Una noche de triunfo se vivió el día de hoy en la plaza de Provincia Juriquilla, donde Diego Ventura salió a hombros, tras indultar un toro; cuadro que compartió al lado de Octavio García "El Payo" y Andrés Roca Rey, quienes se repartieron cuatro orejas; en la función que José Funtanet recordará por haber sido escenario de su alternativa.
Permítame, caro aficionado, arrancar con una interrogante: ¿ cómo describir una serie de sucesos que se han mezclado con hondos ─y diversos─ sentimientos?; porque hablar de la vida y la muerte, aunque sea de un toro, conlleva un riesgo… estoy dispuesto a correrlo.
Ya para cerrar el dilatado festejo nocturno, en el provincial coso de Juriquilla, el portugués ─de sevillana crianza─ había decidido ir "a por todas" y, para no dejarse nada, regaló un noveno cajón; ni el frío hizo que los asientos se fueran desocupando, como si la afición supiera lo que vendría. El primer reserva sufrió una aparatosa voltereta, tras el primer rejón, y al caer sobre los lomos hundió el filoso acero que lo descordó… la puntilla sirvió de introito para la faena de la noche; un décimo ejemplar al que Ventura devolvió a los corrales, tras haber sido indultado.
Ya en su primero (segundo de la noche) había dado muestras de su maestría; lució en los lomos de una muy torera cuadra, dominó a su enemigo llevándolo cosido a la grupa y, tras banderillarlo con espectaculares quiebros, se dejó llegar al de Campo Hermoso para clavarle al hilo hasta tres arpones cortos; cuando hundió el rejón de muerte, los aficionados se volcaron para exigir los trofeos. El juez de plaza sacó un pañuelo blanco, mientras un sector del público pedía una segunda oreja.
El destacable colofón de la noche llegó con el décimo que hizo de cierraplaza, un toro que transitó del viernes a los primeros minutos del naciente sábado; tras el desastre que había sufrido el primer reserva, el empresario ─"El Pollito" Torreslanda─ salió presuroso del palco para brindarle otra oportunidad; Diego aprovechó las cualidades del criado por la familia Gómez al grado de que una gran parte del tendido hubo exigido el perdón. "Pintadito", que pintó bien, salió con muchas patas pero el temple de Ventura (y, debo decirlo, de sus caballos) lo metió en vereda; así lo llevó a la grupa y tras sufrir un resbalón, caballo y caballero se irguieron para deleite de la concurrencia: al estribo, colocando banderillas al violín, al quiebro… faena variada y de calado. En cuanto tomó el rejón de muerte, desde diversos puntos del tendido se dejaron ver algunos pañuelos blancos; la petición fue in crescendo, hasta que don Manolo Garrido se puso de pie y sacó el pañuelo verde.
El peruano Roca Rey también tuvo una noche cuesta arriba; sus esfuerzos con el primero de su lote fueron intermitentemente reconocidos por el respetable, aunque silenciados por las condiciones del de Teófilo Gómez. El toro rebrincaba y echaba las manitas por delante en cuanto sentía el percal; el peruano fue consintiéndolo y, tras breve puyazo, realizó un aclamado quite por verónicas. Fue bien adornado con los palitroques (con los que, por cierto, Cristian Sánchez fue reconocido tras espectacular caída en el callejón; afortunadamente sin consecuencias); Andrés valoró las características de su enemigo, al que llevó a media altura y sin exigirle demasiado. Estocada entera y nada más.
Con el séptimo de la noche, tardó en acoplarse y aguantó vara como el toro que fue picado en su querencia natural. Inició el trasteo con la franela, frente al burladero de matadores con estatuarios por alto que le fueron aclamados; el peruano echó mano de su vasto repertorio para domeñar la aspereza del astado que terminó al refugio de la barrera. Con habilidad clavó la toledana para provocar el consagratorio grito: «¡Torero!, ¡torero!»; dos orejas para Andrés y palmas en el arrastre.
Octavio García "El Payo" volvía ante su público luego de la triunfal encerrona, en la tradicional corrida de Navidad, en la plaza de toros Santa María de Querétaro. Vimos a un torero con solera y carácter, sabedor de lo que viene… especialmente el 24 de mayo en la capital mundial del toreo. El queretano batalló para hallarle las embestidas a un astado que solamente le permitiría tandas cortas pero con temple. Sin duda se entregó y el público supo valorarle su tesón; tras estocada casi entera, su enemigo dobló y el juez obedeció a la petición: una oreja.
Avanzada la noche, brincó a la arena el segundo de su lote; otro toro difícil y de inciertas embestidas. Octavio no se amedrentó y salió no solo a cumplir sino a brindarse a su público; a lo largo de la breve pero valiosa faena, se mostró siempre por encima de las condiciones del burel. Se adornó cuanto pudo, lo citó alternadamente por ambos pitones y finalmente, tras hundir el acero, recibió una segunda oreja.
José Funtanet cayó de pie (es un decir; pues cayó montado, y bien montado, sobre los lomos de una cuadra cabalmente adiestrada), su primero ─el de la alternativa─ resultó fijo al caballo y le permitió lucir con los palos; lo llevó ajustado a la grupa y brilló especialmente al clavar banderillas cortas; el rejón de muerte quedó desprendido y el de Campo Hermoso tardó en doblar. El público aguantó su tiempo y decidió premiarlo con la primera oreja de la noche.
Para su mala fortuna, su segundo enemigo se aplomó muy pronto ─prácticamente embebido─ y tuvo que echar mano de todos sus recursos para gozarse e intentar agradar a su público; hecho que buscó con las banderillas cortas y, luego de pincharlo, pudo mandarlo al destazadero.