Hoy me he birlado un poco de un sueño. Del sueño que muchos apasionados al toreo tenemos. Me lo he birlado con el consentimiento y por la invitación de quien va a trabajar con mucho ahínco por él, Juan Pablo Corona. Del sueño de, primero ser criador y luego, con inteligencia, trabajo duro, constancia y cariño, alcanzar la élite de los “creadores” de un encaste propio.
Mi afición se deleitó con las instalaciones ganaderas: la pequeña iglesia, los corrales, la eficiente plaza de tientas, la vista inmejorable de los potreros, con su bosque de robles y pinos al fondo como los encargados de convocar la lluvia. El homenaje escultórico, obra de Santiago Flores a El Santanero; aunque también –por ese conducto– a todos los caporales de México. El toro de bronce monumental, obra del también tapatío, Jorge de La Peña.
Hoy me he birlado un poco del optimismo resultante del primer tentadero. Siete vacas finas de entre tres y cuatro años, con un tipo que no niegan la cruz de su parroquia y que algunas de ellas, como resultado del grado de exigencia que se autoimpuso Juan Pablo, mañana ya no verán salir el sol. En fin, allá él.
El cartel fue como sigue. Tentador: Carlos Reyes; a pie, el matador español Víctor Puerto, y en su auxilio los novilleros Cristian Verdín y Román Martínez. Vacas serias, con bravura, con importancia. El juicio que vale es el del criador, quien se auxilia de dos matadores de toros jaliscienses: Miguel Ángel Martínez y Antonio Bricio, ambos ya con experiencia en estos menesteres. La faena fue de trabajo exclusivamente, como seguramente vendrán muchas más. Hoy la fiesta fue para el espíritu y la pasión por el toro de lidia.
La tarea es ardua; pero ilusiona al propietario. El trabajo es mucho; pero no lo rehúye. El camino es largo, sinuoso, pero apasionante para el propietario de San Constantino, a quien agradecemos el privilegio de haber estado en el tentadero que –para siempre– aparecerá en el libro de la casa, como… el número 1.