Una buena tarde de toros se vivió en Manizales, resarciendo a los aficionados por el amargo episodio de ayer, y que vieron hoy triunfar a los tres toreros, aunque a El Cid se le fueron las orejas por el desacierto con la espada.
Triunfó de manera rotunda Pablo Hermoso de Mendoza, que en Colombia es ídolo indiscutible. En su primer toro, tercero de la corrida, provocó las embestidas y dictó verdadera cátedra de lo que es parar y templar en el rejoneo. Alborotó la galería con dos quiebros perfectos para rematar las suertes y hasta un doble giro en la cara del toro le permitió la sosería con la que terminó el de Ernesto Gutiérrez.
Imponente estuvo el caballero de Navarra con el que cerró plaza. Hizo un esfuerzo grande por arrancar las dos orejas, porque el toro no fue gran colaborador. Tuvo poco fondo y le faltó, al igual que a sus hermanos, un punto de raza. En este turno, y para no agotar el repertorio, toreó a dos pistas; clavó banderillas cortas a dos manos; toreó de costado, llegando a la cara del toro que se paró en los medios y apagó la algarabía.
Pero Hermoso de Mendoza muy pronto atizó de nuevo el alboroto con el rejón de muerte que aunque se fue contrario, puso a rodar al toro. La bravura del toro estuvo solamente a órdenes del presidente de la corrida que otorgó la vuelta al ruedo, y que por supuesto la mayoría de los que estaban allí protestaron, por inmerecida.
Luis Bolívar también sacó partido a su lote, y en el segundo perdió al menos un trofeo seguro, por su fallo a espadas. Más firme que un general inició la faena, con series largas que rápidamente el público coreó. La primera de naturales ayudados fue de siete, al aire del toro. Después, una exposición de su nueva expresión, el toreo despacio en algunos pasajes de la faena. De nuevo, el final del toro no fue el de los bravos, y terminó buscando las tablas. Allí lo pinchó, y saludó la ovación después de petición mayoritaria.
La faena al quinto fue maciza, seria y aplomada. El saludo con el capote muy jaleado por lo variado. Lo midió Viloria en varas y salió aplaudido por el buen puyazo. Clavó la espada en la arena y fue a buscarlo en el tercio con una serie de naturales con la derecha que le salió del alma y le salió muy buena.
No tan rotundos los naturales, rematados por arriba, quizás una lectura que hizo Luis de la fuerza del toro y no quería estropear lo que estaba consiguiendo, que aunque no fue vivido por el público con tanta intensidad hasta la mitad de la faena, nunca hizo perder el interés de la gente. El final si fue intenso y de toreo roto, en sus manos estaba el triunfo. Lo despachó de certero espadazo y a sus manos las dos orejas.
A Manuel Jesús “El Cid” le faltó suerte y acierto esta tarde. Dos buenas faenas que también lo ponen como triunfador moral, al lado de sus alternantes, pero perdedor numérico al irse de vacío y por su propio pie de la plaza de Manizales.
Al primero lo toreó con hondura y largueza, por abajo como los cánones mandan y con la suavidad que pidió el juguetico. Protestaron al toro de salida, y hasta de novillo lo acusaron, pero embistió con un mimo y una gracia, que es firma de la casa. Muy ligadas y bien rematadas las series, que se sucedieron por igual a diestra y siniestra hasta cuajarlo. La faena tuvo empaque, tuvo emoción y tuvo La Feria de Manizales de fondo musical, por buena. Faltó matarlo, nada más.
El cuarto le permitió prácticamente dar a El Cid una lección de toreo de salón, y aunque al toro le faltó chispa y raza, tuvo nobleza y fijeza. Lo mejor, para mayor tranquilidad del toro, lo entregó al hilo de las tablas. Un pinchazo sin soltar, una estocada tendida y un golpe de descabello, alcanzó para el saludo de la ovación.