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Desde el barrio: Animalistas inhumanos

Martes, 11 Oct 2011    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
La tremenda cornada en el rostro sufrida por Juan José Padilla en Zaragoza ha servido para muchas lecturas. La nuestra, la de las gentes del toro, es la de siempre, la más clásica y lógica: la constatación, una vez más, de la dureza y la verdad de este espectáculo; la grandeza y la hombría de quienes se ponen cada tarde delante del toro aun a costa de que, en ocasiones, sucedan dramas como el sufrido por el torero jerezano.

La entereza de Padilla en el hospital, su reafirmación en volver a torear a pesar de que ese toro de Ana Romero le haya desfigurado la cara y anulado la vista del ojo izquierdo, habla muy a las claras del rocoso material anímico del que están hechos estos vilipendiados héroes del siglo XXI.

Ese es nuestro pensamiento, pero, admitámoslo, no el de los que nos ven desde fuera. Por eso, la repetición incansable de las dantescas imágenes del percance en los medios de comunicación hay que achacarlas no tanto a la difusión de esa grandeza de la que hablamos, para que el público general sea consciente del mérito de los toreros, sino más bien al afán comercial de diarios y televisiones, a su afanosa y  recurrente explotación del morbo. Para eso sí saben aprovecharse de un espectáculo del que día a día desdeñan su parte más brillante.

Pero a eso estamos ya acostumbrados. En cambio, hay consecuencias de este percance mucho más difíciles de digerir y que uno, por mucho que lo intente, no acabará nunca de aceptar con resignación. Y en especial esa incívica, insultante y violenta corriente animalista que celebra con odio el dolor de los toreros y de sus familias.

Entren a los medios digitales que aceptan comentarios de los lectores y comprobarán como, desde el más cobarde de los anonimatos, son muchos los individuos –no llegan ni al calificativo de personas– que vierten el contenido de sus malas tripas a propósito del drama de Padilla. Que le desean lo peor, que se alegran de la circunstancia y que, por si algún indeciso llega a conmoverse o a entender la parte heroica del asunto, intentan envolver de bilis todo lo que de ejemplar pueda tener la valerosa actitud del torero.

Sí, esta sociedad enferma ha llegado hasta estos niveles de demencia, a alegrarse por el dolor humano en venganza por el "dolor" de los animales. A conmoverse por el supuesto sufrimiento de un toro bravo –qué mayor desprecio a este soberbio animal que  tenerle compasión– y a desear la muerte cruenta de quien se le enfrenta noblemente arriesgando su vida.

De esta forma, incluso una famosa locutora de radio declaradamente antitaurina ha llegado a afirmar que no entiende "cómo quien acude a una plaza de toros a ver torturar animales puede luego abrazar con cariño a sus hijos". En eso quieren convertirnos a los taurinos toda esta sarta de trastornados, en una especie de sicópatas a los que nos niegan incluso sentimientos positivos.

Hemos llegado al punto en que todos estos bien pensantes de la nueva e hipócrita sociedad, estos inhumanos animalistas, nos han señalado como elementos dañinos y nos han puesto en el punto de mira de sus ataques. Y, como decía aquí hace unas semanas, hay que andarse cuidado. Porque de la violencia verbal a la física hay apenas un paso.


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