La faena de Antonio Ferrera el domingo 12 de diciembre en la Plaza México me recordó el libro de Wassily Kandinsky titulado "De lo espiritual en el arte", en cuya introducción, el padre de la pintura abstracta pregunta: «¿Hacia dónde clama, grita el alma del artista, si también si también participó en la creación? ¿Qué proclama?» La respuesta la proporciona el músico Robert Schumann: «Enviar luz a las profundidades del corazón humano es la misión del artista».
Lo distinto, místico, hondo es rechazado por aquellos que están acostumbrados a lo convencional. Quienes se proclaman "puristas" u "ortodoxos" están en espera de la repetición de normas que ellos consideran "clásicas": cánones acartonados que no emocionan a nadie. Kandinsky los entiende y explica que «al ser humano en general no le gustan las grandes profundidades y prefiere quedarse en la superficie porque le cuesta menos esfuerzo».
Tanto con Ferrera como con Kandinsky el arte abandona tierra firme por eso es rechazada por los academicistas, pero es aclamada por aquellos que, sin prejuicios, sienten la obra de arte con un espíritu libre. «El artista –dice Kandinsky– es la mano que, por esta o aquella tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana.»
Para ello hay que olvidarse de cánones y responder únicamente al contacto adecuado con el alma humana. El pintor ruso lo llama el principio de la necesidad interior. «Nace de una necesidad mística: Todo artista, como creador, ha de expresar lo que le es propio». El artista tiene la necesidad de expresar, por lo que opta sólo las formas que le son espiritualmente afines.
Cito nuevamente al precursor de la pintura abstracta, pero pienso en el extremeño que puso de cabeza a La México en los tres tercios de la lidia: «El artista debe ser ciego a las formas "reconocidas" o "no reconocidas", sordo a las enseñanzas y los deseos de su tiempo. Sus ojos abiertos deben mirar hacia su vida interior y su oído de estar dirigido siempre a la voz de la necesidad interior. Entonces sabrá utilizar con la misma facilidad los medios permitidos y prohibidos. Éste es el único camino para expresar la necesidad mística».
Kandinsky escribió para defender su visión y el camino que había elegido: el de la libertad. Pero sabía, como lo sabe Ferrera, que el arte actúa a través de la sensibilidad. No se basa en leyes físicas, en formas o normas, «sino en las leyes de la necesidad interior, que podemos calificar de anímicas». Para comprenderlo, observen las expresiones corporales de Antonio Ferrera en faenas como la del domingo pasado en La México: sus gestos, lágrimas expresaban lo que estaba sintiendo. Su tauromaquia no responde a lo aprendido, sino a su estado anímico.
El artista ruso hacía una recomendación a los pintores que podríamos hacer extensiva a los novilleros, especialmente aquellos que intentan torear igual que las figuras o repiten lo que les enseñaron las academias taurinas. «Es necesario que el pintor cultive no sólo sus ojos, sino también su alma, para que ésta aprenda a sopesar el color con su propia balanza y actúe no sólo como receptor de impresiones exteriores (a veces también interiores), sino como fuerza determinante en el nacimiento de sus obras».
La libertad de un artista va a ir hasta los límites de su intuición. Por eso es necesario el cultivo del espíritu, mucho más que el dominio de la técnica. «Y siempre que el alma humana viva una vida más fuerte, el arte se vuelve más vivo, ya que alma y arte están en una conexión mutua de recíprocos y perfección».
Rafael "El Gallo" decía que el toreo es tener un misterio que decir y decirlo.
En esa misma línea, Kandinsky afirma que «el artista debe tener algo que decir porque su deber no es dominar la forma, sino adecuarla a un contenido». Así lo hizo Ferrera y, por eso, el disfrute del sensible público de La México, que explotó de emoción con su toreo.