El post toro de lidia mexicano tiene esas cosas. Bobalicón por naturaleza, no provoca desconfianza en los toreros, pero sí los obliga a utilizar una técnica ad hoc para sacarles algún partido. El riesgo es que, como ocurrió el otro domingo en la México, por bien trazado que éste neotoreo sin toro esté, la gente tarda en calentarse una eternidad. Les sucedió a Morante y a El Payo con sus dos primeras menudencias astadas. Y con alguien tan gélido como Fermincito Espinosa, no sólo tarda sino que no se calienta nunca.
Dos caminos le quedan a la estoica concurrencia: bostezar a discreción o aplaudir tibiamente. Como es natural, ante salidas tan poco alentadoras, la parroquia se divide, de acuerdo con el temperamento o la digestión de cada cual. Previendo esto, y habida cuenta que se anunciaron teofilitos –atroz elección–, para ver a Morante por única vez en la temporada y a Octavio por tercera, la gran cazuela cubrió menos de un cuarto de su aforo.
Los ausentes se perderían una hermosa faena de José Antonio Morante Camacho. Adaptada, claro está, a las modalidades del disminuido sucedáneo nacional del toro de lidia. Ya con su primero se notó que el sevillano estaba en vena, sólo que con aquella miseria bovina, a la que muleteo con gusto y pulso, emocionar era un imposible. Luego vimos a El Payo urdir la primera pieza de su tarde más torera del año. Ni así reaccionó el público, cuyo malestar no tardaría en estallar en protestas, provocadas por la insignificancia del primer bicho de Fermín. Otra tarde al despeñadero, pensábamos todos.
Paréntesis feliz
El cuarto se llamó "Debutante" y, aplomado de salida, medio topeteó el capote morantino echando las manos por delante. Aun así, se llevó media piramidal. Y, tras el puyazo simulado, un rítmico quite por chicuelinas, perfumado con aromas de la Puebla, al que acudió al paso y con la carita a media altura. Mismas características que mantendría hasta el final.
No obstante, tras intrascendente tercio banderillero, se notó que conservaba algunos alientos para la faena, iniciada por Morante fuera de las rayas del tercio con suaves muletazos por bajo que lograron fijar su aparente indiferencia. Y de ahí en más, el milagro. No fue, estrictamente hablando, la faena histórica que cantan los aedos –para eso se necesita un toro de casta cabal–, pero sí un muleteo justo y templado, imaginativo, elegante y sutil, casi todo sobre el pitón derecho, en el que su inspirado autor tuvo la cualidad de esculpir sobre materia quebradiza una pequeña obra de arte. Para lo cual utilizó el cincel con gentileza de pincel de acuarelista, hasta conseguir que "Debutante" sacara algún celo de su escasísima bravura para repetir sobre el engaño.
No hubo, no cabía, la menor brusquedad, todo discurrió como discurre entre meandros suaves un río cristalino y sereno, cuyo espejo reflejaba esa grácil elocuencia de la que solamente Morante es capaz. Fuera de un desarme provocado por inesperado salto de carnero, todo fluyó sin toques discordantes, molinetes en la cola ni adornos chorreantes que violentaran el cuadro. Hacia el final, "Debutante", tras seguir dócilmente la muleta morantista imantado por un temple infinito, despertó de la hipnosis, volvió grupas y se encaminó hacia toriles, completamente rajado. Costó igualarlo, pero tres cuartos de espada defectuosos –trasero y tendido el acero– lo hicieran doblar como si de un estoconazo en la cruz se tratara. Con el post toro de lidia mexicano esto es posible. También que un juez como Jorge Ramos ordenase el arrastre lento para semejante piltrafa.
Las dos orejas estaban cantadas
Y encantados público y torero. ¿Cómo es que para una obra tan llena de virtudes no se pidiera el rabo, trofeo consagratorio? Pues porque en rigor nunca existió ese equilibrio de fuerzas que demanda el toreo para asomarse a la perfección y suscitar el éxtasis. No es lo mismo música de cámara que concierto sinfónico. Aunque ambas modalidades transporten en sus notas el secreto del arte.
El otro "Debutante"
A un toro del mismo nombre, con la divisa de Eduardo Funtanet, que se presentaba en el Distrito Federal, le cuajó El Capea su faena más plástica, templada y redonda en la Monumental, premiada con varias vueltas al ruedo –sin trofeos porque lo pinchó– y con el público sin quererse ir. Alternaba, a plaza llena, con Antonio Lomelín y Mariano Ramos (10-02-85). Y quien vio aquello es difícil que consiga olvidarlo.
Gesta histórica de Manolo dos Santos
Este viernes 29 se cumplirán 66 años de la única tarde en que un matador de toros ha paseado cuatro orejas y dos rabos en la Plaza México. Los toros eran de Pastejé –"Goloso" y "Chato" sus nombres–. Y el torero, un joven nacido en la provincia portuguesa de Golegá 24 años atrás. Sus alternantes, dos glorias del toreo mexicano, Luis Castro "El Soldado" y Silverio Pérez. Y el marco, la quinta corrida de la tardía temporada grande de 1950, con la plaza colmada hasta el reloj.
En ese entonces, las relaciones taurinas entre México y España estaban rotas, producto del segundo boicot de la historia, enderezado contra Carlos Arruza, invasor indeseable, pero también, extrañamente, contra su aliado local Manolete, a principios de 1947. Y Dos Santos cumplía su cuarta actuación consecutiva. Había irrumpido por sorpresa, pero desde la triunfal confirmación doctoral (08-01-50) no se cayó ya del cartel, con cuatro orejas cortadas hace ese momento y un quitazo por gaoneras a “Muchacho”, de Torrecilla, que le valió inmediata y clamorosa vuelta al ruedo. En México, la fiesta iba saliendo de la conmoción del encimismo –que sucediera al adiós de los grandes veteranos de la Época de Oro–, y el toreo suave y rítmico de Dos Santos, muy parado además, citando casi siempre desde largo y pródigo en templado toreo izquierdista, provocó, desde el primer momento, una justa explosión de júbilo.
Sus dos faenas a los de Pastejé –bravos y nobles a la vez– mantuvieron, mejorada, esa tesitura, pero con mayor temple y ligazón que nunca. Más alegre "Chato", algo quedado "Goloso", que lo prendió y le rompió la ropa en arriesgada dosantina, con ambos lució hasta el delirio la entrega e inspiración del lusitano, artífice del pase natural, que entró a matar las dos veces con el ruedo cuajado de sombreros. Y como las cosas, cuando ruedan bien, suelen salir redondas, las estocadas de Manolo, volcándose sobre el morrillo y apuntando a la cruz, hicieron pupa a los de Pastejé. De modo que el juez –Lázaro Martínez– sacó enseguida el pañuelo verde, y todo mundo aclamó el otorgamiento de los máximos apéndices en interminables vueltas al anillo, preludio de la tumultuaria salida en hombros reservada para estos casos.
Para Dos Santos fue, no hay que decirlo, su tarde cumbre en México y acaso la mejor de su vida. Ese año quedó líder del escalafón español con 80 corridas toreadas. Fue un favorito del público de Sevilla –donde tomó su segunda y definitiva alternativa de manos de Chicuelo, 15-08-48–, pero una serie de graves percances frenaron su marcha y determinarían su pronto alejamiento de los ruedos. Cuando quiso recuperar el tiempo perdido, a principios de los 60, ya era tarde. Radicado en su país, dirigía los destinos del coso lisboeta de Campo Pequeño cuando, joven aún, un brutal accidente vial se lo llevó para siempre (18-02-73). Como a su gran amigo y rival Carlos Arruza, y como a César Girón, Curro Caro, Rafael Gitanillo, Jaime Bravo, Finito y tantas víctimas del volante más.
Al ocurrir su eclosión triunfal en la México pocos podían relacionarlo con el joven desconocido y tímido al que Armillita le había cedido muleta y estoque en El Toreo menos de tres años atrás (14-12-47), sólo para que "Vanidoso" –otro pastejeño, curiosamente– le seccionara la femoral al dar un pase de pecho zurdo. Desgracia que lo llevó a renunciar a dicho doctorado, antes de rehacerse y reescribir su historia torera. Con una fortaleza de carácter no denunciada por su rostro aniñado, pero presente ya la tarde de Cuatro Caminos, cuando con el muslo bañado en sangre recuperó su muleta en intentó volver a la cara de "Vanidoso". Evidentemente, algo más que finura y clase debía albergar en su interior el único espada que ha logrado cortar cuatro orejas y dos rabos en los 70 años de vida del coso de Insurgentes.