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Desde el barrio: Fatiga de materiales

Martes, 08 Sep 2015    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
El escalafón de matadores de toros español está desgastado. Sobre todo por arriba, en esa zona VIP de nombres privilegiados que, con méritos muy desiguales, copan la inmensa mayoría de los puestos de las ferias más importantes de la temporada.
Y han sido las Corridas Generales de Bilbao, el determinante test de resistencia y calidad de la temporada a finales de verano, las que han evidenciado el problema con palmaria claridad, más allá de las lecturas condicionadas.

De hecho, el sagaz Barquerito ya escribía en el previo de la feria que más del ochenta por ciento de los huecos en los carteles de la Aste Nagusia bilbaína estaban ocupados por toreros con al menos diez años de alternativa, lo que supone una situación tan peligrosa como insólita, sobre todo mirando hacia otras épocas del toreo, en las que la renovación de figuras era constante, imparable e indiscriminada. Cuando estar siete u ocho años en lo más alto era ya toda una hazaña.

En cambio, en lo que llevamos de siglo XXI el escalafón de figuras permanece estancado y emite ya los típicos olores de la descomposición. Desde la llegada de las últimas incorporaciones que se fueron consolidando a lo largo de la década inicial -Manzanares, Perera, Castella y, posteriormente, Alejandro Talavante- no ha habido apenas nuevos nombres con que refrescar las repetitivas combinaciones de cada feria, que se suceden año tras año como una monótona y cansina letanía.

Pero lo peor del caso no es tanto la ya dilatada permanencia de tantos y tan veteranos toreros en las ferias, sino lo que supone ese perjudicial estancamiento, esa artificial comodidad en la que varios se han instalado con intención de perpetuarse, porque no les exige hacer más esfuerzos que los imprescindibles de una larga temporada, mientras rehuyen la competencia en carteles cerrados y vetados a nuevos aspirantes.

El motivo de tanta endogamia conservadora no es otro que el temor de las figuras a no llenar las plazas en estos tiempos de crisis, por lo que intentan a toda costa agruparse de tres en tres para justificar en taquilla lo que ya no son capaces de provocar por sí mismos de forma individual, perdido su tirón popular a golpe de años y años en el pódium.

Claro está que todo esto sucede con la resignada complacencia del ciego sistema empresarial que domina la situación, por mucho que algunos toreros sigan cobrando al nivel de lo que ya no llegan a generar. Pero, al margen del reducido grupo de primeras figuras, las grandes empresas se han encargado de tener a mano otra abundante lista de toreros para utilizar como relleno de ferias, y como tapón a las novedades, que suman puestos y más puestos simplemente por su condición de complementos baratos y nada problemáticos, o de generadores masivos de comisiones con que compensar los abultados cachés a pagar a unos pocos.

Pero esta contraproducente situación, dilatada tan artificialmente contra la eterna ley del toreo, no puede sostenerse mucho más. La feria de Bilbao, apuntábamos antes, ha revelado, como se dice en la construcción, una acusada fatiga de los materiales del entramado, que se manifestó tanto en las ya insuficientes prestaciones de los veteranos ante toros de excelentes condiciones como en el escaso tirón popular de la mayoría de esos toreros "útiles".

Confiar y abusar un par de años más en y de unos pilares tan usados puede poner en peligro la estabilidad de todo el edificio, que ya muestra las primeras grietas que amenazan con el derrumbe. Ahora más que nunca se necesita con urgencia una profunda renovación del escalafón, que pasa por dar sitio y, sobre todo, difusión mediática a los nuevos toreros con verdadera proyección y a esos diestros consolidados, pero que llevan mucho tiempo maltratados y fuera del circuito de ferias, que están haciendo méritos para tomar el relevo.

La apertura de los carteles, salpicando los nombres de estos dos tipos de toreros junto a los de las figuras, para que así el gran público los vaya conociendo, se plantea como la medida más factible e inmediata para generar una transición tranquila, sin sobresaltos ni cambios bruscos que provoquen inestabilidad.

Es más, las propias figuras deben ser conscientes de que esa alternancia, por mucho que les remueva el cómodo sillón donde están instalados, retrasará un tanto su ya visible desgaste y atraerá de nuevo a ese público al que ellos mismos han ido provocando un largo cansancio.

Hay que abrir la ventana de una vez para limpiar el ambiente. Hay que volver a crear ilusiones, dar paso a toreros que rompan la cansina rutina de las ferias. Hay que promover a los que se arriman y cortan orejas y cuidar a los que apuntan calidad, para que haya de todo en el surtido. Y hay que dejar algún hueco, para que no se aburran, para que no se desesperen, a esa gran generación de novilleros que no se debe malograr. Hay que rehabilitar entero el viejo edificio del toreo.


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