Ignacio Garibay y Rafael Ortega cortaron dos orejas cada uno, durante la corrida nocturna celebrada hoy en San Luis Potosí, y ambos salieron a hombros al finalizar un festejo donde Mario Aguilar se dejó el triunfo en la espada y fue ovacionado.

La rivalidad que hubo en el ruedo calentó el ambiente prácticamente desde el comienzo de una corrida que tuvo muchos matices interesantes de resaltar, y mediada la mitad de la misma, los triunfos del tlaxcalteca y el capitalino revitalizaron el resto del festejo.

Rafael Ortega estuvo muy esforzado en los tres tercios y ofreció una nueva demostración de actitud ante el cuarto, un toro que, sin emplearse del todo, ofreció posibilidades de lucimiento. Después de un vistoso recibimiento capotero, lo banderilleó con su consabida espectacularidad y más tarde le hizo una faena emotiva que remato´de una gran estocada para tumbarle dos orejas.

En su primero, un toro un tanto basto de hechuras, que no funcionó, Rafael trató de buscarle las vueltas sin conseguir resultados favorables y se retiró en silencio.

Ignacio Garibay metió el acelerador a fondo en el quinto, al que recibió de rodillas, en los medios, en el comienzo del trasteo. La gente le respondió a Nacho en todo momento y como realizó una faena entonada que remató de una estocada efectiva, también le concedieron dos orejas de importancia en medio de la algarabía del público.

Delante del segundo de la noche mantuvo un buen nivel con el capote, como lo haría en el segundo de su lote, y después intentó hacer las cosas bien en una faena que no tuvo demasiado eco en el tendido porque el toro se desfondó y terminó embistiendo con la cara alta. No obstante, lo llamaron a saludar en el tercio y hubo una ligera petición de oreja que no fue atendida por el juez de plaza.

Mario Aguilar volvió a demostrar que en él hay un torero a tomar en cuenta, y en sus dos intervenciones toreó con buen gusto y regaló detalles de mucha plasticidad, como fueron los profundos pases de pecho con los que abrochó las series de redondos y naturales que extrajo a un lote dócil, carente de transmisión, que fue lo que más se echó en falta del encierro.

Cuando parecía que podía cortar una oreja en cada toro, el hidrocálido emborronó su atractiva labor con los aceros y tuvo que concretarse a escuchar palmas de aliento de un público que vio con muy buenos ojos su desempeño.