Urge, con “u” de urgencia, que Juan Pablo Sánchez ya se ponga fino con las espadas. Hoy tuvo una tarde importante; lo que salió por la puerta de toriles de la "Nuevo Progreso" de Guadalajara fue una corrida seria de verdad. Que mostró crianza, selección, romana y toda la evidencia de cinqueños, tanto en características, como en su comportamiento que mereció el respeto de todo mundo, para todo mundo: ganadero, espadas, cuadrillas, público y empresa.
Y frente a esto, el torero aguascalentense mencionado al inicio, se portó como eso… como un torero. Pues ya verán si tengo o no razón: dejar ir una salida a hombros de este coso, por fallar con la espada, no es justo. A guisa de compensación, el público le correspondió por un par de faenas serias, solventes, de entrega y de buen toreo, con el grito consagratorio de ¡torero, torero!
A "Quitupán" –todos los toros fueron nombrados como poblaciones jaliscienses– el primero de su lote, con 545 kilos en los lomos, negro bragado corrido, con un par de aleznas por pitacos, Juan Pablo le metió en la sarga con derechazos por bajo, con una rodilla flexionada, para rematar en los medios con un cambio de mano pa’ cartel de lujo. Al pupilo de los señores Martínez Urquidi, le sobró la voluntad de acudir, mas también para puntear de tan fea manera que, incluso el temple proverbial de Juan Pablo fue superado.
No así la convicción del torero. Ya luego, el toro levantó la cara para embestir a media altura y las acometidas perdieron emotividad, hasta que por fin el toro se rajó. Entonces llegó el “coco”. No Lucifer, sino el de Sánchez, o sea… la espada.
Por fortuna, se encontró en su turno segundo –sexto de la tarde– con "Mezquitic", un cárdeno que mejoró las embestidas de sus hermanos, aunque empezó con poca fijeza. Al llamar a muerte, el espada sometió por bajo al astado para luego, dueño ya de la situación torearle por ambas manos, en series equilibradas –ni cortas, ni largas– por ambas manos que tuvieron temple, dimensión, detalles oportunos y de buen gusto.
Estas cualidades capitalizaron el son, el ritmo y la fijeza de este buen ejemplar que, a criterio del juez –y el asesor apá– mereció el arrastre lento y, si no hubiera sido porque Juan Pablo Sánchez le pinchó, para dejar una entera al segundo viaje, sí cortó un auricular, y perder la segunda por el pinchazo. En fin, que está el espada en un gran momento y que una tarde sale a triunfar a como dé lugar, y la siguiente también.
Joselito Adame es un gran torero que hoy no estuvo a su altura. Sí, con entrega. Sí, con valor. Sí, con mejoría en sus formas, y sí, con temple, más buen gusto. Y también, raro en él, con algunas precauciones que nos dejó preocupaciones. Muy bien con el primero de su lote, un tío con 560 kilos y unos pitacos así.
Como muestra de mi afirmación pongo el quite rítmico por navarras, para en el tercio final cogerse de las tablas y pasarse a "Mixtlán" por la faja, muy de verdad. Fue bien recogido el toro, ya que su tendencia eran las tablas, y Adame lo enceló con la voz para torearlo en buenos redondos por la derecha. Por el lado siniestro, el toro no quiso nada, así que José volvió a la mano diestra, para enredarse con el astado en series por derecha, un par de ellas rematada con un trincherazo bien toreado y bien realizado. Sepultó el estoque hasta las cintas, que no bastó, para mandarlo al otro mundo con el primer golpe de la de cruceta. Una oreja de consolación.
Con el segundo hizo –también– las cosas correctamente. Muchos pasajes de temple. Recuerdo una serie con la izquierda que caló fuerte en los tendidos, porque tuvo hondura, temple y dimensión. La espada le pintó bastos para tirar un trofeo bien ganado.
El extremeño Alejandro Talavante dirían los de mí pueblo “es que trae novia”. Hombre, no lo sé, además no es, ni debe ser de mí incumbencia, pero, la realidad es que Talavante es un torero, que a los mexicanos, vaya que nos gusta, pero hoy, no sé. Toreó con limpieza, con oficio, con eficiencia, con eficacia; pero no acabó de entenderse con los tendidos y aunque, como premio a su voluntad, se llevó una ovación al finalizar el primero de la tarde, se granjeó los pitos en el segundo de su lote.
Con toda la intención de agradar –no se iba a dejar vencer– regaló el reserva de Montecristo, un castaño bociblanco, muy bien presentado, el que, para colmo, se dejó la casta en el rancho. Así no hay manera. Silencio en el de regalo. .