El decepcionante juego de los toros de Fernando de la Mora dio al traste con las ilusiones de los toreros, y la reaparición de la prestigiosa ganadería queretana –tras seis años de veto en La México–, representó una dura prueba para la terna en un festejo donde cada uno de los alternantes sacó la raza a su manera, en una encomiable actitud de cara al público.
La noticia lamentable de la tarde fue la cornada sufrida por Juan Pablo Sánchez en las primeras series de su faena al tercer toro, que se le vino al cuerpo y le dio un seco pitonazo en el muslo izquierdo.
El dramatismo del momento calentó a la gente, pues el hidrocálido se sintió calado desde el primer instante y comenzó a sangrar hasta la zapatilla. Con muchos arrestos volvió a la cara del toro para robarle un par de series más, y cojeando de manera dolorosa, casi sin poder apoyar la pierna, vivió este bautizo de sangre.
Pero eso no fue impedimento para que se perfilara con decisión para entrar a matar, lo que hizo como una exhalación, y con tan mala fortuna que se fue en banda y el toro volvió a empitonarlo peligrosamente por el vientre, a la altura del costado derecho, y así lo trajo unos angustiantes segundos colgado del cuerno, mientras las cuadrillas, y el propio Juli, intentaban zafarlo de aquel dramático trance.
El alarido del público fue desgarrador y se pensaba lo peor cuando Juan Pablo consiguió liberarse del pitón, siendo trasladado con alarma hacia la enfermería, cobijado por elocuentes gritos de "¡torero, torero!" Fue una pena porque se fue inédito y había mucha expectación y ganas de verlo tras la tarde de su confirmación de alternativa del pasado 20 de noviembre, en la que deslumbró por el temple en sus muletazos de 24 kilates.
Aquella escena se tradujo en uno de los instantes más emocionantes de una tarde aciaga en la que brillaron El Juli y Zotoluco en sendas faenas, mismas que no pudieron rematar con la espada, dejando escapar dos orejas el madrileño, y una el paisano.
La de El Juli fue una impresionante demostración de raza, porque el segundo fue un toro muy complicado que no regalaba una sola embestida. Y Julián le plantó cara con una hombría y un valor espartano, en un trasteo que tuvo mucho contenido, fibra, aguante y sello.
Los pitones del toro de Fernando de la Mora acariciaron el bordado de la taleguilla de El Juli en varias ocasiones, y a falta de bravura del toro se impuso la bravura del torero, que estuvo hecho un tío, desafiante y recio, con una seguridad pasmosa y un sitio de privilegio.
No muchos toreros le hubiesen pegado pases a este toro, me queda claro. Y gracias a que Julián toreó con esa autoridad, terminó imponiendo su ley, la de maestro del toreo que conoce todos los resortes de la lidia, así como el comportamiento y las reacciones de toros como éste, con el que siempre tiró la moneda al aire y se jugó la voltereta sin miramientos.
Lo malo fue que, teniendo ya en la espuerta dos valiosas orejas, se dio a pinchar con esta tranquillo que tiene y que al parecer no le da el mismo resultado con el toro mexicano, pues se perfila con la punta de la espada hacia arriba y en el instante del embroque da un pequeño brinco, saliéndose de la suerte, que obliga a señalar pinchazos demasiado traseros.
A pesar de la contraridad que le provocó estar errático con el acero, El Juli salió a agradecer, montera en mano, una ovación unánime, con sabor a triunfo, de un público que reconoce su jerarquía.
Las otras dos faenas de El Juli fueron similares, pero ante toros que no tuvieron la transmisión de ese primero de su lote, así que la emoción ya no fue igual. De cualquier manera, dejó en claro por qué sigue siendo una figura de época.
Zotoluco estuvo entregado con el primero, quizá el único toro potable del encierro, un ejemplar de bonita lámina, cárdeno claro, que sin ser nada del otro mundo, y hasta cierto punto exigente, le permitió una faena maciza que fue de menos a más.
Eulalio eligió los terrenos más indicados, que fue sobre las rayas del tercio, a la izquierda de la puerta de toriles, para hilvanar muletazos templados y largos, en los que aguantó los embates del viento y las miradas del toro, con un público que acabó reconociendo su esfuerzo. Y lo mismo que le ocurrió al Juli, le pasó a Lalo: esa espada sin puntería que emborronó su labor.
Tardó Zotoluco en dar muerte al toro de Juan Pablo, infringiendo el reglamento, quizá sin proponérselo, en virtud de que el toro no llevaba ni un pinchazo y, al no estar herido de muerte, no debía haber utilizado el estoque de descabellar sino la espada, de acuerdo a lo que está previsto en la ordenanza.
Faltó que se lo recordara el inspector de callejón, pues se supone que está para eso. Desde luego que Eulalio terminó dándose cuenta al fallar en un par de ocasiones con la espada de cruceta, y comprobar que el de Fernando de la Mora estaba entero y pegaba arreones complicando la suerte del descabello. Así que optó por coger la espada para quitárselo de encima con decoro.
El cuarto fue un toro deslucido, que embstía con la cara alta y sin emplearse, así con Zotoluco, después de porfiar, se vio obligado a cortar por lo sano. Otro tanto le ocurrió al Juli con los toros corridos en quinto y sexto lugares, que no ofrecieron ninguna prestación para el lucimiento.
La tarde dejó varias lecturas al aficionado y también a los profesionales, sobre todo en lo tocante al juego de los toros de Fernando de la Mora, uno de los ganaderos más exitosos de la actualidad, lo que viene a recordarnos que la crianza del toro de lidia es una ciencia genética tan misteriosa como inexacta, en la que dos más dos casi nunca suman cuatro.