Arturo Saldívar es una realidad… está convertido en un estupendo torero y la tarde de este domingo mostró las facetas que lo avalan como tal, pues en una primera instancia dejó patente la raza que se necesita para caminar en esta dura profesión, mientras que después brindó ese torero ligado y de clase que tanto gusta a los públicos.
La faena de mayor calado fue la que consiguió ante su segundo, un toro de pinta más parecida al melocotón que llegó con movilidad al tercio mortal y que al inicio embestía como una maquinita, lo cual no lo hacía sencillo de templar. Saldívar comenzó con el péndulo en los medios y después le fue encontrando el pulso a las boyantes embestidas del toro de La Joya, al que antes le había recetado un bonito quite por chicuelinas.
Con empaque y verticalidad comenzó a endilgar los derechazos, mostrando ya ese concepto que ha ido definiendo, sentado en los riñones y sacando el pecho, atemperando los trazos y cuajándolos con gran ligazón. Al natural no lo vio claro el torero, pues el viento lo molestaba y con la muleta desarmada la complicación es mayor, aunado a que el ejemplar no contaba con la misma claridad por este pitón.
Y así, para mantener el tono inicial de la faena, el diestro surgido de Tauromagia Mexicana volvió a tomar la sarga con la derecha, llevando acompasadas las embestidas de un ejemplar que fue perdiendo un poco de gas, fiel a la característica de su encaste español. Lo que no perdió fue la exigencia, ante un Saldívar que anduvo centrado y sin realizar mayores adornos para aderezar una labor que culminó con bernardinas, no sin antes torear por dosantinas que fueron muy aplaudidas.
Pinchó en su primera oportunidad con la toledana y liquidó de tres cuartos caídos, para que el juez atendiera la petición y le otorgara una oreja. Mientras tanto, los restos del toro fueron llevados al desolladero en un arrastre lento que fue pedido y bien aceptado por el grueso del respetable.
Al castaño que hizo primero de su lote le pegó buenos naturales, pero tuvo que tirar de raza cuando comenzó a quedarse corto y regateaba las embestidas, mirándole los muslos. Saldívar se mostró valiente y firme, con sitio, pisando terrenos comprometidos y extrayendo pases de mucho mérito, lo que le granjeó en las ovaciones de los tendidos. Al final, falló con el acero y después descabelló con mucho arte (si cabe la expresión), para saludar una gran ovación desde el tercio.
Diego Silveti pudo haber tocado pelo ante el sexto, pero la espada se lo impidió. El jabonero se movió y metía la cabeza con cierta calidad, transmitiendo. De largo se arrancó el burel al inicio del trasteo y Diego comenzó toreando con sabor llevando la muleta en la derecha, ligando, bajando la mano y reponiendo el terreno justo.
Los naturales tuvieron dimensión, aguantando en algunos de éstos cuando el toro se llegó a frenar, redondeando dos tandas por este perfil. La faena, sin embargo, no alcanzó a explotar de forma rotunda pues hubo algunos altibajos, en medio del vendaval que le molestó en demasía.
Quieto se quedó Diego en las bernardinas sin espada, en lo que fue un emocionante final de faena, pasándose cerca los pitones. El primer espadazo fue muy bajo y no tuvo efectos, de tal manera que liquidó hasta el segundo intento y se retiró entre palmas, mientras que el ejemplar recibió arrastre lento. A destacar que, en este toro, el subalterno Cristian Sánchez puso al público en pie tras un galleo seguido de un par en todo lo alto.
Su primero (que no fue del encaste español Domecq) fue un ejemplar que no contaba con mayor transmisión y que era tardo al momento de los cites. Diego anduvo insistente, pero las condiciones adversas no permitieron que el tema lograra despegar.
Juan Pablo Sánchez realizó una faena con muletazos reposados ante el primero de la tarde, toro que tenía clase pero poca fuerza. El hidrocálido dio muestras de ese temple tan especial que atesora, pulseando magníficamente las embestidas por el pitón derecho y regalando también naturales de bella factura. La posibilidad de la oreja se esfumó al fallar con el acero.
El segundo tuvo escasa fuerza e, incluso, a media faena se echó y ya no se levantó “por nada de este mundo”, y al parecer se lastimó una de las manitas. Al ser imposible ponerlo en pie, el juez autorizó que el astado fuera apuntillado. Bajo estas circunstancias, Juan Pablo determinó regalar un toro.
De Vistahermosa fue el burel, mismo que ofreció muy pocas opciones de lucimiento pues, aunado a su debilidad, acudía con sosería. A destacar la actitud del hidrocálido, que pegó un par de naturalazos en lo que fue el mejor momento de su actuación delante de este séptimo ejemplar.
Para ser sinceros esperábamos una mejor entrada para este cartel de las “Tres Eses”. Naturalmente que estos toreros son todavía muy jóvenes, pero la proyección que han manifestado en ruedos de México y Europa es digna de resaltar y tomar en cuenta para que puedan convocar a mayor número de aficionados en esta capital.