Cinco orejas se ha repartido la terna de hoy, en lo que ha sido el tradicional festival taurino de la segunda de las tres ferias que celebra al año, el taurino poblado de Ajacuba, ésta correspondiente a la de Santa Teresa, en la que la plaza portátil instalada aquí, registró un lleno a reventar.

Manolo Mejía estuvo entregado, con un novillo que fue violento, que se defendió siempre y con el que ha estado solvente y, como siempre, en maestro, intentando agradar para extraerle los pases. Lo despachó de media estocada apenas delantera, con la que cortó una oreja.

Por su parte, Federico Pizarro estuvo bien al torear con el percal, en lances templados, para luego quitar por chicuelinas rematadas con vistoso recorte. De muleta se hizo con inteligencia de la res, que tuvo clase, que sólo en dos tandas por el pitón derecho se desplazó con largueza. Por el izquierdo, aunque también metía a la cara, no quería alargar la acometida, así que Pizarro lo aguantó e hizo que fuera hasta allá. Por momentos el animal quiso buscar su querencia, realizando el torero un trasteo largo, esbozando muletazos con calidad. Finalizó su labor con algunos adornos, antes de colocar una estocada en lo alto que le valió cortar dos orejas.

El tercer ejemplar del festejo fue para Leopoldo Casasola, que lo toreó bien de capa y lo midió en varas pues el novillo fue justo de fortaleza. Quitó por chicuelinas y con la muleta, de mitad de faena en adelante fue cuando le tomó mejor la distancia entendiendo a un novillo noble, con fijeza, clase y recorrido, al que en esa etapa le cuajó ayudados largos, bien rematados, así como por el pitón izquierdo, lado por el que había que tomarle simétricamente la distancia para que repitiera de la misma manera que por el derecho. Hubo adornos y un pinchazo antes de dejar media estocada en buen sitio. Le concedieron un trofeo.

Cerró plaza José I. Ortiz, que con uno de los novillos más cuajados, largo y hondo, ha dibujado lances con clase, que le corearon. Quitó por chicuelinas y protagonizó un meritorio segundo tercio, pues el novillo comenzó a complicarse y a medir. Con la muleta estuvo firme y tratando de agradar, sacando de su cabeza toda la técnica que tiene, para desengañar y hacer pasar a una res deslucida, complicada que se orientaba y que terminó por rajarse. Le robó muletazos meritorios, mismos que le reconocieron. Señaló dos pinchazos y estocada en buen sitio, para cortar un apéndice.