La actuación de Arturo Saldívar trazó el rumbo fijo para los demás toreros mexicanos que están anunciados en Madrid por estos días, y su paso por Las Ventas, debe entenderse como una clara manifestación de intenciones.
Aunque faltó haber cortado la oreja al primer toro de su lote –se acercó mucho a esta posibilidad–, la imagen el hidrocálido proyectó al público fue tan fresca como ambiciosa, desde el lánguido quite que ejecutó por verónica a pies juntos. Porque a nadie le debe extrañar que Arturo tiene la firme convicción de ser figura del toreo. Se le nota en la mirada. La seguridad que proyecta caló hondo en el tendido, que le coreó los muletazos más sentidos y artísticos de la tarde, esos que dio al segundo ejemplar de la descastada corrida de Fermín Bohórquez, cuya muerte brindó a la ganadera de Carranco, doña Laura de Villasante.
Y a base suavidad de toques, muleta cuadrada, y temple rítmico, consiguió varios muletazos de excelente acabado ante un toro noble, de poca transmisión, al que hizo una faena más que digna y entonada.
La gente fue entrando en la labor del mexicano de forma natural, reconociendo en su toreo lo bien hecho y la firmeza con la que se plantó delante del toro. Y más aún cuando abrochó el trasteo con unas ceñidas bernadinas, antes de colocar una estocada entera, algo desprendida y tendida, que no hizo doblar al toro con prontitud.
Fue precisamente la falta de contundencia con la espada lo que privó a Saldívar de cortar una oreja que hubiera significado una recompensa especial en una tarde de tanta importancia.
El sobrero corrido en quinto lugar, perteneciente a la divisa de Encinagrande, era muy basto de hechuras y asimismo embistió, con demasiada vulgaridad. Pero Arturo no hizo mucho caso de ello, y volvió a estar decidido y valiente en otra faena con distintos matices técnicos a mitad de la que sufrió una fuerte paliza.
El mexicano se levantó sin aspavientos y volvió a la cara del toro con la frente en alto, decidido a continuar en la línea de fuego, detalle que agradeció el público, que vio con buenos ojos su voluntad de triunfo.
De los otros toros de Fermín Bohórquez se puede rescatar el juego que dio el primero, por su nobleza y buen estilo. Pero la afición de Madrid no tolera toros como ése –que tocó en suerte a Miguel Abellán– debido a su ausencia bravura y fuerza. Así que todo lo que hizo el madrileño no fue tomado en cuenta, tristemente, pues estuvo francamente bien.
La tersura de los muletazos, y el dominio absoluto del toro, le permitieron hacer una faena en tres metros cuadrados de terreno. La estructura en conjunto de la obra fue más que meritoria, y hasta pulcra, pero no acabó de entusiasmar a la gente.
Lo más destacado fue una excelente estocada al encuentro en la que Abellán dio el pecho y perdió la muleta en el embroque al matar recibiendo. La larga agonía del toro, con la cuadrilla semejando un silencioso cortejo fúnebre, revivió una estampa antigua de las que hablan de la gallardía de épocas pasadas, en las que el toreo se fundamentaba en la suerte suprema.
Con el cuarto estuvo igualmente torero y enterado, en otra faena sobria que no rompió porque el toro estaba hueco de bravura. Sin embargo, lo más rescatable de la actuación de Abellán fue su solvencia; la capacidad para hacerle a los dos toros lo que le pedían, y la serenidad con la que anduvo por la plaza, así como su fulminante manejo de la espada.
A Víctor Barrio se le puedo ver poco, ya que su primer toro resultó manso y violento. El segoviano trató de mostrarse sin resultados favorables, hasta que se puso con más decisión delante del sexto, un toro que exigía mucho pulso y una colocación precisa.
Ya desde el segundo tercio, el banderillero Miguel Martín le enseñó el camino del temple, pero el bisoño y espigado Barrio no terminó de entender cuál era la distancia indicada para volverlo a encelar al toro con mimo, así que la faena discurrió entre altibajos, siendo un par de series, por el pitón derecho, las de mejor acabado. Mató con facilidad y eso le ayudó a dejar una imagen más aceptable en ésta, que fue una de sus primeras corridas tras la alternativa que tomó en este mismo escenario hace apenas unas semanas.
La sensación que dejó Saldívar a las decenas de paisanos que acudieron a Las Ventas fue buena. Se les notaba contentos a la salida de la plaza; satisfechos de haber visto al hidrocálido dar la cara con entrega. Ojalá que el derrotero de la feria siga por ese camino, y que los toreros mexicanos aprovechen esta histórica oportunidad para que no sólo sea memorable en el papel, sino también en el ruedo.