La fiesta de toros suele reclutar a sus favoritos por dinastías, tan poderoso el lazo taurino como el familiar. En España las hubo desde el siglo XVIII –los Romero de Ronda en primerísimo lugar--, y son habituales a partir del XIX: Manolete, hijo de torero y herido de muerte en Linares por “Islero” de Miura (28.08.47), tiene el antecedente de quien fuera, en 1862, la primera víctima mortal de un burel con la famosa divisa andaluza, su tío abuelo José Rodríguez “Pepete”.
Y en la lista de las dinastías toreras sobresalen entre muchas otras los Lagartijos, Gallos, Bombas, Bienvenidas, Lalandas, Litris, Vázquez y Martín-Vázquez, Ordóñez, Chicuelos, y más contemporáneamente los Aparicios, Espartacos, Caminos, Capeas y Manzanares, por hablar sólo de España. Y caben también generaciones de picadores, banderilleros, ganaderos e incluso puntilleros, empresarios y apoderados taurinos. Si alguna vez llamó la atención que jóvenes con su economía tempranamente resuelta optaran por la azarosa profesión, este tópico ha terminado por desecharse: no es el ansia de dinero sino el veneno del toro lo que define la intensidad de la afición. En España, en México o en Venezuela, el país de los hermanos Girón, otra saga famosa.
Dinastías toreras de México
Como tierra que abrazó desde cinco siglos atrás el amor por la tauromaquia en sus diversas expresiones (incluso la muy nacional del jaripeo), México tampoco ha dejado reproducir el referido fenómeno, de modo que en las próximas semanas, esta columna irá combinando con temáticas de actualidad los vericuetos de esa jugosa historia, confirmatoria de la pasión del mexicano por los toros, y del extraño embrujo que el ambiente taurino es capaz de ejercer sobre corazones las mentes y adolescentes, independientemente de los misteriosos influjos genéticos que puedan determinar las vocaciones toreras.
Hoy hablaremos de una dinastía que el tiempo ha ido borrando, sin afectar por ello su legítima importancia. La inició un joven de buena cuna, nacido en el barrio capitalino de Nonoalco el 21 de junio de 1890, de nombre Luis Freg Castro, cuyo ardor por el cercano bufido de las reses pudo más que cualquier llamado familiar a la prudencia sedentaria. Tanto que está considerado uno de los diestros más valerosos que hayan existido jamás.
Don Valor
A Freg, que toreaba bien de capa y muleta, banderilleaba con decoro y sabía dirigir la lidia con atingencia, le perjudicó cierta torpeza de reacciones, ligada a algún exceso de corpulencia. En cambio, como estoqueador no tuvo rival. Recibió la alternativa de manos de Lagartijillo Chico (El Toreo, 23.10.10, con Piedras Negras) y se la confirmó en Madrid Mazzantinito con toros de Olea (24.09.11). Y aunque disfrutó de buen cartel en México, fue en España donde cubrió la mayor parte de su trayectoria profesional. Y los públicos de allá, no pudiendo consagrarlo figura debido a sus evidentes limitaciones artísticas, tributaron en cambio un reconocimiento largo y sentido hacia su conducta casi heroica ante los terribles bureles de entonces –calculemos, además, lo que tendría que despachar un diestro obligado a vérselas con lo más duro y cornalón del campo bravo español del primer tercio del siglo XX. Por eso, y por su irreprochable, ejemplar uso de la espada, cronistas y aficionados lo llamaban indistintamente Don Valor o El Rey del Acero.
Más cornadas da el toro
En su dilatada vida profesional, aquel hombre de apellido germano fue herido 54 veces por los astados, récord absoluto en la historia del toreo, por encima de las cifras, también impresionantes, de El Espartero en el siglo XIX y Diego Puerta en el XX. De hecho, en varias ocasiones estuvo al borde de la muerte –uno de San Nicolás Peralta, en marzo de 1922, le seccionó la femoral izquierda en El Toreo, y años después, en Barcelona (11.08.29), un Palha le provocó idéntica lesión vascular en el otro muslo. Esa tarde catalana, por quinta o sexta ocasión en su dramática trayectoria, le fueron administrados los santos óleos.
Muerte de un gran estoqueador
La absoluta pureza y verdad de sus estocadas no pocas veces terminaba en el quirófano, como ocurriera en Madrid en marzo de 1921 y septiembre de 1923, en ambos casos por heridas de tórax de pronóstico muy grave (allí mismo, el 25 de mayo de 1924, cuajó lo que se juzgó la estocada recibiendo más perfecta vista en el coso de la Carretera de Aragón, y con su traje de pasamanería y la oreja de aquel galán de Aleas dio tres aclamadas vueltas al ruedo). Circulaba la conseja de que era inmune al dolor –umbral alto, dirían los médicos. El rumor se sustentaba en evidencias como la de su presentación en Sevilla: paseado en hombros tras triunfal actuación, suplicó a los que lo cargaban que pasaran por la enfermería, pues percibía cierta humedad caliente en el costado: en realidad, llevaba una cornada penetrante de vientre que el último de Gamero Cívico le causó entrando a matar (06.06.12).
Irónicamente, su trágica muerte ocurrió lejos de las arenas que tantas veces empapó con su sangre. Fue durante una excursión a la laguna del Carmen, en Campeche y se atribuye al ataque de un tiburón cuando, poderoso nadador como era, intentaba salvar a otros turistas que viajaban con él en un lanchón que el crecido oleaje hizo naufragar (12.11.34).
Salvador Freg
Su hermano Salvador fue también matador de toros, aunque de más breve y oscura ejecutoria. Luego de varios años de actuar como novillero en México y en España, Luis lo doctoraría al cederle el toro “Orejón” de Andrés Sánchez, en su querida Barcelona (12.06.21). Había sido novillero más tiempo del que duraría como matador.
Miguel y Alfredo
A todo esto, los Freg ya habían perdido un miembro en las astas de los toros: fue Miguel, muerto en Madrid con apenas 17 años, cuando le seccionó la yugular el novillo “Saltador”, de Contreras, mientras el muchacho de Nonoalco le hundía certeramente la espada (12.07.14). Fiel a su estirpe, Miguel Freg Castro, que al contrario de Luis apuntaba al toreo de clase, ingresó por su propio pie a la enfermería. Antes de media hora, los médicos de plaza certificaban su defunción. Esa tarde, en la cuadrilla de Miguel figuraba como banderillero otro miembro de la familia, Alfredo, que seguiría ejerciendo como subalterno durante más de tres décadas. Era el hermano mayor y le decían “El Licenciado” porque cursó la carrera de derecho antes de dedicarse al toro.
La fregolina
El hermoso quite capote a la espalda cuyo nombre remite al apellido Freg fue creación de Ricardo Romero Freg, sobrino de los referidos y un artista fino aunque de escaso corazón, que optó por el retiro a poco de recibir la alternativa, en febrero del 27, en El Toreo y de manos de Luis Fuentes Bejarano. La fregolina sería una suerte de culto dentro del repertorio con la capa del gran Silverio Pérez, y ha tenido varios ejecutantes notables en México –Velázquez, Rafael Rodríguez, José Huerta, Morenito…-- y ninguno en España, donde es confundida a menudo con lances de belleza y calidad muy inferiores.
Y Adame existe…
Mientras una bandada de toreros con méritos muy inferiores suman fechas en Europa, Joselito Adame tiene que conformarse con mirar y, algunas veces, pocas, vestir el terno. Como el viernes en Daimiel, que tiene una plaza varias veces centenaria, de las más antiguas de España, pero sin pasar de ser un coso de tercer orden.
Naturalmente cortó orejas –las dos del 6º de Virgen María, ganadería francesa--, lo mismo que sus alternantes Curro Díaz (2) y Luis Miguel Vázquez (3). Los tres salieron en hombros, aunque, independientemente de la valía y solidez de sus faenas, poca gloria, cartel y cotización habrán agregado a sus respectivos nombres.
Por cierto, se dio a conocer la cartelería de la feria de Otoño en Madrid y no figura en ella ningún mexicano.