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Tauromaquia: El Capea, Miguel y Jorge

Lunes, 20 Ene 2014    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente
El segundo domingo de enero, en la México, en un festejo que al final fue de resurgimiento para Arturo Macías y en el cual el también aguascalentense Fabián Barba había dado, de principio a fin, una sobria lección de torerismo, estuvieron presentes Pedro Gutiérrez Moya –cuyo hijo tuvo con los de La Punta una actuación menos que discreta–, Miguel Espinosa “Armillita” –a  quien brindó Macías la faena y muerte de "Tito", el toro de su triunfo– y el hidalguense Jorge Gutiérrez, como comentarista de la televisión. Tercia de coetáneos que rivalizaron muchas tardes y a quienes cupo el raro privilegio de encabezar el paseíllo en la Monumental hasta en tres ocasiones distintas.

Para que una empresa repita el mismo cartel de toreros se requieren público consenso y taquilla segura. Es decir, que en su primera confrontación, la terna haya dejado en el aire la promesa de tardes de toros de brillo cuando menos equiparable al de la versión inicial. Eso, justamente, fue lo que sucedió con la combinación señalada. Y tiene miga que tres ases de un ayer no tan lejano hayan coincidido como espectadores de la corrida del pasado día 12 en la plaza de sus triunfos.

20 de abril de 1986

En su segundo cartel de una extemporánea temporada, Alfonso Gaona tuvo la satisfacción de ver llenos los tendidos de la México, al conjuro de un primer espada –Pedro Gutiérrez Moya– que la campaña anterior había bordado dos toros: "Debutante" de Funtanet –del que perdió el rabo con la espada– y "Manchadito" de Garfias –al que sí se lo cortó; estaba El Capea en su momento cumbre, convertido en ídolo del público mexicano, que siempre lo relacionó con Paco Camino: sin la clase de éste, superaba al de Camas en espíritu de lucha y afán de complacer, arrimándose a todos los toros y pudiéndoles a fuerza de sitio y clarividencia.

Con ocho años y medio de alternativa, Miguel Espinosa seguía ubicado como la gran esperanza del toreo mexicano. Sin definirse plenamente como mandón, hacía honor a la dinastía cubriendo los tres tercios con particular finura y sello; y aunque a veces flaqueaba del ánimo, tenía en su haber faenas tan bellas como la de "Suertero" de Reyes Huerta (26.04.81), e incluso, en sus principios, la singular hazaña de un estoico trasteo al complicado "Arte Puro" de Torrecilla (11-03-79), ambas en la gran cazuela capitalina.

En cuanto a Jorge Gutiérrez, de momento seguía sin concretar nada, pese a contar con atributos de sobra: una personalidad que le llegaba mucho a la gente,  un toreo de capa colorista y variado, y una muleta capaz de hondura y temple muy mexicanos. En la capital había pasado de una apoteosis cuasi consagratoria, al cobrar cuatro orejas y un rabo simbólico de sendas menudencias de San Martín –"Fabio" y el indultado "Poco a Poco", 25-01-81, a baches y altibajos desconcertantes, que en la campaña inmediata anterior parecieron hundirlo. Sin embargo, en los últimos meses venía arreando fuerte por cosos de los estados.

Su lote de De Santiago poco le había permitido al Capea; incluso al cuarto, "Pique", que desentonaba del resto por corpulencia, pitones y bronquedad, lo trasteó de trámite entre protestas y abucheos. Esto orilló al salmantino a obsequiar un séptimo astado, procedente de Funtanet. Y aunque las condiciones de "Carolino" en nada se asemejaron a las del recordado “Debutante”, los arrestos de Pedro terminaron por someter su aspereza y hacerle tomar el rojo engaño en tandas de indudable mérito y emoción. Por eso le cortó una justa y aclamada oreja.

Miguel se encontró de primeras con un "Perlito" cárdeno de pelo y de dulce y alegre estilo. Lo había saludado con lances de despaciosa elegancia y anduvo muy a gusto con él en los tres tercios. Y cuando lo bordó con la zurda, la plaza estalló. No fue faena larga pero tuvo prestancia y sello, por lo que al otorgamiento de la primera oreja siguió una fuerte petición de otra, que el juez desatendió. Muy torero con el aplomado quinto, al que había saludado con una larga de hinojos, sería llamado al tercio bajo fuerte ovación. Actuación muy torera.

Un ventarrón inclemente malogró la primera faena de Jorge, que logró buenos pases aislados a un toro de embestida franca; frustrado por las rachas huracanadas, la gente, consciente del esfuerzo del de Tula, lo llamó al tercio a saludar. "Salmantino", el sexto, fue un espléndido ejemplar, alegre, bravo y repetidor. Y Gutiérrez respondió cuajándole la faena de la tarde, compuesta por series largas, templadas y de acentuada hondura que pusieron la plaza de cabeza. Y como lo estoqueó por lo alto y entregándose, suyas fueron las orejas del magnífico burel de De Santiago.

Para subrayar la gran tarde que los tres espadas le habían hecho disfrutar, la gente los llamó a recorrer juntos el anillo, homenaje que se veía por primera vez en la Monumental. La espontánea respuesta iba a dar pábulo a la repetición del triunfal cartel con apenas dos semanas de diferencia.
11 de mayo de 1986

De azul marino y oro Pedro, de verde botella y oro Miguel y de tabaco y oro Jorge partieron plaza ante un llenazo superior incluso al de su anterior comparecencia conjunta. La corrida de Garfias tuvo trapío y su juego respondería a las expectativas.

Capea, que acababa de indultar a "Samurai" de Begoña –tarde en la que Miguel cortó su primer rabo en La México y Manolo Arruza salió a oreja por toro, con nuevo recorrido triunfal de los tres al finalizar el memorable festejo (04-05-86)--, topó con un lote incómodo. Pero supo sobreponerse a una voltereta pavorosa cuando recibía de capa al cuarto, un "Jaloncito" de seria presencia, y lo hubiera desorejado de andar fino con el estoque, tras un muleteo en apretado terreno y exponiendo mucho ante un animal quedado y probón. La vuelta al ruedo la dejó trunca para marchar por su pie a la enfermería, bajo tempestuosa y cálida ovación.

Una lluvia constante acompañó la lidia de "Soldadito", de temperamento boyante y gran calidad, al que Miguel Espinosa, despojándose de las zapatillas, muleteó confiado y artista, sobre todo con su privilegiada mano izquierda. Eficaz con el acero, alzaría en triunfo las orejas del magnífico astado. Sólo cumplió con el quinto, pues otra vez llovía y el garfeño se apagó pronto.

En cuanto a Jorge, parecía ir por otro triunfo grande porque el tercero, "Justiciero", aunó trapío, franqueza y transmisión, y el torero de Hidalgo estaba bordándole un auténtico faenón cuando, de repente, el toro se tocó con el sombrero charro de El Teniente, desatendiéndose a partir de ahí de la muleta para volver grupas y huir, completamente rajado; el extraño cambio malogró un triunfo mayor, pero no evitó que Gutiérrez paseara bien ganada oreja: así de sabroso lo había toreado hasta el incidente del sombrero galoneado. Con el sexto, incierto y bajo tupido aguacero, abrevió.

12 de enero de 1992

Casi seis años transcurrieron antes de que Capea, Miguel y Jorge volvieran a verse las caras en la Monumental, esta vez con toros de San Martín, nobles en general aunque con tendencia a aplomarse. Pedro Gutiérrez –de salmón y oro– había reaparecido tras una retirada en falso y venía de una campaña española difícil, marcada por el grave percance en Sevilla. Miguel –blanco y oro– se había establecido ya como un artista de detalles en espera de su toro; por el contrario, Jorge –plomo y oro–, estaba convertido en la figura más sólida y reconocida de la baraja nacional tras importante sucesión de triunfos en la propia Plaza México. No obstante, una cornada reciente pareció restarle confianza y sitio.

Fue la tarde del famoso grito del Negro Aranda a Capea –"¡Paisano, no te hagas pendejo y regala un toro!"–, conminándolo a obsequiar ese séptimo que el público le pedía a coro. El salmantino, de gris actuación con su lote, correspondió al reclamo anunciando de inmediato la salida de “Delicioso”, al que bordó de capa –verónicas y chicuelinas de rechupete– para muletear después con cierto apresuramiento, que no enfrió el regocijo de un público que ya estaba cambiando hacia patrones de menor rigor crítico. Como la estocada resultó fulminante, el entusiasmo dio para dos aclamadas orejas. A los restos de "Delicioso" les dieron la vuelta al ruedo y tampoco era para tanto.

Miguel aportó a la tarde buen gusto y dosis insólitas de decisión. Salió al tercio en su primero y debió desorejar al quinto, el pastueño y colaborador "Caballero", pues le cuajó la faena más armoniosa de la tarde. Un pinchazo dejó las cosas en fuerte petición y ovacionada vuelta al anillo.

Gutiérrez, que mostró voluntad con el soso tercero, se fajó con su segundo, "Orejitas" –remiso y refugiado cerca de toriles– y terminó haciéndolo pasar en apretadas tandas sobre la diestra, lo despenó en excelente forma y recibió dos orejas, ligeramente protestadas.

Aunque la gente la volvió a pasar muy bien y tanto Jorge como Pedro fueron paseados a hombros –algunos entusiastas unieron brevemente a Miguel a ese homenaje, todavía espontáneo y no reglamentado–, fue evidente que la terna había perdido gas con respecto a su brillante pasado de los ochenta.

Solitario antecedente

Pero la doble repetición de un cartel de matadores en La México contaba ya con un antecedente, si bien lejano. Ocurrió en sus primeros años de vida, con una terna que reunía a Silverio Pérez, Antonio Velázquez y Rafael Rodríguez. Combinación claramente contrastante, al alternar un artista tan irrepetible e imprevisible como el Faraón de Texcoco con los dos exponentes más conspicuos del primer encimismo de la historia, toreros que llenaban plazas y no defraudaban nunca, pero cuyo estilo no era precisamente refinado.

La primera confrontación, con un encierro ideal de La Laguna, no pudo ser mejor, pues si bien Velázquez y Rafael cortaron los rabos de "Rey de Copas" (quinto, un toro de vuelta al ruedo) y “Visitón” (tercero, primero de Rodríguez), el escándalo mayor lo armó Silverio con sus derechazos musicales al nobilísimo cuarto, "Pajarero" (cuyo restos también recorrerían en triunfo el anillo): no fue una faena redonda y el texcocano la terminó de cualquier manera; aun así le dieron la oreja.

Menos lucimiento alcanzaron las otras dos versiones de la misma combinación de toreros. Excepto para Rafael Rodríguez, cuya encastada juventud lo mantenía en el candelero mientras sus alternantes emprendían ya la cuesta abajo. El hidrocálido cobró, del cierraplaza "Jarocho", de Xajay, las únicas orejas de la segunda confrontación (09-04-50), y volvió a salir en hombros en la Corrida de Covadonga del 23-03-52, con el rabo de "Cordobés" y tras haber desorejado también a "Moreliano", tercero de una encastada corrida de Zotoluca a cuya altura no supieron estar los dos espadas más antiguos.

Otras repeticiones
En su oportunidad hablaremos de ellas. Ahora sólo cabe señalar que Manolo Martínez se anunció solo cinco veces, además de sostener cuatro manos a mano con Curro Rivera. Y que suman once las ternas de matadores que por dos ocasiones partieron plaza en la México. 


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