Una oreja cortaron los españoles Uceda Leal y Miguel Abellán en la última corrida de la feria de Cali. Fueron los únicos toreros que encontraron ligera colaboración del muy bien presentado encierro de Puerta de Hierro pero que adoleció de casta.
Pero más allá de la labor de los triunfantes, la noche con la que culminó la feria tuvo un capítulo intenso. Lo protagonizó el mexicano Arturo Saldívar ante el toro más mansurrón y peligroso, el quinto de lidia ordinaria.
Con ese no había ninguna opción. El sentido común indicaba que lo justo, y lo sensato ante ese toro que se refugió pronto en tablas, que se rehusaba a embestir, y que solo se movía por arreones traicioneros, cuando quería tomar al torero desprevenido.
Pero el sentido común de Saldívar es otro. El suyo es el de alguien que quiere ser torero, y que el sinónimo de esa palabra no es más que jugarse la vida, sin importar lo que salga por la puerta de toriles.
El mexicano se puso en el sitio señalado solo para quienes tienen sobredosis de valor. De valor verdadero, no de ese arrojo de alardes y desplantes. En ese sitio Saldívar intentó triunfar. No había manera. Pero por lo menos pudo dejar muestras de su capacidad. Las bernadinas de cierre fueron emotivas, y encogieron los corazones. Como la forma de entrar a matar dándole todas las ventajas al manso, entrando por las tablas pese a que no había más de dos metros entre la barrera y el amenazante pitón izquierdo.
Hubo pocos, sensatos y finos catadores, que pidieron la oreja. Pero se trofeo solo pudo llegar a las manos de Uceda Leal y Miguel Abellán. Uceda dejó muestras de su clase con el primero, mientras duraron sus embestidas. Los muletazos que instrumentó tuvieron estética.
Miguel Abellán se enfrentó a un castaño rabioso, que embestía con genio, y que propuso una intensa batalla. "Este tiene entrega" gritaron desde el tendido. Y Abellán se fajó en una labor que tuvo eso, entrega, aunque las suertes no fueran del todo limpias, pero sí muy emocionantes.
El colombiano Santiago Naranjo, en una faena con altibajos, donde hubo series templadas en redondo, pero en la que también hubo desarmes y enganchones, pudo cortar un trofeo. Pero la espada no consiguió sus resultados y todo se quedó en una ovación.
Paco Perlaza se llevó el toro más infame. Manso y cobardón. El torero solo pudo tirar de actitud para sacar agua de un pozo sin fondo. No había manera. Y Paco se la pasó persiguiendo al toro que lo único que quería era que le abrieran la puerta del desolladero.
Otro de los "regalitos" de la noche fue el de Iván Fandiño. Se movió sin clase, sin fijeza, y cuando se sentía derrotaba buscaba huir. El vasco también puso verdad y entrega, que al igual que Saldívar, también conmovieron. Pero su espada esta vez no encontró el hoyo de las agujas.
Fue el final de una feria de muchos altibajos. Y la mansedumbre de los toros de Puerta de Hierro precipitaron fuertes voces en contra de quienes manejan los destinos de la que fue, hace mucho tiempo, la mejor feria de América, precisamente el ganadero titular. Esas voces buscan un cambio. El 2012 dirá si lo habrá o la feria seguirá con mucho cemento en los tendidos, y pocas emociones en el ruedo.