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Desde el barrio: José Tomás, héroe o villano

Martes, 24 Jun 2014    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Son los efectos colaterales de aparecer en público con cuentagotas y de convertir cada paseíllo en un acontecimiento excepcional: que partidarios y enemigos intentan, en cada una de esas mínimas ocasiones, sacar conclusiones definitivas de lo que hace o deja de hacer José Tomás. Para bien o para mal.

Así es como las dos últimas tardes del genio de Galapagar han generado interpretaciones radicales y juicios sumarísimos. Y todos con conclusiones demasiado  tajantes sobre la misteriosa carrera y sobre el momento por el que atraviesa un torero que actúa al margen de las normas y que, por tanto, no se presta a ser analizado con las pautas habituales que se aplican al resto del escalafón.

Por eso, para la prensa y para los usuarios de las redes sociales, José Tomás ha pasado en sólo tres días, de las tres orejas de Granada al solitario trofeo de León, de héroe a villano. En sólo 72 horas, el personaje más que el torero, ha sido sometido al examen de toda una división de enviados especiales dispuestos de antemano a contar en seiscientas palabras su cénit o su decadencia, su triunfo histórico o su estrepitoso fracaso. Sin medias tintas.

Pero ni tanto ni tan calvo. Porque ni en la Maestranza granadina –¿quién se inventó esa chorrada de la Monumental de Frascuelo? hizo la mejor faena de su vida, como quisieron ver sus miles de devotos, ni la tarde del León Arena supongo que fue tan decepcionante como para lapidarlo en la plaza pública, que es lo que han pretendido sus cientos de acérrimos contrarios.

Si hiciéramos un juicio desapasionado de ambas, sólo cabría calificar como "normales" esas dos últimas actuaciones: muy buena, con detalles magistrales en la lidia de ese bruto quinto de 580 kilos, la de Granada; y solvente, remontándose a la falta de fuerzas y de raza de su lote, la de León. Dos tardes más de su singular trayectoria, resueltas con buen toreo casi siempre y presenciadas por miles de personas que acudieron a ver, probablemente, mucho más de lo que el torero les pudo ofrecer ante ambos lotes.

Y es que sobra visceralidad y falta de sosiego para analizar a José Tomás con la suficiente perspectiva. Para entender que, aun siendo uno de los más grandes de la historia, sólo los santos hacen milagros y ni a él le es posible sublimar el toreo cada tarde que se viste de luces, por mucho que ese sea el gran reclamo al que el público abarrota los tendidos cada vez que su nombre aparece en un cartel.

Obligado por ese aura mítica, José Tomás se ha convertido en esclavo de su propio prestigio acumulado, hasta el punto de que a él no le sirven los mismos triunfos que se les cantan a otros, ni anunciarse con los mismos toros con los que el resto de figuras suman corrida tras corrida. Consciente del papel que ha decidido jugar en el toreo, todo ha de ser excepcional en sus contadas apariciones, tanto para calmar el furor de sus seguidores como para contrarrestar el ardor de sus enemigos.

Pero quizá la peor lectura que ha podido tener para él esta doble jornada fue la tremenda y tenebrosa paliza que le dio en Granada el rajado toro de Victoriano del Río. Y no sólo por el dolor.

Demasiado confiado en su victoria, en un error de bulto, José Tomás salió de la serie hacia las tablas por el mismo camino que el manso había elegido en su búsqueda de la querencia. De cien veces que lo hubiera hecho, como sucede en tantas faenas de tantos toreros, sólo en una se hubiera arrancado el toro. Pero a él le tocó la china, y su vida estuvo en serio peligro en aquel súbito trance de escalofrío.

El caso es que ese vuelo vertiginoso de pitón a pitón, ese brutal golpe contra la arena, esa acongojante postura inerme y esa gloriosa resurrección desde el sepulcro de la enfermería volvieron a poner en primera plana la errónea imagen del torero inmolado, el tópico del José Tomás "suicida" que nunca ha sido quien sólo se debe a su ética y a su compromiso taurino. Es decir, que esa voltereta vino de nuevo a justificar por los pelos la más errática y peor intencionada  interpretación que se puede hacer de su toreo.

Paradójicamente, todo sucedió al final de una faena sin sobresaltos, marcada por su maestría técnica y su valeroso temple ante un toro brusco y rajado. Pero el percance llegó como una maldición, convirtiendo de pronto las críticas taurinas en una crónica de sucesos. Y los malentendidos han vuelto a extenderse, sobre todo a voces de los francotiradores, para seguir ocultando todo cuanto de grandeza torera hay detrás del morbo mediático.

Alguno incluso, como si hablara de Neymar o de Ronaldo revolcándose histriónicos por la hierba de un estadio, ha llegado a asegurar en su delirium tremens antitomasista que el de Galapagar "teatraliza" sus cornadas y sus volteretas, que exagera el momento y las consecuencias de los percances para obtener de ellos más provecho y rentabilidad. Delirante, sí.

Claro que si eso fuera cierto, que no lo es, si José Tomás tuviera esa asombrosa capacidad de interpretar un personaje de ópera trágica colgado de la punta de un pitón o sangrando sobre la arena, este año no le deberían conceder el "Paquiro" sino un Óscar de Hollywood al mejor actor de la historia.

Y a esa especie taurina de Corín Tellado que lo afirma que le den un premio de novela. El de "La sonrisa vertical" sería perfecto.


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