En estos tiempos convulsos y de amenazas a la fiesta brava en México, nos urge un torero con arraigo popular que interese y llene las plazas. Para ello, se requiere dar oportunidades a los jóvenes. Rascar por todo el país para descubrir un muchacho con personalidad y valor que pueda conectar e interesar.
Inspirados por el modelo español, los apizaquenses lanzaron un certamen para novilleros sin picadores: la Copa Pana. En España, la Fundación Toro de Lidia ha revitalizado la fiesta con circuitos como la Copa Chenel, que han sabido involucrar a poblaciones pequeñas, con tradición taurina pero fuera del circuito de los reflectores y construir marcas que proyectan a muchos toreros. Apizaco, con su plaza monumental y su tradición viva, toma la delantera en un esfuerzo similar: el de articular territorio, cantera y sentido de pertenencia para volver a poner al toreo joven en el centro de la conversación.
La Copa Pana busca también homenajear al iconoclasta torero de Apizaco, Rodolfo Rodríguez "El Pana". Rodolfo fue un torero extravagante. Dueño de una fuerte personalidad, incomodaba a algunos y seducía a otros. Una de las temporadas de novilladas más vibrantes fue la de 1978, en la que El Pana causó sensación y cautivó al público.
Cuando, por sus excesos, El Pana fue relegado y condenado al ostracismo, doña Nieves lo evocaba desde los tendidos de la Plaza México, clamando: "¡Y arriba El Pana!" Un grito que trascendió la anécdota y se integró en la memoria colectiva taurina como símbolo de fervor genuino.
Gran acierto de los tlaxcaltecas al bautizar el certamen novilleril como "Copa Pana", porque anhelamos un torero distinto, auténtico, que vuelva a conectar con las raíces taurinas mexicanas. Cansa ya la mediocridad y, sobre todo, la repetición sin alma de moldes foráneos por parte de toreros nuestros que imitan lo español sin digerirlo.
El primer triunfador de la Copa Pana fue el tapatío Hugo Granados. Un joven con garra y ambición. Recuerdo que destacó desde su llegada a la Academia Municipal Taurina de Guadalajara. Óscar Rodríguez "El Sevillano" me dijo entonces que había que seguirle la pista: tenía madera y hambre de figura. En la final del certamen, se mostró con apetito de triunfo, temple y una elegancia incipiente. Frente a un novillo De Haro tardo y algo débil, dejó ver su personalidad: chicuelinas con sabor y una tanda de naturales ligada y firme, que le valió la oreja.
Ojalá este tipo de iniciativas se replique en otras regiones del país. ¿Qué tal una "Copa Eloy" que rinda homenaje a la última gran figura que ha tenido nuestro país? Podría ser el impulso para que un puñado de huercos norteños —con anhelo, carácter y ganas de dejar huella— emulen a quien sigue siendo un gran ídolo. ¿Imaginen un encuentro entre el triunfador de la "Copa Pana" y el de la "Copa Eloy"? Contraste absoluto, el de Eloy y El Pana; pero también, una doble afirmación de autenticidad y torería.