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Desde el barrio: Torero de (buenos) toreros

Martes, 23 Sep 2014    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Ahora que la prensa taurina hace tabla rasa para no diferenciar calidades, siguiendo esa interesada norma del "to er mundo es güeno", lo "güeno" de verdad es escuchar hablar de toros a los toreros antiguos, como en esa memorable charla con la que Chucho Solórzano deleitó hace unos días en Zacatecas.

Porque, justo cuando los cabecillas del gueto quieren forzar a que al aficionado le quepan en la cabeza incluso los toreros más vulgares y ventajistas, aún saltan voces autorizadas e independientes que ponen un mínimo de orden y de criterio a la hora de jerarquizar el toreo de nuestros días.

Hablamos, por ejemplo, de Curro Romero, al que el compañero Luis Nieto le ha hecho para el Diario de Sevilla una sabrosa entrevista. Desde su retiro dorado del Aljarafe sevillano, ajeno a cualquier interferencia mediática o del taurinismo, habló el maestro de Camas.

Y preguntado por los pocos toreros que le gustan, sacó a relucir, por supuesto, a Morante, del que dijo que "tiene lo que Dios da", que es algo que salta a la vista. Pero, inmediatamente después, como cuando toreaba, Romero sorprende con otro toque de singularidad:

"Y hay uno que me gusta muchísimo, muchísimo, que no tiene el nombre que debía de tener, que es Urdiales, un torero que tiene mucho arte y que es medido con esas corridas duras que le ponen".

Con la misma y elocuente simplicidad con que toreaba, sin necesitar de una sola palabra más, el legendario artista lo dice todo así sobre Diego Urdiales. Y, al mismo tiempo, pone en suerte con un delicado giro dialéctico, tal que con una de sus sutiles medias, al absurdo toro del sistema taurino, que va a dejar este año al magro torero de Arnedo con apenas diez corridas toreadas.
Pero Romero no es el único torero grande que habla maravillas del riojano. Pepe Luis Vázquez hijo se ha declarado ferviente partidario de él, igual que Emilio Muñoz, que siempre tiene bellas palabras para Diego en las retransmisiones de Canal Plus.

Y no olvidemos a la familia Espartaco, que hablan y no paran del soberbio tentadero que el arnedano protagonizó este invierno en su finca. Ni a su contemporáneo Alejandro Talavante, que hace unos meses, con sincera modestia, no tuvo reparo alguno en asegurarle a Iñaki Gabilondo que Urdiales es uno de los compañeros que torea mejor que él.

No parece casualidad, ni efecto siquiera de la simpatía por un "modesto" poco molesto, que referencias taurinas tan destacadas coincidan en señalar las excepcionales cualidades artísticas de un torero inmerso en la zona media/baja de este pervertido escalafón de nuestros días.

Pero sí que es realmente llamativo que sean tres toreros que representan como nadie la más profunda esencia de la torería sevillana –Romero, Vázquez y Muñoz quienes hayan fijado sus ojos de expertos catadores en la figura de un menudo torero nacido, criado y curtido en tierra de buenos vinos pero a más de ochocientos kilómetros al norte de la sombra de la Giralda.

Claro que a nadie que conozca bien la trayectoria de Urdiales debe extrañarle esta abundante cosecha de elogios. Porque, como los grandes vinos de las cepas riojanas, Diego se ha ido madurando en su propia y aislada barrica de roble americano hasta darle a su toreo este sabor de gran reserva con que está enamorando a los mejores "someliers".

Desde el ostracismo de sus primeros años, cuando alternaba las duras jornadas laborales brocha en mano con las sesiones casi nocturnas de entrenamiento, después de tantos años haciendo suyo hasta en sueños el tacto de capotes y muletas y el sentido más profundo de su arte, Urdiales se ha convertido en un auténtico virtuoso del toreo.

Y todo ello, junto a los consejos inestimables de Luis Miguel Villalpando, con el mérito añadido de haber sido capaz de desarrollar su deslumbrante y sutil tauromaquia ante toracos sólo propicios para el regate y el tironazo, pero que él ha llegado a torear con la suavidad y la hondura de los elegidos.

Han pasado esos quince años desde su alternativa y Urdiales, con poco más de cien corridas en su haber, se ha definido como referencia para otros muchos compañeros que, como también confiesan, se miran en su espejo para solventar con un mínimo de torería y sentimiento la papeleta de las corridas duras. Pero, aún más, también ha llegado a instalarse en ese grupo de toreros selectos al que sólo se accede con los votos de calidad de los que fueron grandes mucho antes.

Moralmente, el de Arnedo ha alcanzado ya un objetivo que hace tiempo, cuando muchos de los que ahora le halagan le miraban compasivamente de reojo, parecía casi imposible. Y, gracias al boca a boca que genera todo lo que tiene calidad –en un proceso más lento pero más convincente que la publicidad engañosa crecen a cientos los partidarios que han captado su puro y clásico mensaje en esta época de contradictorios y confusos conceptos.

Lo queda, únicamente, un pequeño "detalle" no menos difícil de resolver: que también lo capten unas empresas que hace tiempo perdieron la afición y el gusto, y que ahora andan demasiado cegadas en el mercadeo de toreros de usar y tirar. El problema es que Urdiales sabe muy bien que su toreo, como los buenos vinos de su tierra, no se vende en cartones de tetra-brik ni entra en las ofertas baratas de los supermercados.


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