Desde el barrio: Arranca una confusa temporada
Martes, 04 Mar 2014
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Este próximo fin de semana, en Valencia y Olivenza, arranca por fin la gran temporada europea. Después de los aperitivos fríos de Ajalvir y Valdemorillo, empiezan a servirse ya los primeros platos de un menú taurino que en 2014 se prevé peligrosamente confuso tras un invierno caótico en las cocinas.
Con una caída notable de comensales, con los precios de la carta por las nubes y con unas materia primas –toros y toreros- infravaloradas en el mercado, cada cocinero, cada pinche y hasta cada camarero busca personalmente la salida de la crisis en una desesperada huida hacia delante, y pisando cabezas si es necesario.
Por si fuera poco, en plena orgía de desesperados, los críticos culinarios avivan el fuego de la confusión con las más disparatadas, peregrinas, negativas y reaccionarias teorías sobre las convulsiones que está sufriendo un espectáculo sometido a una forzosa, pero a medio plazo positiva, reconversión.
En todo este invierno de bizantinos debates sin norte y sin conclusiones, en que cada una de las viejas convicciones están siendo puestas en duda por su desfase con la realidad social y económica del país aunque sin que brote aún ni una sola solución, la única buena noticia que ha recibido el mundo del toro ha sido el nuevo estatus legislativo en favor de la Fiesta, votado el pasado otoño por el Parlamento español.
Pero, a fuerza de ser realistas y cautos, no conviene aún lanzar demasiados cohetes hasta no ver como va desarrollando esa pretendida protección un gobierno que ya ha hecho demasiados brindis al sol y que, como dejó caer el propio ministro de Cultura, no está dispuesto a poner un solo euro encima de la mesa para sacar adelante su cacareado proyecto PENTAURO.
No les pidamos, pues, demasiado, pero un buen detalle de su parte, el que le daría cierta credibilidad a estos tan “taurinos” gobernantes actuales, sería de momento que los toros se incluyeran entre los sectores favorecidos por la anunciada, aunque sin fecha, bajada del IVA cultural, al mismo nivel que el cine, el teatro, la danza… Porque esa sí sería una manera directa y efectiva de empezar a reducir los costosos gastos de un espectáculo demasiado cargado fiscal y normativamente.
Porque con un IVA reducido, ajustado a la lógica, podrían calmarse las aguas turbias que, en plena confusión de conceptos y de valores, están conduciendo a límites peligrosos, como la pérdida de respeto a la dignidad profesional o la alarmante situación económica que se vive en el campo bravo.
Más allá del pulso de poder de la Maestranza –cuestión secundaria en cuanto a las verdaderas prioridades del sector– son demasiados, prácticamente todos, los problemas que aún quedan por resolver cuando ya están puestos los manteles de la temporada. E incluso sigue pendiente una problemática artificialmente dilatada por las empresas como es la del convenio colectivo profesional.
Lamentablemente, esa debilidad estructural, esa falta de unidad de criterio y esa disparidad de estrategias, será la que seguirá afectando directamente al desarrollo de la propia temporada y a la calidad del espectáculo. Porque es sobre la arena, que nadie se engañe, donde se refleja directamente la inoperatividad de un sector que tarda ya demasiado en reaccionar frente a tantas amenazas internas y externas. Y entre ellas esa última ocurrencia populachera y barata de Izquierda Unida de rechazar las corridas de toros en su programa para las elecciones al Parlamento Europeo.
Pero entretanto taurinos, aficionados y periodistas siguen cegados en debates absurdos en la prensa y en las redes sociales, desfogándose en peleas de patio de vecindonas provocadas por tontos útiles o mercenarios de pan y agua, unos mirándose vanidosamente las pelusas del ombligo y otros buscando la paja en el ojo ajeno.
Y en una desesperante pérdida de tiempo y de energías, esta absurda maquinaria colectiva de distracción hasta se permite despreciar e infravalorar la inteligencia y el trabajo de las personas que más pueden aportar en esa búsqueda de soluciones urgentes.
Perdemos así el empuje de unas gentes –y aquí incluyo, por derecho propio, al valioso y combativo Juan Medina– sin más intereses que los de defender su pasión al margen de los trapos sucios de la caverna.
Incómodos por inteligentes y por revelar claramente las verdaderas lacras del negocio, y odiados visceralmente por tantos acomplejados a los que resaltan sus carencias, casi todos acaban yéndose aburridos y abochornados, asqueados de tanto plagio descarado y aborreciendo un sistema –y aquí hay que incluir también a los aficionados "oficiales" y famosos– que castiga el talento y premia la mediocridad para seguir manteniendo cerradas las fronteras del gueto.
Sólo así se entiende, por ejemplo, que el nuevo empeño –con mayor o menor acierto– de algunas figuras por actualizar su imagen y llegar así a los sectores ciudadanos que hace tiempo que dejaron de interesarse por la Fiesta sea tomado como una afrenta por las mentalidades más reaccionarias, que siguen confundiendo el culo con las témporas.
Porque, aunque sea indiscutible e innegociable que la Fiesta necesita de la emoción y de la integridad para sostenerse como alternativa en estos tiempos de futilidad e hipocresía generalizada, también lo es que más allá de las tablas el toreo necesita trabajo, mucho trabajo, en distintos campos y siempre un criterio marcado por la inteligencia y la frescura, más allá de los errores puntuales.
Sólo a los necios, y sobre todo a esos pocos que siguen sacando buena tajada de la crisis y la decadencia, les puede interesar que nadie se mueva, que nadie piense, que nada avance. Que todo se quede como está. Y esta estúpida confusión que vive el toreo, este caos de palabrería e insultos con que arranca la temporada del 2014, sigue siendo su mejor arma para conseguirlo.
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