aficionados que reconocieron el noble gesto en ayuda a un compañero.
Y de ahí todo fue entrega total de ambas partes, comunión y vocación. Si se permite, en primera instancia lo segundo, por lo que los aficionados terminaron volcados ante un torero todo valentía. Entrega y pasión por su profesión.
Su primero, apenas y le dejó asomarse. Un manso de libro, con el que destacó su voluntad por agradar a un público paciente, como esperando el triunfo cantado toros adelante.
Entonces vino su segundo, un toro con el que lució con el capote en verónicas, chicuelinas y navarras. Banderillas en mano, terminó por cuajar un tercio espectacular, coronado con la suerte del violín, en todo lo alto ante el contento general.
El torero entonces se echó para adelante con un toro que se prestó, aunque hacia la mitad de la faena protestaba. Pero la faena ya estaba en vereda y los aficionados entregados sin cortapisas. La estocada entera tendida y desprendida no fue óbice para la fuerte petición de las dos orejas, que al final otorgó el juez de plaza desde las alturas.
Por lo que toca a Federico Pizarro, vivió destacados pasajes con su primer toro de la tarde. El joséjulián tuvo clase y se desplazaba por ambos lados, pero se les pasó la mano en la suerte de varas. Y aquello no pudo tomar el vuelo esperado, si bien se registraron pasajes de subido valor.
Con la muleta planchada, siempre citando muy adelante, Pizarro alcanzó buenos momentos con la sarga en la derecha y dos naturales de mención, por lo que merecida fue la vuelta con petición de trofeo al final de su labor.
Su segundo fue un toro que punteaba y con el que anduvo dispuesto. Lo mejor, la estocada que hizo rodar al morito sin puntilla.
Y se armó la escandalera al no otorgarse la oreja tras sendo espadazo en todo lo alto. Claro que se pueden otorgar orejas por un solo estoconazo, aunque en justicia para el juez Ulises Zapata habrá que citar la mácula del derrame provocado.
Con el de regalo -de la misma divisa-, todos terminaron por olvidar la empapada tras el fuerte aguacero. El toro de 592 kilos provocó tres tumbos a los dos varilargueros de la cuadrilla de Pizarro y trajo a maltraer a las cuadrillas.
Largo como una locomotora, el astado tuvo una lidia incierta. En principio alargando la gaita quitando engaños y luego de los tumbos citados, regalando intermitentes embestidas, aunque terminó rajado. El diestro le plantó cara, se gustó en algunos muletazos y los aficionados terminaron por despedirlo entre aplausos.
Quien no las trajo todas consigo fue el torero de la tierra, Michelito Lagravere, que se llevó lo menos potable del encierro y con los que lo intentó. Su primero, un toro que parecía que rompería a bueno, terminó aplomado, con medias arrancadas y hasta colándose, por lo que poco hubo para contar en casa.
Con su segundo, tampoco hubo mayores posibilidades. El toro protestó y aunque el novel espada le buscaba las vueltas, no hubo más que irse tras la espada.