¿Dónde quedó la ambición del hidrocálido? Buena pregunta, sobre todo ahora que ya, desde hace unos tres años a la fecha, se ha instalado en una placentera comodidad, de la que esta tarde de tanto compromiso no quiso apartarse. A diferencia de su anterior actuación en Las Ventas, el 17 de mayo de 2022, cuando se la jugó en serio con aquel temperamental toro llamado "Carantoña", de la divisa de Araúz de Robles, que le dio una pavorosa voltereta que lo obligó a utilizar un collarín durante más de cinco semanas.
Y en este momento, más que nunca, con la Fiesta amenazada en México, era el día ideal para acaparar titulares mediante su consabido oficio, pero aplicando más fibra y determinación a su andar por el redondel, como en esas otras tardes en que, a lo largo de su brillante carrera, ha dejado constancia de su entrega. Pero hoy no lo vio claro Joselito y con esa actitud, un tanto conformista, enfrentó al tercero, un colorado que fue muy mal lidiado en banderillas y llegó con ligereza a la muleta.
José intentó someramente de encontrarle la distancia para reponerse entre los pases, pues a veces el toro hacía hilo, y estuvo más preocupado por el viento que por encauzar las buenas embestidas del de Lagunajanda, que exigía un punto mayor de mando.
A la hora de perfilarse a matar, sobrevoló la plaza un vago recuerdo de la estocada sin muleta a "Omaní" en 2017, al que estoqueó sin muleta y le cortó un oreja de mucho mérito. En este caso Joselito se perfiló demasiado largo para intentar una estocada a un tiempo que tampoco le dio resultado, pues ya venía arrastrando, a lo largo de la lidia, esa falta de concentración que se fue acumulando conforme transcurrieron los minutos.
Si acaso, de su actuación cabría rescatar un par de series con la muleta en la mano derecha, pero sin la suficiente enjundia para conectar con el público, que lo trató con la misma indiferencia que el torero había puesto en su quehacer, y así, en esta plaza, no se llega a ninguna parte.
El quinto era un toro negro, también de buenas hechuras, que se movió con boyantía desde el capote, con el que Adame sólo consiguió a bosquejar un par de artísticas medias verónicas, pues su intervención en quites tampoco dijo nada en ambos ejemplares, ni en los de sus compañeros.
La faena comenzó debajo del tendido del 7 con unos estatuarios en los que el de Lagunajanda mostró que se iba largo, y el desmayado desdén que le dio Joselito en el remate, vino a confirmar la clase que tenía por ese pitón. Se lo sacó a los medios y ahí le dio algunos muletazos estimables en redondo, girando en los talones, con la figura vertical y relajada.
Después la faena parecía que iba a crecer con la muleta en la zurda, pero no hubo la chispa suficiente para que aquello se fuera para arriba, en medio del escepticismo de un público que estaba midiendo constantemente la actitud del torero, con una frialdad que quizá hizo mella en el ánimo de José.
En el final de faena, a pies juntos, lo que ya se ve poco, hubo otros muletazos sueltos de aceptable factura, pero ya era demasiado tarde para cambiar el veredicto de la gente, y lo mejor vino con la espada al colocar una estocada de limpia ejecución de la que el toro tardó en doblar. Así concluyó este paseíllo número 18 de Joselito Adame como matador de toros en Madrid, sin la gloria que la ocasión requería, tratándose del torero más importante de México de los últimos años. Ni hablar.
Con la frescura de sus 23 años, y con todo por delante, Alejandro Peñaranda dejó buenas sensaciones a lo largo de la tarde de su confirmación de alternativa en Madrid, y la gente lo vio con agrado durante la lidia de sus dos toros, especialmente en el sexto, el de mayor volumen y más alto del encierro, que se movió con nobleza en la muleta del valenciano.
Los doblones iniciales de la faena, así como las series por ambos pitones, tuvieron trazo largo y verdad en los embroques, por lo que el trasteo fue a más en medio de esas ansias de la gente por aplaudir, en una corrida en la que no había habido muchas ocasiones de hacerlo.
Peñaranda se pasó por la faja lo pitones del toro una y otra vez, y así fue como terminó de convencer a la concurrencia, previo a dejar una estocada con entrega que hizo asomar los pañuelos en los tendidos. Y si la oreja no llegó a sus manos tal vez se debió a la falta de redondez del trasteo, aunque las agradables sensaciones que había dejado entre el público ya se habían hecho patentes, por lo que antes de abandonar la plaza lo llamaron a dar una cariñosa vuelta al ruedo.
Con el de la ceremonia, un toro un tanto reservón e indefinido en el primer tercio, también había estado valiente y decidido en una faena que vino a menos a la par del juego del de Lagunajanda. Mató de un pinchazo y estocada y escuchó un aviso.
Manuel Escribano tuvo que pagar las consecuencias de un toro mal picado, como fue el segundo, al que clavó tres pares con sus consabidas facultades, todos en los medios, pero a cabeza pasada. El toro llegó sin fuerza a la muleta y no era fácil conferir ritmo a su embestida, en lo que el sevillano se afanó sin conseguir del todo porque el toro no se salía de la tela y le complicaba reponerse.
Destacó su toreo al natural, esperando mucho la embestida, dando tiempo a que el toro descolgara la cara, en un pasaje de la faena que el público le agradeció. A la hora de matar, el de Lagunajanda perdió una mano y Escribano señaló un horrible chalecazo del que pidió disculpas, antes de tratar de enmendar la plana con una estocada a toma y daca de la que sacó un pitonazo a la altura del pecho.
Al cuarto lo recibió con una deletreada larga cambiada de rodillas, a porta gayola, una de sus especialidades, en la que el sevillano aguantó sin inmutarse la salida de toriles de aquel pedazo de toro que luego manseó en varas, en una corrida donde la mayoría de las cuadrillas estuvieron erráticas y sin la eficacia requerida.
Manuel cubrió de nueva cuenta el tercio de banderillas con un cuarteo y dos quiebros en tablas, uno clavando al violín y el otro por delante, escaso balance de una actuación gris con los palos. Después no pasó casi nada y esto vino a abonar a la falta de emociones de una tarde plomiza, cuyo entusiasmo se aprestó a rescatar Alejandro Peñaranda antes del final de la corrida con la que concluyó el paso de los toreros mexicanos por la presente Feria de San Isidro.