Desde el barrio: La persecución
Martes, 04 Ago 2015
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
La veda está abierta. Estos nuevos políticos, que se dicen pero no son, de izquierdas y los pijos radicales que se disfrazan de "transversales" han dado carta blanca a todo aquel concejalillo o activista pagado que quiera atacar la fiesta de los toros en España. Y ha sido este mismo verano cuando ha comenzado la persecución, un acoso que, sin reacciones contundentes, nadie sabe aún adonde nos puede llevar a parar.
Recién llegados a los ayuntamientos y gobernando de carambola sin votos suficientes para avalar sus vengativas políticas, estos nuevos caciques de coleta y camisa de cuadros, mezclados con blogueras que mean de pie en mitad de la calle, han inaugurado sus legislaturas con la obsesiva intención de cargarse los toros allí donde asome la sombra de un pitón.
Por pura demagogia, igual que retiran bustos y cambian banderas, o que desentierran un "guerracivilismo" oxidado que el país ya hace mucho tiempo que superó, andan todos empeñados, como quienes se la enseñan a ver quién la tiene más grande, en dar el mayor golpe de efecto posible a costa de las corridas de toros o de los festejos de calle.
No saben aún de qué va esa vaina de la gestión municipal pero, antes de meterse en harina y de mostrar si son capaces o no de resolver los verdaderos problemas de la gente, han encontrado en esas cantadas, pero que no son tales, "subvenciones" a las corridas la coartada perfecta para hacer como que hacen hasta que llegue su otoñal hora de la verdad.
En su irreverente desembarco municipal no han tenido a mano nada mejor, de momento, que los presupuestos de las patronales fiestas veraniegas para hacer demagogia. Y le hacen un brindis al sol diciendo que el dinero de los toros, como si fuera la administración quien mantuviera el espectáculo y no hubiera en toda España miles de sumideros para el derroche y la corrupción, se va a reconducir a esas recurrentes políticas sociales con que salvapatrias de todo signo se ponen medallas a costa de las miserias de la gente.
Día tras día de éste tórrido verano español estamos teniendo noticias de ayuntamientos en los que los dos o tres "progres" de turno fuerzan un absurdo pero mediático pleno para que la corporación se pronuncie en contra de la tauromaquia, en todas su versiones, por mucho que ni entiendan ni sepan de sus cientos de matices formales y hasta locales.
Y mientras en unos sitios fracasan –allá donde el toreo tiene más arraigo– en otros triunfan. Y hasta llegan a declarar antitaurinas localidades donde no existe memoria de que se haya celebrado en la puta vida ni una capea ratonera. Pero la demagogia crea moda, apoyada en la rutina estival de unos medios de comunicación vacíos de contenido y que se agarran a la corriente de turno como el tonto a la linde. De tal forma que lo peor de la situación no serán tanto sus negativos, pero esperemos que reversibles, efectos inmediatos como la forzada corriente de opinión que se extenderá más allá de los hechos.
En morganática y bastarda alianza con un PSOE que traiciona a miles de votantes taurinos y se traiciona de paso a sí mismo y a su historia, todos estos hijos de papá camuflados de rojos, estos nuevos revisionistas de la historia que, como dice mi amigo De los Reyes, se han quedado en el capítulo 1 de "Cuéntame", están metiendo a los aficionados a los toros en la manga de una dañina estigmatización.
Porque cada soflama antitaurina de estos sí que subvencionados yihadistas del animalismo viene envuelta en el rancio y apestoso papel de estraza del tópico antifranquista; del recurrente, caduco y barato discurso de la España negra con el que, sumado a la conquista económica y moral del imperialismo anglosajón, se identifica el rito milenario del toro bravo con la incultura y la incivilización.
Nos comparan y equiparan estos fundamentalistas con los maltratadores, con los tratantes de blancas, con asesinos sicóticos; histéricos y fanáticos, nos insultan y nos escupen a la cara ante las puertas de las plazas de toros, como las beatas y los curas preconciliares hace unos años a quienes entraban a ver "Jesucristo Superestar" o "La última tentación de Cristo"; y nos agreden con suficiencia de pedantes perdonavidas en los medios, ya sea en las tertulias de pesebre político o en las de cotilleo mariconil.
Y agachamos mansamente la cerviz, no como el toro bravo que no nació para el yugo, que dijo ese verdadero y valiente rojo que fue Miguel Hernández. Abochornados por los neofascistas de la moral, nadie de entre los de este rebaño que llevan al precipicio nos atrevemos a sacar pecho y a afirmar con orgullo, en voz y cabeza alta, nuestra afición y nuestra distinción cultural, tan ajena al ocio controlado y programado y a ese electrónico aislamiento social que ha provocado tanta estulticia.
No queremos darles la razón, ni darles motivos y excusas violentos para el linchamiento que, visto lo visto, no tardará en llegar. Y nos callamos, pasamos de largo y les miramos de reojo mientras que no nos insultan a nosotros sino a nuestros propios padres y a nuestros abuelos, que un día nos llevaron a los toros de la mano para educarnos, pacíficamente, maravillosamente, cultamente en el sublime simbolismo del toreo.
Mal vistos, agredidos, apestados, repudiados y quién sabe si dentro de poco perseguidos, los aficionados a los toros parecemos ya judíos segregados por los nazis, en una campaña antitaurina que crece y crece al galope entre una sociedad borreguil que se alarma más por la muerte de un león en África que por la de cientos de miles de niños del mismo entorno.
Quizá vaya siendo hora de que reaccionemos de una puñetera vez, antes de que los libros de toros ardan en las piras de las plazas mayores, de que esa meona que se dice "roja" cumpla sus amenazas de bomba y de que estos hitlerianos del gato capado y el perrito meón nos lleven a nuestra particular "noche de los cristales rotos".
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