Tauromaquia: Una leyenda que se agiganta
Lunes, 22 Jun 2015
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
El viernes, en el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura, la gente de la tierra –ganaderos, toreros en retiro, taurófilos, aficionados y ciudadanas y ciudadanos de a pie– produjeron un llenazo tumultuoso, a despecho de la tromba que acababa de despachar el cielo sobre la ciudad capital del estado más taurino de este país. A eso se le llama, aquí y en Groenlandia, poder de convocatoria. ¿Responsables directos? Por un lado, Carlitos Pavón, autor del flamante libro "Jorge Aguilar El Ranchero. Un gran torero, Un gran hombre".
Y ni qué decirlo, la leyenda del propio biografiado, un prócer de la fiesta brava y sin duda el más tlaxcalteca y el más mexicano de los toreros. ¿Qué no llegó a ser figura consagrada, como bien señalara en su clarividente intervención José Vicente Saiz Tejero, uno de los presentadores de la obra? Pues allí estaba otro de ellos, el poeta y lingüísta Manuel Camacho Higareda, para, sin dejar de reconocerlo, enfatizar que tampoco fue un torero frustrado. Pues no podía serlo alguien que, además de inmortalizar a más toros de los que caben en la memoria de cualquier erudito sobre el tema, se mantuvo siempre fiel a sí mismo y sin dejar de ser ni por un instante exactamente quien era: un singular artista del toreo y un producto neto del campo bravo y la cultura taurina de su tierra natal.
Torero de grandes faenas
Con ser, efectivamente, un torero que solía desparecer de la actualidad que le tocó vivir para reaparecer con todo su brillo en el momento menos esperado, El Ranchero ha quedado indisolublemente ligado a una larga y recordada lista de nombres de toros, célebres porque tuvieron la fortuna de caer en sus manos, que les asegurarían el pasaporte a la eternidad. En el prólogo de la obra he tenido ocasión de mencionar algunos de los más cimeros, desde los "Vajillero", "Pistachero", "Tragaldabas" y "Rapinegro" de su consagración novilleril –temporada novilleril de 1950 en la México– hasta los famosos "Fundador", "Montero", "Náufrago", "Voluntario"–al que cuajó, en Pamplona, la que el mismo estimaba su mejor faena en España–, "Chinaco", "Pancho López", "Viajero", "Bogoteño", "Huracán", "Sol", "Solito" y "Fundador", que evocan hierros tan ilustres como La Laguna, Piedras Negras, Zotoluca, Rancho Seco, Atanasio Fernández, Torrecilla, Santacilia, Santo Domingo, La Punta, Mimiahuápam, la flor y nata de esa misteriosa entelequia que es el toro de lidia, capaz de darle gloria o muerte a quien ose desafiarlo sin otros argumentos que los de su valentía, saber y arte… y algo más. Ese algo más que han tenido muy poco, y entre esos pocos Jorge "El Ranchero" Aguilar, que además de grandísimo torero fue, como buen hijo de Piedras Negras, la hacienda ganadera en la que nació, charro completo, tentador superdotado y uno de los mejores derribadores a campo abierto habidos en este país.
Programa redondo
Factor decisivo para explicar que la multitud, reunida el viernes en el vestíbulo del Instituto Tlaxcalteca de Cultura permaneciera en sus lugares, inconmovible, atenta y entusiasta, la mayoría incluso de pie, pues el número de asistentes al acto rebasó con mucho las previsiones de los organizadores del mismo, fue la diversidad y riqueza del mismo. Y es que éste, además de las participaciones como presentadores de José Vicente Saiz Tejero, Horacio Reiba, Manuel Camacho Higareda y, por supuesto, Carlos Hernández González, autor, una vez más, de una obra que conjuga armónicamente pasión, investigación y profundos conocimientos en la materia, incluyó la intervención espontánea de una chica que declamó emotivamente un poema dedicado al Ranchero, no se sabe bien si con motivo de su retirada de los ruedos o de su prematura muerte, ocurrida de un infarto fulminante mientras toreaba, en Coaxamalucan y con la muleta en la izquierda, la mano de sus más grandes faenas, a una vaca brava de dicha casa ganadera, aquella fría tarde del 28 de enero de 1981.
Se escuchó también con emoción otra pieza poética, nacida del fervor rancherista de un aficionado anónimo, ya desaparecido, en voz de su viuda, que supo transmitir con una voz al borde de las lágrimas un sentimiento profundo. Y, para culminar la húmeda tarde, envuelta ya en las sombras, resonó la voz emocionada de Jorge Aguilar Muñoz, el hijo mayor de El Ranchero, que así como confesó no haber visto a su padre vestido de luces sino en tres ocasiones –su despedida del público de Tlaxcala, la tarde en que se cortó la coleta en La México (18-02-68) y, pocos días después, cuando despachó un toro de Piedras Negras en la placita de tienta de dicha vacada prócer, como una deferencia especial para sus paisanos más directos, la gente de la hacienda donde había visto la luz un día de abril de 1927–, recordó las muchas mañanas de sábado en que lo acompañó a su padre a tentar a diversas ganaderías de la región, y aún de fuera de Tlaxcala, y en las que pudo admirar su exacto dominio de los terrenos y el tacto poderos y al mismo tiempo gentil de su muleta, prendas harto codiciadas por los criadores de bravo en trance de probar la bravura de sus productos en el silencio de artesanales placitas de tienta, en medio de un silencio apenas interrumpido por la voz del ganadero o el ronco desafío del varilarguero de la casa. Ritual que solía terminar, rememora el primogénito del legendario torero y de Teresita Muñoz González, en oportunidades de echar capa para novilleritos principiantes, e incluso para el propio vástago de El Ranchero, competente aficionado práctico al paso de los años.
Algo para recordar. Así como apunta la permanente irregularidad de El Ranchero –excepción ilustre, su consagratoria temporada grande 1952-53–, Saiz Tejero reconoce que Jorge Aguilar, en sus grandes faenas, alcanzaba alturas reservadas solamente a los elegidos, merced a una expresión torera propia, personal e intransferible. Reiba recordó cómo, la tarde de infancia en que conoció la Plaza México, pudo asistir a la portentosa faena del diestro de Piedras Negras con un berrendo de Santo Domingo rebautizado como "Sol", que acudía noblemente a cites de 15-20 metros para enredarse en torno a la figura de El Ranchero, revestida de celeste y oro, el cual terminó cortándole el rabo para obtener la Oreja de Oro en disputa (19-03-61).
Y Camacho Higareda, demasiado joven para haber vivido los años de oro del ídolo tlaxcalteca, evocó su cercanía con Flavio, el hermano menor de El Ranchero, hombre tranquilo y de gran bondad, como su eslabón secreto con el mundo y la figura de Jorge Aguilar González, al conjuro de cuyo nombre se volcó el viernes la gente de Tlaxcala con motivo de la presentación de la obra biográfica que le dedicara Carlos Hernández "Pavón".
Reflexión final
La obra de referencia es a la vez una grito de rebeldía contra el enorme vacío literario que, en términos generales, rodea la historia de la tauromaquia nacional, una historia riquísima de contenido a través de infinidad de actores –matadores, subalternos, ganaderos, literatos...– cuyas vidas y hazañas permanecen en espera de quien sepa ponerlas en blanco y negra, con la exactitud y altura de que ha hecho gala el autor de este trabajo.
Lo menos que puede hacer el aficionado de pro es incorporar de inmediato a su biblioteca un ejemplar de la obra de Carlos Hernández González. El resto queda a cargo de quienes, contando con el bagaje cultural, la experiencia de vida y la pasión por la tauromaquia indispensables, pudieran hacer, en el futuro, por reducir esa carencia fundamental de literatura taurina seria y buena que este país requiere y que tan contadas plumas han hecho por satisfacer.
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