Desde el barrio: Madrid, un domingo cualquiera
Martes, 14 Abr 2015
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Pasados ya los ecos del espejismo fandiñista y del interesante cartel de Resurrección, la plaza de Las Ventas volvió a la normalidad. Es decir, al abandono. El deprimente festejo del pasado 12 de abril fue, como sucede desde hace ya unos años, el típico de un domingo cualquiera en la plaza de toros de Madrid, la que aún se dice primera del mundo.
Para la ocasión se anunciaba una novillada con tres toreros prácticamente desconocidos, lo que, en principio, no quiere decir que no tengan derecho a actuar en el ruedo de la capital. Sólo que, indagando en el programa de mano sus datos y referencias, las fechas de su nacimiento aportaban ya un dato muy "inquietante": 31 años de edad, los del madrileño Daniel Ruedas; 25, los del pucelano Jorge Escudero; y 27, los del manchego Antonio Linares.
Aunque en estos casos los taurinos siempre acabemos recurriendo al manido tópico de la avanzada edad con que se reveló Domingo Ortega a finales de la década de los veinte, esta cuestión de la "madurez" de la terna anunciada no dejaba de ser cuando menos sorprendente, por ponernos eufemísticos.
Pero lo peor del asunto es que Ruedas se presentaba en Madrid, "tras un largo periodo de tiempo sin torear", como afirmaba el programa, desde su debut con picadores en 2006. Y que Escudero llegaba con un solo paseíllo, también en Las Ventas, en la temporada pasada, mientras que Linares, el único con cierto bagaje, al menos sumó en 2015 un total de 16 actuaciones como aval para el que también era su debut.
El resultado de la novillada, ante una auténtica corrida de toros de Sánchez Herrero, fue poco más o menos que el esperado: Ruedas acusó, pese a su voluntad, tanto tiempo de inactividad en el oficio; Escudero, por el mismo motivo, apenas pudo dejar detalles de su atisbada calidad; y a Linares se le notó suficientemente puesto para, con menos apuros, cortar una oreja de escaso valor sólo ameritada por una buena estocada… y por la petición de los varios cientos de paisanos que desplazó desde Tomelloso.
Pero, aparte de los vecinos del mítico Plinio, aquel astuto policía local de las novelas de García Pavón, en los tendidos estaban más o menos los de siempre: los guiris recolocados en las entradas caras de sombra y los 300 o 400 parroquianos habituales, aunque ya sin el famoso Fausto del tendido siete, fallecido unos días antes. Es decir unas 2 mil 500 personas, lo que supone, compañeros cronistas, no un cuarto sino un décimo de entrada en una plaza que afora casi 24 mil localidades.
En ese inmenso vacío habitual, con una terna sin bagaje ni rodaje, un lote de novillos desproporcionado y una mayoría de cuadrillas de dudosa profesionalidad –pero cantadas con cursis loas en las inanes reseñas digitales– Las Ventas volvió a celebrar, un domingo más, un espectáculo vacío y de mínimo interés para el gran público.
A la espera del cíclico negocio isidril, y por obligación de un pliego sin criterio que sólo entiende de números y no de calidad, tan triste novillada fue simplemente otro más de los eventos intrascendentes y cerrados en sí mismos que se vienen celebrando al albur de la ceguera de empresa y políticos, de recomendaciones y juegos de despacho que se ciscan no ya en la categoría y la historia de la plaza sino en el propio futuro de la Fiesta.
Pero, con todo el respeto a la terna de actuantes, y a su desesperado y muy improbable intento de remontar su infructuosa carrera jugando una tarde a la ruleta rusa, no están los tiempos como para convertir la plaza de Las Ventas en un escenario de castings para la repesca de vocaciones vencidas.
En una época en la que, afortunadamente, han surgido una docena larga de novilleros con verdadero interés y proyección, pero a los que, como se ha visto en las primeras ferias de este año, el desnortado sistema empresarial cierra estúpidamente el paso, la plaza de Madrid debería ser, como lo fue hasta finales del siglo XX, una lanzadera de nuevos nombres para la fama.
Ya son dos años en los que Taurodelta ha dejado pasar la ocasión de hacer del mes de abril en Las Ventas un gran escaparate para tantos y tan buenos aspirantes. Bastaría para ello con contratar cuatro o cinco novilladas con verdaderas posibilidades de embestir y combinar en los carteles, con buen gusto y un mínimo de interés, a esa flor y nata de los novilleros cuyos nombres es capaz de repetir cualquier aficionado que siga mínimamente las temporadas.
Sólo con eso, con verdadera voluntad y un poco de trabajo –sólo un poco, no se alarmen– les daría para hacerle un gran favor a la Fiesta, a la plaza de Madrid y, de paso, a su propio negocio de cara al futuro más inmediato, ahora tan negro y vacío como estas irresponsables novilladas de un domingo cualquiera en una plaza abandonada a su mala suerte.
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