El descastado juego del encierro de Juan Huerta obligó a los toreros a sobreponerse, y los cuatro espadas del cartel tuvieron que estar por encima de las condiciones inciertas de los novillos, siendo el tlaxcalteca Antonio Galindo y Salvador Barberán, los que firmaron los mejores pasajes del festejo que resultó tedioso en distintos momentos.

Galindo sigue dejando sobre la arena de esta plaza su personal sello, y ahora fueron un par de series de naturales muy reunido, con temple, cadencia y un pellizco artístico que arrancó los olés más fuertes de la tarde. El tlaxcalteca también bosquejó unas verónicas de calidad ante un novillo berreón, y que tendía a huir, y aunque al final faltó redondez a su trasteo, enseñó que es un torero con una personalidad y un valor sereno al que no hay que perder de vista.

Barberán enfrentó al novillo más hecho de todos, que fue centrándose en la muleta desde el comienzo de un trasteo de menos a más en el que el torero de Algeciras toreó con asentamiento de planta, girando en los talones y con un sentimiento especial que le llegó mucho al público. A la hora de matar colocó una estocada de limpia ejecución, pero con tendencia al lado contrario. El novillo dobló pronto y aunque el público pidió la oreja, el juez de plaza no la concedió. No obstante, Barberán dio una aclamada vuelta al ruedo.

Adrián Padilla sorteó un ejemplar que tampoco embistió con franqueza y acudía a la muleta arrollando. El leonés se esforzó de principio a fin casi sin resultados, en una faena intermitente en la que tuvo que aguantar los derrotes del ejemplar de Juan Huerta.

Rodrigo Hernández anduvo persiguiendo por todo el redondel afanosamente al novillo que abrió plaza. Aquel manso de libro no le permitió dar ni siquiera una serie de muletazos a gusto, en una labor que fue comprendida por la gente.