Tauromaquia: Puede ser un año clave
Lunes, 28 Mar 2016
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
Parece mentira, pero el toreo, que a veces se antoja como detenido en el tiempo –con su ritual invariable, sus tres tercios de toda la vida, su perpetua oscilación entre la ilusión y la monotonía– sigue evolucionando. Justo cuando la furia antitaurina parece cobrar mayor brío, la fuerza interior de un puñado de osados jóvenes –maduros unos, recién salidos del cascarón otros– está empujando la tauromaquia del siglo XXI por nuevos derroteros.
No ayuda demasiado el toro y, sin embargo, eso parece importar poco, porque las primeras ferias de 2016 están siendo portadoras de una especie de renovación anímica, que alcanza también la parte formal del entramado de la lidia. Y, más concretamente, de la faena de muleta, piedra de toque del moderno arte de torear.
Algo ya se presentía por cómo venían planteadas las carteleras, con empresas decididas a sobrevivir a las crisis económicas avivando el fuego de la competencia, con algunos ases aceptando manos a mano antes impensables. Precisamente, de la confrontaciones directas entre consagrados y aspirantes salieron los chisporroteos más apasionantes de un mes de marzo rico en revelaciones. Aunque también de la terna veinteañera que la mañana del día 6 eclosionó en Olivenza.
Roca Rey
En Olivenza era tercero de una terna interesantísima: Joselito Adame, José Garrido y el peruano, con toros de Núñez del Cuvillo. El festejo fue una auténtica gozada. Un encierro bien presentado, sin exageraciones, permitió que los tres se explayaran como lo que son, toreros de ley, hambrientos de gloria y dispuestos a todo sin dar ni pedir cuartel. Tres orejas cortó el hidrocálido y otras tantas el ibero. Y en esas, blanco y oro, abrió su capote el novísimo Andrés Roca Rey.
El toro se llamaba "Anaranjado", de buenas hechuras y bien armado en astifino. Como si no tuviera pitones, como si se tratara de un muchacho con la carretilla una mañana cualquiera, podría ser en Acho, Roca Rey –caballero de fina estampa– sembró las plantas justo donde tenía que hacerlo para provocar la arrancada, y apenas las movía lo justo.
Los muletazos se sucedían sin una mácula, el pitón le rozaba los muslos y él, como si nada, gobernaba pausadamente cada embestida, improvisaba en la cara soluciones de gran originalidad y riesgo, remataba una larga y asombrosa tanda izquierdista ligando afarolado, molinete y pase de pecho sin la mínima enmienda. Serenidad de espejo marino, sin prisa y sin pausa. Y un estoconazo tan limpio y saboreado como todo lo anterior. Y la plaza reclamando el rabo hasta que el presidente tuvo que soltarlo, al cabo de tres minutos de clamor. Para "Anaranjado" ordenó la vuelta al ruedo, pero lo raro sería que un toro tratado de esa manera no termine pareciendo de bandera.
Eso fue el prólogo. La obra llegó en Valencia. Fue el jueves 17, con un "Candidato" de Toros de Cortés huidizo, manso y correlón. Bonito el castaño, nada consiguió fijarlo durante los dos primeros tercios y la faena se perfilaba problemática. El único que lo tenía visto –y por eso lo brindó en los medios– era Roca Rey. Si en Olivenza, su faenón del otro día pasó por algún tropiezo insignificante, éste de Valencia alcanzó una perfección inexplicable. Porque el toro acudía a arreones, y el torero lo esperaba impávido, lo embarcaba con serena maestría y consumaba los pases sin que lo perturbara el roce del pitón, en seguimiento de una muleta que terminó por embrujarlo a fuerza de temple en viajes de suntuoso dibujo, remate cabal y ligazón inconsútil. Dicen que fueron 73 los muletazos. Como si hubieran sido mil, porque lo visto ese día repele mediciones, porque lo que ocurrió con Andrés y el castaño está fuera del tiempo y del espacio.
Dos orejas que eran lo de menos. Personalmente, me volvió a invadir una sensación de plenitud que había experimentado con otras dos faenas, ya lejanas: la de Paco Camino a "Traguito", el sexto berrendo de Santo Domingo (31-03-63), y en el mismo Toreo de Cuatro Caminos, la de Manolo Martínez a "Presidente" de San Miguel de Mimiahuápam (04-12-67). Dirán ustedes que tales recuerdos corresponde a la edad adolescente, cuando todo lo miramos con ojos proclives al asombro y un corazón despoblado de vivencias. Puede ser. En todo caso, es mérito de Roca Rey que volviera sentir lo mismo. El ramalazo de lo nuevo, la evidencia de que el toreo sigue estirándose y dando de sí, como todo lo que de verdad nos nutre en la vida.
Más evidencias
De otra manera, El Juli evoluciona a punta de ciencia y de casta toreras. No tanto estilística como técnicamente, desbordando poderío, solazándose cuando un toro le exige dar el máximo. Como su segundo del mano a mano con López Simón, por Fallas, un toraco de Domingo Hernández descompuesto y alevoso, que lo prendió por la axila a las primeras de cambio y a poco daba una colada terrible por el pitón zurdo. Como para intimidar a cualquiera. A Juli lo encendió, un reto al que correspondió plantándole cara de frente y sin titubeos, tan alerta como entregado, tan firme como mandón.
Y le ganó la partida, claro, y aunque el estoque cayera trasero, paseó la oreja más meritoria de una tarde en que le saldría después un "Fragata" para bordarlo, y lo bordó, naturalmente, templándolo muchísimo aunque con ese estilo demasiado despatarrado y un poco encorvado que ha desarrollado últimamente. No lo pondría como ejemplo de estética, aunque contenga muchísimo toreo. En este sentido, fue abismal la diferencia con un López Simón en plan de forzar la máquina, valeroso como el que más, pero premioso siempre y falto de estilo por completo. Aunque compartiera con Julián la salida en hombros.
El trato privilegiado de las empresas al esforzado diestro madrileño me remite sin querer a Joselito Adame, que con méritos y posibilidades superiores sigue chocando con la cerril incomprensión de los despachos, tercos en mantener fijo al hidrocálido en cosos y carteles periféricos, con acceso limitado a las grandes ferias grandes, donde, si alguna opción hay para José, será de una en una y marginándolo de fechas y combinaciones estelares.
Panorama
Con todo, las perspectivas son alentadoras. Aunque Alejandro Talavante, más académico que nunca, producto de una más de sus cíclicas revisiones de estilo, me convenza menos que cuando se dejaba ir y se dejaba ser, hablo de su colosal 2011, cuando inmortalizó a "Cervato" de El Ventorrillo en Madrid, y en Zaragoza a "Esparraguero", aquel jabonero claro de Núñez del Cuvillo, tras su deslumbrante revelación mexicana del invierno precedente. Lejos de esa versión ideal, su mano a mano valenciano con Roca Rey lo salvó a fuerza de pundonor. Viene luego una baraja consolidada y dispuesta a hacerse respetar –los Castella, Manzanares, Perera, que aún debe superar las secuelas morales de la cornada de Salamanca–, y un puñado de jóvenes que ostensiblemente van a más –de Del Álamo a Garrido–, como para garantizar ese año tan especial que la Fiesta está necesitando.
Nada diré sobre Morante porque el arte es intemporal y es lo que ha dado su sentido y su aroma a la evolución técnica del toreo. Máxime si el de La Puebla va tan bien acompañado en esa línea de pureza y sello por Diego Urdiales, y ahora también por Curro Díaz. Y ya veremos si David Mora recupera lo suyo, y si Cayetano sostiene y atempera el nivel que mostró en Valencia.
El toro
A diferencia de lo que ocurre en México, en el campo bravo español aún alienta la sangre brava, que brotaría más y mejor si se privilegiaran las buenas hechuras y los ganaderos fortalecieran la casta y la resistencia en sus tientas y cerrados. Porque, como hemos visto, toreros hay de sobra.
Y mucho ojo con Roca Rey, porque entre sus aportaciones está una geometría nueva y un carisma evolutivo de ésos que aparecen de cuando en vez, para avance y gloria del arte del toreo.
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