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Castella se reencuentra con el arte (video)

Domingo, 22 Ene 2012    México, D.F.    Juan Antonio de Labra | Foto: Sergio Hidalgo           
Cortó dos orejas tras cuajar una excelente faena al segundo toro
Los toreros no son seres normales, me queda claro; y por tanto, antes que verlos como héroes literarios que se juegan la vida delante de un toro, es preciso tratar de comprenderlos como personas de carne y hueso.

En la órbita de aduladores en la que suelen vivir las figuras del toreo, se percibe de todo un poco, y quizá por ello, los más tímidos, a veces tienen reacciones extrañas en su comportamiento. Y no es para menos, pues el egocentrismo del que está dotada le mentalidad del torero puede generar confusión.

Más aún si se trata de toreros sensibles, como el caso de Sebastián Castella, que esta tarde volvió a reencontrase con el arte; ése que en muchas ocasiones le escatiman, tratando de cantarle su consabido valor, piedra angular de una tauromaquia que ha ganado en profundidad… cuando está de vena, como el día de hoy.

Y se notó que salió a torear tranquilo, con la seguridad del hombre pleno y feliz que vive su profesión a tope, despejado de cualquier telaraña mental, abierto al diálogo puro y sincero con el toro, el que se lleva en la intimidad más absoluta aunque se esté rodeado de miles de ojos.

Porque la faena que cuajó a "Habanero", el toro de San Isidro corrido en segundo lugar, fue de las que dan la respuesta perfecta cuando nos preguntamos por qué un torero llega a ostentar el calificativo de figura.

Y en este caso, Sebastián dejó en claro que para conquistar a la afición de La México es preciso torear despacio, con temple, recreándose en los muletazos, como de hecho lo hizo casi desde que el toro se arrancó de largo, y con mucha transmisión –que fue su mayor virtud– en el preciso instante en que se disponía a brindar al público.

Recordé una estampa parecida que tuvo lugar en la hermosa plaza de Acho, por allá del año 2005, cuando un toro de Roberto Puga se le arrancó desde el tercio con mucho poder en el momento en que el francés se disponía a desplegar la muleta para pincharla con el ayudado.

Con la misma naturalidad, y una pasmosa temeridad, miró al toro de reojo al escuchar el alarido de la gente y terminó cambiándolo de manera limpia y escalofriante con un péndulo, casi de la misma manera en que hoy se sacó al de San Isidro por el pecho en un pase por alto que cautivó al público. Ese fue uno de los pasajes estelares de la corrida, sin duda.

Y es como si aquella tarde limeña, en la etapa en que Sebastián ya apuntaba para figura, se hubiese conectado, más de seis años después, con esta de La México, porque el sentimiento que provocó en la gente fue tan diáfano como su toreo, que fluyó sin fracturas a lo largo de toda la faena.

En un palmo de terreno, con estructura ojedista y trazo largo, una combinación que a veces resulta incomprensible técnicamente si no se tiene el aguante necesario y las muñecas bien engrasadas para dar los toques a tiempo e imantar la embestida, Sebastián se enroscó la embestida de "Habanero" una y otra vez.

Y así discurrió la obra, en total armonía con el público, y una imaginaria conversación con el toro que fue dulcificándose conforme Castella templó cada una de las embestidas. Faena larga, cadenciosa, rítmica y de mucho fondo, que en esta plaza supo a gloria y reencuentro con el sentimiento, el del enigmático artista que lleva dentro.

Si la historia medular de la tarde fue este trasteo, no puedo negar que el esfuerzo de El Payo también tuvo su miga y un desenlace injusto para el queretano, que debió acompañar en la salida a hombros a Sebastián. Por derecho propio. Pero no fue así por esos azares del destino que sirven para recapacitar muchas cosas y tomar el camino correcto. Porque hoy, El Payo, se bajó del ladrillo, y enseñó que tiene raza y un valor muy serio para llegar lejos… si se decide a concentrarse en su profesión y se plantea objetivos a corto plazo. Me figuro que el de hoy era entrar al hipotético cartel del 4 de febrero, para el que hay muchos candidatos con merecimientos.

Después de una primera faena correcta, dotada de raza, aunque carente de expresión, salió a morirse en el sexto, un toro capacho que tendía a rajarse hacia las tablas, donde apretaba y en ocasiones se quedaba corto. No escatimó Octavio darse a manos llenas, sino que le plantó cara con hombría y se lo zumbó hasta que sobrevino una alarmante voltereta de la que cayó estrepitosamente a la arena.

A nadie se le olvida la gravísima lesión que casi lo quita de torero, la del día de Navidad del 2009 en Querétaro. Pero el altivo queretano sabe para qué los tiene bien puestos, y se levantó a seguir toreando como si de un novillero rabioso se tratase, con una actitud digna de encomio.

Una estocada entera, un tanto trasera, le puso en las manos una oreja que algunos le pitaron, los que tal vez no entendieron de qué se trataba la cosa. Y no conforme con eso, El Payo regaló un sobrero de la misma divisa, que le dio otros dos golpes fuertes, de salida, con el capote, al tratar de recibirlo en los medios, y más tarde con la muleta.

Dolorido, y hasta agobiado, Octavio sudó la ropa en otra demostración de arrojo que, lamentablemente, no tuvo recompensa sino la de marcharse de la plaza con la frente en alto y el deber cumplido.

Salvo por sus vibrantes tercios de banderillas, la actuación de El Zapata es de esas que es preciso mandar borrar de inmediato de la memoria colectiva de los aficionados, pues al tlaxcalteca se le vio espesito de ideas y sin rumbo definido para solventar la papeleta.

Y eso de ser un gran banderillero de poco le sirvió a la hora de coger la muleta con dos toros complicados, el primero por listo y el otro por soso, que apenas y le permitieron mostrarse ante un público que cada día le exige más, algo que no es malo; por el contrario.

Ficha
México, D.F.- Plaza México. Decimosegunda corrida de la Temporada Grande. Unas 18 mil personas en tarde agradable. Siete toros de San Isidro (el 7o. como regalo), desiguales en presentación y descastados en su conjunto, salvo el 2o. que tuvo mucha transmisión y fue premiado con arrastre lento. Pesos: 524, 480, 508, 483, 485, 482 y 480 kilos. Uriel Moreno "El Zapata" (teja y pasamanería blanca): Pitos tras dos avisos y pitos tras aviso. Sebastián Castella (lila y oro): Dos orejas y silencio. Octavio García "El Payo" (azul marino y oro): Leves pitos tras aviso, oreja con división y ovación en el de regalo. Al finalizar el paseíllo la porra le entregó un premio a El Zapata como triunfador de la temporada anterior. Destacó en varas Pedro López, y con los palos José Chacón, que saludó.


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