La entrada mejoró considerablemente con respecto de los dos domingos anteriores, al conjuro de los nombres de los hidrocálidos –Arturo Macías y Joselito Adame–, así como del rejoneador debutante Leonardo Hernádez, en una corrida que tuvo pasajes de interés y otros de tremendo tedio, y que también estuvo marcada por las decisiones erroneas del juez de plaza Jorge Ramos, que premió excesivamente a los toreros y desató una bronca al no devolver a los corrales al octavo, un toro de regalo.
Y cuando la tarde ya había enderezado el rumbo, con la entonada faena de Joselito al sexto, el único toro potable de Lebrija, el triunfalismo galopante –nunca mejor dicho– llegó de la mano de Leonardo, que estuvo francamente bien en sus tres toros pero sin demasiada puntería con el rejón de muerte en sus tres intervenciones.
Así que la gente protestó aireadamente la concesión de una segunda oreja del toro de regalo, que procedía del hierro de Marrón, un cuatreño bien hecho y con transmisión que permitió al extremeño disfrutar a placer la entrega de un público que aquilató su buena monta, y un toreo en el que combinó el toreo clásico con la espectacularidad de manera equilibrada.
Resulta innegable la redonda faena que cuajó al toro de la presentación, de Fernando de la Mora, que se llamó "Petrolero", largo y hondo, de idéntico nombre al que Zotoluco cuajó una magnífica faena en una Feria de Aguascalientes, y con la misma movilidad y emotividad que aquel toro negro de tan grato recuerdo.
La mejor parte de esta labor la realizó montando a "Verdi", el tordo de templados aires con el que galopó de costado de forma magistral, toreando con gran temple y una seguridad impresionante antes de sacar a "Xarope", un caballo completísimo para el último tercio, que tiene valor y arte, y con el que Leonardo clavó banderillas cortas al violín en un palmo de terreno, reunido y torero.
De haber acertado al primer viaje con el rejón de muerte seguramente le hubieran premiado de sobra, debido a la redondez de la faena. Pero no fue así, y tampoco en el cuarto, otro toro de Fernando de la Mora que también tuvo altas prestaciones para el lucimiento del toreo a caballo.
En este ejemplar, Leonardo realizó arriesgadas piruetas, a veces rayando en el exceso de confianza o de arrojo, según se mire, en las que el robusto "Templario" resbaló y estuvo a punto de ser alcanzado por el de Fernando de la Mora. La virtud fue sobreponerse al susto y seguir toreando con la misma pasión, a la par que la gente coreaba con fuerza cada uno de los embroques del menudito caballista.
Por supuesto que cuando el Leonardo Hernández anunció el toro de regalo, el regocijo invadió la plaza, pues el público se quedó con ganas de verlo salir a hombros. Y al margen de que haya conseguido estar certero a la hora de matar, mediante un rejonazo un tanto trasero y contrario, al final el público consideró que no merecía dos orejas sino únicamente una luego de una faena importante, por seria y concisa, en la que volvió a brillar montando a "Xarope".
Cabe mencionar que el criterio a la hora de premiar de los jueces que han presidido las corridas de esta Temporada Grande no ha contado con el rigor que se exige en un coso de esta magnitud, al que han hecho perder su categoría entregando varias orejas benévolas que ningún bien le hacen a los toreros que suelen ser pitados a la hora de recogerlas de manos del alguacilillo. Por eso urge normar un criterio unificado, acorde a lo que debería de ser la categoría de La México.
Lo mismo le ocurrió a Joselito Adame cuando recibió la oreja del sexto toro, perteneciente al hierro de Lebrija, que permitió una faena hilvanada en la que el hidrocálido toreó bien con la mano derecha, en series de buen acabado, templadas y recias.
Antes de colocar una estocada en lo alto, Joselito pinchó y quizá por ello la autoridad no debió entregarle la oreja que fue solicitada por un sector de la plaza. Y si ya la molestia de algunos aficionados se había hecho patente con esta situación, se agudizaron cuando saltó a la arena el octavo toro de la función, de Jorge María (la ganadería de la empresa), un ejemplar que tenía dos meses en los corrales y enseñó su mansedumbre a las primeras de cambio, escupiéndose de los capotes y reparando con estrépito cuando sintió el castigo de la puya de los dos picadores.
Inexplicablemente, el juez de plaza no devolvió a este toro a los corrales y sí ordenó que se le clavaran banderillas negras, pero esa decisión no calmó la ira del público. La cojiniza no se hizo esperar ante las muestras de indignación de la gente, que poco más tarde comenzó a corear a Arturo Macías olés de chunga cuando éste cogió la muleta, y terminó resignada ante la actitud profesional del diestro que salió a hacer lo suyo y consiguió arrancarle una oreja a base de porfiar en las tablas, y luego de sepultar una estocada entera que impresionó a más de uno cuando el torero cayó a la arena, curiosamente sin que el pitón del toro lo hubiera tocado.
Así concluyó una tarde en la que hubo de todo; una corrida en la que después del toreo bueno -a caballo y a pie- se suscitó la bronca y, finalmente, el ilusionismo del triunfo.