Desde el barrio: Aficionado, actividad de riesgo
Martes, 03 Feb 2015
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
La violencia animalista sigue creciendo sin que nadie haga nada para detenerla. Salvo en Francia, donde el Observatorio de las Culturas Taurinas consiguió del gobierno una ley que aleja los actos abolicionistas de las plazas de toros y de otros centros de actividad, los antitaurinos españoles tienen carta blanca para continuar con sus actividades paraterroristas.
El último caso de estas agresiones a ciudadanos pacíficos se ha vivido el pasado fin de semana en la Cataluña de la prohibición, a propósito del Congreso de la Unión de Taurinos y Aficionados (UTYAC) celebrado en Hospitalet de Llobregat, adonde los "soldados" del animalismo acudieron a ejercer sus "derechos".
El presidente de la entidad taurina catalana ha enviado un comunicado en el que denuncia "intimidaciones, insultos, amenazas e intentos de agresión" por parte de estos "concienciados" ciudadanos defensores de los animales a las más de doscientas personas que cada día abarrotaron el centro cultural barcelonés para cumplir con esa antigua costumbre, y ahora tan peligrosa, que es hablar y oír hablar de toros.
Es lo que tiene la dictadura de la corrección política, esa tendencia social del siglo XXI que, en manos de mentes retorcidas y de gentes acomplejadas, está sembrando de prohibiciones y vetos hasta los más mínimos detalles de la vida diaria de los españoles en pos, nos dicen, del ideal de una sociedad aparentemente más civilizada.
Tanto es así que en Cataluña no sólo se ha impedido por ley que se celebren festejos taurinos sino que se pretende, visto lo visto, que tampoco se pueda hablar sobre ello de una manera sosegada ante un auditorio de gentes que ni gritan ni agreden, y que en nada afectan a la libertad de los demás practicando su derecho a expresarse.
Y es así como en esta escalada de violencia hitleriana contra la tauromaquia la vocación del aficionado se ha convertido en una actividad de riesgo, en la que sólo por acudir a una conferencia taurina uno puede salir con un brazo roto, como sucedió hace un par de meses en el CEU de Madrid, cuando no insultado, escupido o agredido verbal y físicamente por los yihadistas de la religión animalista.
Pero nadie por ahora ha intentado desde dentro poner pie en pared para evitarlo. Mientras la policía más bien parece proteger a los violentos frente a la, de momento, pacífica respuesta de los taurinos a tanta provocación, ninguna asociación profesional, y lo que es peor, ni tampoco de aficionados ha movido un solo dedo para conseguir lo que ya han logrado los ejemplares aficionados de Francia: hacerse respetar.
Perdidas las entidades profesionales en su propio vacío de ideas y de recursos, y acarajotadas las de aficionados en su ombliguismo de bodas y banquetes con flamenquito hortera, la casa sigue sin barrer. Y en esa inoperancia, en esa desidia borreguil que empapa a toda la sociedad actual, parece que sólo un grave desenlace en cualquiera de estas acciones de la milicia antitaurina será lo que haga reaccionar por fin a unos políticos que sólo se mueven a impulsos de impactos mediáticos, como ha sucedido recientemente con la violencia en los campos de fútbol.
Da la impresión de que las autoridades necesitan una sangrienta agresión –que, por el bien de la propia Fiesta, esperemos que suframos los taurinos, y no al revés– para actuar contra estos nazis del perrito cagón y el gato capado que intentan imponer su dudosa moralina y su absurdo pensamiento único antihumanista.
Pero ni incluso entonces, por la desmedida carga de anestesia moral y política inyectada a esta desnortada sociedad, habrá un hashtag de "Je suis aficionado", como dice Andrés Verdeguer, para inundar las redes sociales. Que nadie espere más defensa del toreo y de nuestra libertad de expresión que la que nosotros mismos reivindiquemos y podamos organizar.
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