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Especial: La última página

Viernes, 06 May 2016    México, D.F.    Carlos Castañeda | Especial   
Dedicatoria de El Pana a Manuel, en la extrema derecha, en una vieja fotografía
"Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de qué manera un libro puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente". (Jorge Luis Borges, "El jardín de los senderos que se bifurcan").

La primera página de hoy para El Pana es la última del libro de Manuel de Haro. A Manuel y a El Pana, entrañables amigos, los separo el espacio, y los ha vuelto a unir el tiempo, implacable observador de nuestras vidas.

La primera vez que los vi juntos fue en un tentadero en casa de Manuel. El Pana ya había abierto las puertas de La México, la grande y la de la enfermería, y también ya había cerrado las de todas las demás plazas. Manuel le había cerrado la puerta a la sociedad y se la había abierto a su destino, a su vida en el campo, a comenzar a escribir, sin saberlo, su última página.

Estos dos hombres no eran uno más. Irreverentes, vagos, creativos, con mucho más fondo que forma, compartieron sendero y luna, una y mil veces. Distintos en conceptos y práctica en el mundo del toreo. Manuel conocía su encaste y su gente mejor que nadie. El Pana se sabía a sí mismo, mejor que nadie.

Los recuerdo claramente, de piel morena y ojo oscuro. Con las xomas llenas de pulque en su mano, con los brazos entrelazados, mirándose fijamente, con los ojos encendidos por la tierra, el sol, el alcohol y el humo, como firmando un pacto con el destino.

Intenso abrazo al terminar sus jícaras, acompañado del volar de plumas y sangre de dos gallos a la luz de la chimenea del rancho, para después cortando humo de cigarro y puro dirigirnos al potrero para verlos mano a mano, torear al cobijo de la luna. Silueta de campo bravo, de tiempos antiguos. Los dos amigos, corriendo la mano, gozando la vida; misma que ahí un día, en el portón de su casa, dejó Manuel bajo la yegua que lo tiró de cabeza. Y comenzó a escribir su libro. La primera página, para llegar a la última. Y ahí El Pana no dejaba de estar, de vivir y sufrir con su hermano del alma la inverosímil trama de su vida: pegado a una cama para siempre. Sin más movimiento que el de sus ojos y el de sus labios. Veinticuatro años ahí siguió noticias, inmóvil; vio corridas de toros por la tele y se habrá preguntado todo lo impensable.

Tabaco, tequila  y muchas horas consumieron juntos estos dos hombres. Ahora se unen de nuevo, en la última página.


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