Reza un viejo refrán que "el hábito no hace al monje", y en la primera Corrida Ponciana celebrada hoy en Aguascalientes se pudo constatar que, efectivamente, el vestido de torear no "hace al torero". Porque ser torero va mucho más allá del atuendo. Es algo que va prendido en el alma.
Y si el otro día Joselito Adame triunfo vestido de luces, ahora lo hizo vestido de charro, en un festejo muy emotivo al que faltó mayor redondez debido al poco juego que, en general, dieron los dos toros de los hierros lidiados.
No obstante, Joselito volvió a enseñar que se encuentra mentalizado para triunfar, pues hizo lo más torero de la tarde.
La faena a su primer toro, de San Isidro, un ejemplar recogido de pitones, que salió al ruedo con mucho ímpetu y embistiendo enrazadamente en el capote, fue un dechado de seguridad, ritmo y temple.
Desde el vistoso quite por zapopinas, que semejó el floreo de un reata (quizá hubiese valido la pena ver la ejecución de "la crinolina" y evocar así a su creador, el charro y torero Eliseo Gómez) fue un primer chispazo que rememoró la vinculación existente entre la charrería y el toreo, y ese sabor campero en el que coinciden ambas artes.
Y lástima que el toro "Chichimeco" no tuvo un puntito más de duración, porque después del ortodoxo tercio de banderillas cubierto por Joselito con mucha soltura, le cuajó una faena estructurada y sobria, muy en la cuerda de la que hizo el domingo anterior al primer toro de su lote, de Celia Barbabosa.
Giró el hidrocálido en los talones, corrió la mano a placer, con la figura relajadísima y gustándose, en distintos muletazos que caldearon el ambiente.
Los desdenes y otros adornos, con el toro metido en las tablas, fueron detalles sabrosos que emocionaron a la gente. Ya le tenía cortada una oreja de ley, y otra vez su deficiente manejo de la espada le arrebató el triunfo. No lo está viendo claro a la hora de matar, lamentablemente. Ojalá que pronto corrija este defecto técnico porque ahora mismo sería un rotundo triunfador de la feria de su tierra en dos actuaciones muy auténticas.
En el sexto Joselito salió a arrear con cabeza despejada, aprovechando el entusiasmo colectivo cuando atronó la "Pelea de Gallos", interpretada al alimón por la banda y el mariachi, en un inusual “dueto” musical que tuvo un toque muy especial.
Y en medio de la algarabía de fin de fiesta que supone escuchar esta famosa melodía, Joselito Adame le buscó las vueltas al toro en una faena intensa y dinámica, acorde al ambiente que se estaba viviendo. Una vez más la espada se cargó sus buenas intenciones, y el pinchazo que antecedió al a media estocada, fue el causante de que sólo el concediera un apéndice a este hombre que, vestido de luces o de charro, se siente torero. Ahora más que nunca.
Pablo Hermoso no se empleó con el toro que abrió plaza, debido a la mansedumbre del ejemplar de Los Encinos, que desde su salida dejó entrever que difícilmente iba a embestir a los caballos en los medios. Así que el navarro abrevió.
En el cuarto, que era bajo y reunido, Pablo estuvo sensacional montando a un caballo fuerte y con mucha percha, de una pinta que en el argot charro llaman "bayo aceitero", una denominación precisa para describir una capa infrecuente en los caballos de torear.
Las ceñidas piruetas que ejecutó montando a este hermoso ejemplar, deleitaron al público a lo largo de una faena esforzada, que culminó con un rejón en todo lo alto. A sus manos llegó una solitaria oreja que supo a poco a una figura acostumbrada a salir a hombros de manera frecuente, algo que se le ha negado, durante dos años seguidos, en esta fecha tan señalada, la del día del santo patrono.
Fermín Spínola trató de agradar a la concurrencia con ese toreo aseado y vertical que le caracteriza. Y hoy más que nunca recordó a su maestro, el inolvidable Joselito Huerta, al verse delante del toro vestido de charro. A su primer toro, que fue manejable, lo toreó a media altura para ayudarle a seguir los vuelos de la muleta en un trasteo con algunos pasajes de interés.
El quinto fue un toro un tanto acaballado, de 536 kilos de peso, que ofreció un juego reservón, y aunque Fermín tardó en centrarse con él, por sus incómodas miradas y que a veces embestía topando, terminó animándose y le pegó muletazos con enjundia.
El mejor momento fue a la hora de emplear la espada, pues a pesar de que el toro no humilló, consiguió una estocada entera de mucha valía, en la que dio el pecho. Sin embargo, el de San Isidro se amorcilló y la gente se enfrió.
Ojalá que el año entrante la Corrida Ponciana se adorne con más elementos alusivos a esa gran figura que fue el torero con bigote, pues resulta innegable que esta variedad en el espectáculo siempre será un motivo de interés, que además contribuye a acendrar el sentimiento de mexicanidad de nuestra Fiesta.