Allá por los años veinte, antes de seguir su camino hacia la laguna de Chapala, los paseantes se detenían en el rancho Buenavista a probar el caballito de tequila que les ofrecía El Charro Capetillo, un hombre vigoroso que destacaba en los jaripeos regionales. En ese ambiente campirano de aire limpio y sol radiante, entre grandes magueyes puntiagudos nació Manuel Capetillo Villaseñor, quien llegaría a convertirse en una figura de época, un torero apasionante, continuador natural del estilo que había impuesto el carismático Silverio Pérez.
En aquel entorno agaveño, al pie del Volcán de Colima, aquel muchacho espiritado, delgado como papel de arroz, que proyectaba una sombra larga entre los pastizales, le pegaba pases a cuanto animal rondaba por ahí. Años más tarde, su cuerda tan mexicana del toreo tendría sabor a tequila: áspero de entrada, quemante al pasar por la garganta, sublime al subir a la cabeza.
Manuel triunfó como novillero en la Plaza México y para cuando alcanzó la alternativa, su estilo era claramente distinto al de los demás. Su verónica apretada y mecida, y su gaonera, plena de aguante y determinación, dejaban un ambiente ideal para su número estelar: sus formidables faenas de muleta.
Capeto se obsesionó por alargar al máximo los muletazos, imprimiéndoles hondura y sentimiento, en la más pura expresión taurina mexicana. Ante la dimensión de sus derechazos y sus victorias legítimas sobre los coletas ibéricos más destacados de su tiempo, Alfonso de Icaza "Ojo" no dudó en llamarlo “el mejor muletero del mundo”. Aprovechando su condición de primera figura del toreo mexicano, entre canciones rancheras y balazos de salva, con su apostura y personalidad inconfundibles, Capetillo también se desenvolvió como actor cinematográfico.
Una vez Domingo Ortega dijo que “no hay más formas de torear que las clásicas dadas por los toreros de Ronda”, pero basado en el aguante, Capetillo sostuvo que con su técnica “descargaba” la suerte, echando la pierna de la salida un poco atrás para que el toro, al seguir la muleta, tuviera un recorrido más largo, dando así dimensión al pase y una mayor amplitud a la curva trazada por la tela escarlata.
Así se lo explicó a Carlos León en Novedades, en febrero de 1968: “Si yo cargara la suerte, sacaría al toro de mi dominio, de mi jurisdicción, de unos terrenos donde yo no podría guiarlo a mi gusto, a mi temple. Con mi modo de citar y de iniciar la suerte, el toro viene en línea recta hasta el centro de mi cuerpo, hasta la pierna de la mano que torea. Y es en ese momento cuando ‘descargo’ la suerte, guiando al toro no para afuera, sino para adentro, haciéndolo que se curve alrededor de mí. ¿Por qué esa posición para citar y ese movimiento dan el temple? Porque la fuerza inicial que trae el toro en su carrera recta se aminora con esa vuelta, con ese consentirlo, con ese curvarlo. El paso del toro forzosamente se hace más lento, porque le va costando más trabajo dar la cornada. La curva del toro y su lentitud consiguiente son las que me permiten el temple”.
Facultado físicamente por su elevada estatura y lo largo de sus piernas y brazos para hacer el toreo “desde aquí hasta allá”, Capetillo sometía con poderío a los toros en el círculo mágico de sus muletazos. Inventó la capetillina, un ajustado pase por la espalda, al que ligaba con un pase de pecho.
Su carrera transcurría triunfalmente hasta que llegó la tarde de 1969 en que el cárdeno "Camisero" de La Laguna le pegó una gravísima cornada penetrante de tórax. Insoportable dolor, hemorragia y shock. Cuatro horas y media de operación, tumores bordeando el corazón, noventa días conectado a una bomba de agua…
Convencido por el empresario Ángel Vázquez de que debía retirarse para poder montar un espectáculo donde cantara y toreara, Capetillo se fue de los ruedos. Pero como Vázquez lo dejó colgado de la brocha y le quitó la escalera -sin que Manuel pueda comprenderlo hasta la fecha-, debió volver a los toros en los primeros años setenta. Lo recordamos en la Plaza México y en el Palacio de los Deportes. No se me olvida la hemorragia que le brotaba a borbotones de la nariz al ser golpeado por un toro que le pisó el capote al ejecutar un farol de rodillas durante una "Oreja de Oro" nocturna en La México.
Retirado ahora sí en definitiva, hemos convivido mucho con Manuel, intenso y apasionado, siempre ávido por contar sabrosas anécdotas e interpretar sus propias composiciones, llenas de ingenio y agudeza. Personalísimo y bravo, Capeto es uno de los más grandes personajes de la cultura popular mexicana.
Asegura que sus lavados de sangre diarios le garantizarán una vida de más de cien años. ¡Que así sea, le deseamos con cariño y admiración!
Nació en Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco, el 15 de abril de 1926. Tomó la alternativa el 24 de diciembre de 1948 en Querétaro con toros de La Punta. Padrino: Luis Procuna. Testigo: Rafael Rodríguez.