En las últimas décadas el 5 de febrero se ha consolidado como una fecha clave en el calendario taurino mundial, y en un suceso muy significativo, tanto para los protagonistas estelares de la lidia como para la afición mexicana.
Por esta razón, en corridas como ésta el público siempre va predispuesto a ver triunfar a los actuantes, los que, supone, se han ganado con mérito su sitio en el cartel. Así, con la sensibilidad a flor de piel, la gente se emociona y se enoja más de normal, y exige de más, favoreciendo los pleitos y mitotes en los tendidos.
Si a esto le sumamos el hecho de que la festividad del día de hoy cayó en viernes, quizá podamos entender mejor el comportamiento de los casi treinta mil espectadores que habitaron los tenidos de la México, escenario que se tornó hoy en un auténtico circo romano pero al que llegó un César para demostrar, con argumentos, que tras la tempestad, casi siempre, llega la calma.
Y Castella no sólo hubiera conseguido la calma sino también la gloria, de no haber estado, otra vez, tan errado con la espada. Una pena.
La gran bronca empezó cuando el sexto de Los Encinos, llamado "Barrero", al darse una vuelta de campana quedó inválido. En este momento se elevaron las protestas en contra del juez para que ordenara la sustitución de animal inutilizado, lo que al cabo de unos minutos terminó sucediendo.
Como remplazo se anunció la salida de "Capulín", un sobrero de Los Ébanos que fue objeto de múltiples prejuicios desde su anuncio, y es que los sobreros de esa dehesa que se han echado a lo largo de la ciclo, no han sido precisamente ejemplo de trapío. Muy por el contrario.
En ese entendido, la sola presencia de "Capulín" en el ruedo causó que la plaza se pusiera patas para arriba pues comenzaron los gritos que luego se convirtieron en insultos, y la lluvia de cojines, tan típica de La México, que hizo que los actuantes tuviesen que pasar esquivándolos, algunos sin éxito, como el picador de Sebastián Castella. Una auténtica locura.
En medio de la tempestad Sebastián se "encallejonó" obstinadamente, y aunque el juez de plaza le ordenó que saliera a matar al toro, se negó desafiando públicamente a la autoridad.
En medio de la algarabía salió Rafael Herrerías de su palco y con señas le indicó al francés que regalara un nuevo toro, que saliera a pedirlo. Entonces Sebastián entró al ruedo y frescamente alzó el dedo índice para pedir el nuevo burel, pero volvió a callejón sin darle muerte a "Capulín".
Ante la situación y al cabo de los minutos, el juez Eduardo Delgado no pudo sino ordenar que el astado se devolviera a los corrales mediante un solo toque de clarín, es decir, sin tocar los tres avisos reglamentarios que correspondían al matador, ante su negativa de darle muerte al toro, haciendo así un público reconocimiento de su falta de autoridad.
Para no hacer el cuento largo, en sustitución salió "Piri", éste de la ganadería titular de Los Encinos. ¿Por qué no había salido éste antes que "Capulín"?, quién sabe, y quizá en otra circunstancia, hubiera sido también pitado y protestado con fuerza, pero ya para estas alturas el horno que no estaba como para bollos; se contuvo y el público supo callar sus protestas a tiempo.
Y como al césar lo que es del césar, Sebastián Castella se concentró a partir de entonces únicamente en el toro, e ignoró la bronca que persistía en contra de la empresa, del ganadero y del juez; construyendo así otra faena colosal en la México que tuvo el poder de cambiar las protestas por gritos de "¡torero, torero!". Una hazaña que sólo logran los grandes.
Al final de la corrida Rafael Herrerías intercambió palabras con un aficionado del tendido, y para evitar que se llegara a los golpes, la policía tuvo que intervenir.
Después de todo, este fue un 5 de febrero carente de triunfos pero que, ciertamente, fue un acontecimiento que permanecerá en la memoria de los presentes por un largo tiempo.