El pintoresco pueblo de Tanicuchí se mostraba diferente, sus contadas calles eran recorridas por un desacostumbrado número de personas y vehículos, el ir y venir apresurado y ansioso de pequeños comerciantes ofertando una creativa variedad de artículos y alimentos, se sumaba al sonriente caminar de los lugareños que lucían en sábado su parada dominguera; la larga calle que concluye en la misma plaza de toros se vistió de rostros de expectativa que buscaban llegar sin demora a su destino.
Junto al escenario taurino las risas infantiles surgían de un carrusel y sus infinitas cabalgatas, los gritos provenían de la rueda de la fortuna que con sus elevados giros asustaba a más de uno, otros en tanto apostaban al tiro al blanco usando destartaladas escopetas cuyos amañados proyectiles buscaban, una y otra vez al esquivo premio. Los olores de dulces y alimentos completaban un ambiente excepcional, es que la feria se había instalado en el pueblo, activando la diversión popular y el interminable círculo virtuoso de beneficios económicos que para infinidad de sectores comporta la fiesta de los toros.
A pocos metros de distancia en las puertas de acceso a los tendidos de la plaza ya se agrupaban los aficionados que con el boleto en sus manos no ocultaban la ilusión dibujada en sus rostros, al tiempo que en el pequeño patio de cuadrillas los lidiadores encabezados por los matadores de toros Juan Diego, de España; y Martín Campuzano, de Ecuador, trataban de dominar una ansiedad que crecía al ritmo del paso de los minutos.
En los chiqueros de la plaza serenos aguardaban seis toros con los hierros de Peñas Blancas y Santa Coloma, astados que por su impecable presentación otorgaron a la tarde vitola de gran suceso. En conjunto el encierro tuvo matices en su comportamiento y bravura, destacaron por sus prestaciones los lidiados en primer y tercer lugar, el cuarto de la tarde, por su clase, fue indultado en forma polémica por decisión del presidente de plaza.
Más allá de la labor de los espadas y del número de orejas obtenidas, lo verdaderamente trascendente de la tarde fue que el toro, el verdadero toro de lidia, con la edad, el peso y las defensas que otorgan emoción y verdad a todo cuanto sucede en la arena, llegó a una plaza provincial, para marcar el camino de jerarquización de las funciones taurómacas en todo el país, a partir del salto cualitativo vivido ayer a los pies del también imponente Cotopaxi.
A la hora de referirnos a lo ocurrido en el ruedo hay que destacar con letras mayúsculas la firmeza, solidez y valor demostradas por Martín Campuzano que dio la talla ante un compromiso superior que reclamó de sus actores capacidad técnica, claridad de ideas y disposición de ánimo.
El europeo Juan Diego realizó una interesante faena al primero de la que sacamos en limpio el quite por verónicas y tres buenas series de muletazos con la mano derecha, en especial la última, de mano baja y buen trazo, el pinchazo previo a la estocada le arrebató la oreja. El toreo clásico se repitió en el tercero, ante una res que tuvo calidad por el pitón derecho, los muletazos surgieron con cadencia y en esta ocasión la estocada entera convalidó el trofeo. El quinto fue un toro de impresionante aspecto, digno de ser lidiado en las más importantes plazas del mundo, Juan Diego lo plantó cara pero la res tuvo escasa movilidad y poca duración, tras el esfuerzo el coleta dio una vuelta al ruedo.
El compatriota Campuzano tuvo su tarde soñada, seguro y entregado obtuvo un total de tres orejas y un rabo, reflejo de trasteos solventes y sobre todo, emocionantes. La cima de la tarde se vivió en el cuarto toro del festejo, animal de gran clase que tomó las telas con prontitud y bondad, al que el paisano le recetó una faena variada seguida con entusiasmo por el público. Sin embargo, la actitud del diestro en los otros ejemplares que completaron su lote fue impresionante, colmada de hombría y ambición. Al segundo le cortó la oreja tras una labor con base a la seguridad y al sexto, un toro descomunal, le instrumentó muy buenos muletazos.
Tarde notable que permite sumar otro enclave de categoría en la geografía taurina nacional; el caso es que Tanicuchí como tantas y tantas ciudades y poblados de nuestro país vivió un estado de excepción alrededor de una actividad que ha marcado desde siempre a nuestra gente.
Plaza de toros San Lorenzo de Tanicuchí, Ecuador.- Tres cuartos de entrada en tarde fría. Tres toros de Peñas Blancas (1o., 3o. y 4o.) y tres de Santa Coloma (2o., 5o. y 6o.) Pesos: 425 420, 484, 460, 540 y 590 kilos. Juan Diego (azul noche y plata): Silencio, oreja y vuelta. Martín Campuzano (marfil y oro): Oreja, dos orejas y rabo simbólicos y dos avisos.