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Desde el barrio: La agonía de San Isidro

Martes, 26 Mar 2013    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Un mes de marzo más se han presentado los carteles de una feria de San Isidro larga, plana y monótona, sin apenas combinaciones atractivas, cargados de nombres intercambiables y mil veces repetidos. Un año más -y van…- el aficionado pierde la ilusión.

Sin mirar a los lados, parece que sin darse por aludida ante la difícil situación, la empresa intenta estirar hasta la saciedad una vieja fórmula que la crisis ha dejado obsoleta y sin sentido: la del abono "cautivo" de esas dieciocho mil localidades a que se llegó a finales de los ochenta. Esa que tantos réditos dio a las empresas y a los políticos, pero que tan mal ejemplo acabó suponiendo para la propia Fiesta.

Como consecuencia del desgaste y del tedio, además de las nuevas circunstancias económicas, ya entre mayo y otoño de 2012 se cayeron, si la memoria no nos falla, cerca de dos mil abonados. Y otros tantos que se supone que pueden darse de baja esta misma temporada, sin que se haya producido una mínima reacción por parte de quienes deberían frenar la imparable caída de la que fue primera feria del mundo.

Aquella pasajera fórmula de éxito que descubriera Manolo Chopera hace ya treinta años, mediante un inmejorable y constante trabajo, es hoy, de tan usada y abusada, una versión degenerada de sí misma. Un filón agotado del que, por pura rutina, por una inercia que ya se frena hasta la inmovilidad, aún hay quienes se empeñan en sacar las últimas pepitas de oro de mala calidad.

Ni la escisión de la llamada "Feria del Arte y de la Cultura", que pretendía aflojar las riendas del abonado con menos festejos obligatorios, ha logrado evitar la patente decadencia de un ciclo al que los intereses particulares han ido robando edición tras edición su espíritu de gran cita mundial del toreo.

Hace años, justo tras la salida del inventor de la fórmula, que la familia Lozano la desvirtuó para aumentar sus beneficios reduciendo gastos de toros y toreros. Con el apabullante ingreso del abono masivo asegurado y la transmisión íntegra de la feria por la televisión de pago, la gallina venteña puso la mayor cantidad de huevos de oro de su historia… pero nunca justamente repartidos.

Fueron los astutos taurinos de Alameda de la Sagra quienes dieron con las claves de ese aumento de personales beneficios isidriles: presencia casi testimonial de figuras y ganaderías caras –cuando no su provocada deserción, carteles baratos a precio de estelares, hierros de segunda fila y una gran mayoría de puestos a salario mínimo para toreros necesitados, vendidas como "oportunidades" que antes no se daban ni en el mes de agosto.

Y mientras las arcas de empresa y Comunidad rebosaban, la plaza y la feria se desangraban en un sinfín de paupérrimos resultados artísticos, en una sucesión de tardes plomizas y desangeladas con el triunfo como rara excepción. Y lo peor es que el ejemplo se extendió a otras muchas plazas del mapa del toreo.

Por eso mismo no deja de ser paradójico que ahora se vaya a homenajear, con una placa en el patio del desolladero, a los empresarios que más pusieron de su parte para llegar a la crítica situación en que se encuentra el Madrid taurino. Aquellos quienes devaluaron la plaza y aburrieron al verdadero aficionado con el método que hace ya mucho tiempo, viéndolo venir, dimos en llamar "el éxito del fracaso".

Años después, explotada hasta más allá de lo sensato, la feria de San Isidro agoniza en un imparable declive que reflejan inequívocamente los números de taquilla. Sólo una nueva conciencia empresarial y política –no olvidemos que la Comunidad de Madrid, por pura complicidad, es la verdadera responsable de esta situación puede resucitar al que parece un enfermo terminal.

Llegados a este punto sin retorno, San Isidro y Las Ventas necesitan urgentemente una inyección de ideas frescas y coherentes con la situación. Pero, sobre todo, un duro trabajo marcado por el férreo objetivo y el único interés de devolverles el prestigio y la grandeza perdidos.

Esa es hoy por hoy la única alternativa para reciclar aquella loca idea que tuvo don Livinio antes de la muerte de Manolete y que don Manuel Martínez Flamarique puso en la cumbre desde la que ahora se precipita hasta el vacío.


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