En principio, las negociaciones entre una empresa de toros y un matador o su apoderado forman parte de un trato comercial como tantos otros, que podrá concluir en acuerdo o todo lo contrario. Sólo que, en este caso, no se trata simplemente de un intercambio mercantil entre particulares. Las corridas de toros son un espectáculo público, y por lo tanto hay un tercero en discordia: el público aficionado. De hecho, el grado de interés de esta específica clientela y el consecuente poder de convocatoria de cada lidiador son un poderoso regulador de las cifras que se barajen en el estira y afloja respectivo.
Hecha la aclaración, podemos volver al punto de partida: si las partes se arreglan o no, el torero quedará o no contratado. O se le incluye en los carteles o se le descarta. Punto.
El escenario
A lo largo de la historia, infinidad de diestros con pretensiones altas quedaron fuera de los carteles al no llegar a un arreglo con la empresa correspondiente. Limitándonos a la capital mexicana y sus temporadas invernales, se puede decir que prácticamente no ha habido figura importante que, en determinado momento, haya quedado fuera de las combinaciones de la México o El Toreo. Dos veces Armillita, otras tantas Balderas, una, muy sonada, El Soldado, Arruza, ausente los dos años que vino Manolete, en varias ocasiones Procuna y hasta por tres años consecutivos Manolo Martínez. Por no hablar de Capetillo, Huerta, Silveti, Leal, Cavazos, Rivera, Mariano. En plena época de oro, una grave escisión entre la torería nacional dejaba fuera de la temporada a nada menos que tres de los ases de entonces –Armilla, Balderas y Solórzano, con el añadido de un Silverio que ya despuntaba–, aunque limitar sus bazas a Garza y El Soldado y astados de la estirpe Llaguno bien caro le salió al empresario Torres Caballero.
Los segundones son otro cantar, normalmente a expensas del antojo de las empresas y de las mandones que los protegen o rechazan. Y los foráneos se cuecen aparte, al ser ellos –sobre todo las figuras– quienes usualmente deciden si venir o quedarse en casa.
Situación atípica
Desde la perspectiva descrita, la ausencia de Joselito Adame de los primeros doce carteles de la temporada que ayer se inició podría ser una más, puesto que el desacuerdo entre un diestro específico y la empresa capitalina en turno nada de nuevo tiene. Salvo que la administración actual de La México posee una trayectoria a menudo guiada por el capricho y las componendas. Como si organizar corridas fuera más un hobby de ricos que un negocio en el que vox populi representa un factor decisivo. Ignorando de paso que hasta para satisfacer filias y fobias personales se precisa criterio taurino y amor por la Fiesta. O, al menos, por el negocio de la Fiesta.
Si agregamos la particular situación por la que atraviesa nuestra tauromaquia, el panorama cambia radicalmente, comparada la de Joselito Adame con otras ausencias.
Solitario
No discutiré si el joven Adame alcanzó o no los niveles de figuras como las anteriormente citadas. Seguramente no, entre otras razones porque todo gran torero es, en rigor, irrepetible. Pero si uno repasa la baraja taurina de que este país ha dispuesto en los últimos veinte años, el nombre de Joselito Adame no admite réplica. Gran triunfador de la temporada última, fue el único que este año, contra viento y marea, sacó la cara por nuestra torería en España.
Ante un panorama tan difícil como el que viene afrontando la Fiesta en México desde un cuarto de siglo atrás, y cuando las promesas que parecían despuntar en los últimos años se han achicado en este 2014, prescindir del nombre de Joselito en los carteles de la Monumental representa un caso de lesa tauromaquia, un necio desoír el clamor de los aficionados y un lujo que ningún empresario con sentido común debería darse a estas alturas, con tanto operador político poniéndole cerco a las corridas, y el toreo cada vez más ausente de la escena pública y los gustos de la juventud.
En estas condiciones, renegar de nuestra solitaria estrella taurina, ocultándola a los ojos del público capitalino, más parece inconsciente suicidio que desacuerdo comercial.
El derecho a exigir
Dicen que los representantes de Joselito Adame esta vez han pedido demasiado dinero para firmar con la empresa Alemán Magnani. Pues depende de qué tanto entiendan por demasiado quienes administran la cazuela monumental. Porque en la temporada anterior –con emolumentos seguramente a tono con el ninguneo sufrido durante toda su carrera por parte de la empresa de la capital–, Joselito cortó, en cuatro actuaciones, nada menos que ocho orejas. Marca semejante no se veía en la México desde hace más de medio siglo (Rafael Rodríguez, con 7 orejas y 4 rabos a lo largo de sus ocho participaciones de 1948-49).
En ese entonces, Alfonso Gaona no dudó en duplicarle la oferta al hidrocálido porque le llenaba la plaza como nadie. Que fue más o menos lo que ocurrió el invierno pasado con Joselito. Botón de muestra: quizá la mejor entrada la produjo la terna mexicana Adame, Saldívar y Silveti con Barralva (01-12-13); cuando, al mes y medio, se anunció de nuevo a Arturo y Diego, pero con Juan Pablo Sánchez en vez de Joselito, apenas se cubrió un cuarto del aforo de la Monumental.
Pero está, además, lo de España
De sobra es sabido que Joselito Adame no recibió allá el debido trato como triunfador que fue de San Isidro en 2013. Aun así, logró sumar 30 corridas. Y sin contar con las fechas, carteles ni encierros a disposición de las figuras —que más bien rehuyeron alternar con él– cortó orejas en Sevilla, Arles, Bilbao Santander, Bayona y Salamanca, por no hablar de la bronca que se buscó un malhadado presidente madrileño al negarle una oreja ganada a ley, o su copiosa cosecha en cosos de menor importancia, hasta sumar un total 36 orejas al final de su triunfal campaña europea.
Oídos sordos
La frase "no oigo, no entiendo" que un tristemente célebre político mexicano pronunció hace más de dos décadas, cobra nueva vigencia. Hoy podría atribuírsele con plena certeza a una empresa que, a tono con un historial rico en caprichos y ninguneos semejantes, vuelve a decirle a la única figura vigente de nuestra menguante torería –y a lo que de la afición capitalina va quedando–, que, a semejanza del socarrón político de marras, tampoco está para reconocer méritos taurinos ni atender clamores populares. Será que, para seguir amasando millones, no necesitan de la fiesta de toros ni del seguimiento y reconocimiento puntual de quienes la protagonizan y exponen en el ruedo integridad, vida y prestigio