Ruedo: Ejercicio de coordinación
Miércoles, 15 Ago 2012
México, D.F.
Heriberto Murrieta | Récord
La columna de este miércoles
Hace unos días, un aficionado nos preguntaba cuál es la suerte de capote más difícil y cuál la más fácil de ejecutar. En principio, hay que afirmar que no existe suerte fácil, pues el torero la intenta frente a un ser vivo en movimiento cuyo instinto es atacar, a diferencia del pintor o el escultor que cuentan con tiempo ilimitado para crear y rehacer su obra cuantas veces sea necesario, sin arriesgar la vida.
El toreo es un ejercicio de coordinación. Torear con el capote es muy difícil porque hay que coordinar el movimiento de los brazos, las manos, las muñecas, los hombros. Una suerte bien ejecutada es aquella en la que se torea, esto es, en la que no se aprovecha el viaje del toro para simplemente dejarlo pasar. Es preciso citar, templar y mandar, y para mi gusto es importante ceñirse al toro, ajustarse con la embestida a una distancia tal en la que el animal no desplace al torero del sitio donde se encuentra con los pies clavados en la arena.
Es quizás la verónica el lance de más compleja realización, aunque también en la chicuelina se “tiende” la suerte al echar adelante el percal para “atraer” el viaje de la fiera, se le templa y se le despide con la muñeca antes de girar.
Es fundamental observar los pies del hombre y notar su quietud. El torero, al ejecutar la suerte debe quedarse, nunca irse; ponerse y no quitarse. Por “ponerse” entiendo que el torero se coloca firme en el sitio elegido para embarcar la embestida sin darle ventajas al toro -un sitio donde existe el riesgo inherente al toreo- y se mantiene con esa misma firmeza aguantando en el centro de la suerte, cuando la demanda de valor es enorme, y también al despedirlo o desengancharlo.
Todo esto es fácil decirlo desde el tendido o el palco de transmisiones. Es un razonamiento meramente teórico que requiere de la confirmación empírica de los profesionales.
El máximo promotor
Jaime Rojas Palacios tenía más de 80 años, estaba cansado, enfermo y algo decepcionado de la Fiesta pero nunca dejó de organizar eventos con el pretexto que fuera, con tal de que se hablara de toros. Desde su mente inquieta trataba de contrarrestar la falta de ambiente taurino en la capital, convocando a la gente para acudir al desaparecido Tío Luis o a cualquier otro foro que conseguía a base de tocar muchas puertas. No resultaría exagerado afirmar que el perspicaz viejecillo de la calle de Puerto México es el máximo promotor de eventos culturales de la historia del toreo.
Yo era un niño cuando mi padre me llevó al Teatro Tepeyac a escuchar las conferencias que Rojas Palacios organizaba. No había más escenografía que una mesa cubierta con el clásico bajo mantel verde, un reflector, un micrófono, una jarra con agua y unas bocinas: lo importante eran los conceptos. Recuerdo que al salir nos entregaron una síntesis de la plática en unas hojas engrapadas de color con un dibujo rudimentario de Saturnino Frutos "Ojitos", que aún conservo.
A Jaime, que ya había montado obras de teatro, le quedaban muchas charlas por organizar, dos libros por escribir, un pasodoble por componer y muchas anécdotas qué contar. Su creatividad y entusiasmo fueron inagotables. ¿Existe alguien que pueda continuar su labor?
Colorín
También falleció uno de los pocos maestros de toreros que quedaban, el talentoso Alejandro Aguilar “El Colorín”.
Cuenta Chucho Solórzano que luego de varios años de alternativa aceptó ir a verlo con cierto escepticismo. El Colorín le pidió que dibujara unos lances y pases al viento para observar su forma de mover las telas. Para sorpresa de Chucho, el menudito maestro le lanzó a bocajarro, sin pudor: "¡No tienes ni la menor idea de lo que es torear!" Solórzano se quedó perplejo pero tragó paquete y a la larga terminó reconociendo la claridad de ideas de Alejandro Aguilar, quien modificó sustancialmente su esquema técnico.
En los últimos años su voz era apenas audible. Casi no se le podía escuchar, de tan delgada. Pero el hombre ya había dicho lo que tenía que decir.
El Relicario, ¿una reliquia?
Síntoma del paulatino declive de la Fiesta en el país, es inminente la demolición de la plaza que fuera bautizada en 1988 con el hermoso nombre de El Relicario en la ciudad de Puebla. La semana pasada, el empresario Juan Huerta debió desprenderse precipitadamente de su manejo antes de lo estipulado.
La versión cobra fuerza dentro de la columna semanal del siempre bien informado Horacio Reiba “Alcalino”: "Lo peor del informe emitido por Juan Huerta fue su afirmación de que se veía obligado a entregar la plaza semanas antes del vencimiento de la concesión (31 de agosto) a requerimiento de la autoridad estatal. De momento nada más agregó, pero cuando la prensa acudió a instancias oficiales en busca de mayores explicaciones, las ambiguas respuestas obtenidas sólo han servido para alentar la sospecha de que los días de El Relicario están contados, dado que la zona donde el coso se erige va a ser objeto de una remodelación integral, de acuerdo con lo dicho por alguno de los funcionarios consultados. Es más, parece ser que el proyecto incluiría la demolición del coso taurino para construir en el terreno que actualmente ocupa un hotel de lujo, a tono con los faraónicos planes en marcha".
Primero fue El Toreo de Tijuana, luego El Toreo de Cuatro Caminos, ahora El Relicario de Puebla. ¿Cuántas más?
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