Desde el barrio: Corbacho y México
Martes, 06 Ago 2013
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de este martes
Han pasado ya seis días desde la muerte de Antonio Corbacho, y aún se hace difícil poder resumir con palabras todo lo que este sabio chamán del toreo ha supuesto para la fiesta de nuestros días, en España y en México.
A quien haya conocido más allá de sus disfraces a tan poliédrico personaje, le costará simplificar tantas lecciones de tauromaquia y de vida, impartidas en su aleatoria academia platónica de la calle y el campo, de este castizo anarquista que nunca renunció a su talante de astuto capa de Chamberí.
Todas las aportaciones y reflexiones corbachanas dan, sin duda, para muchísimo más espacio que el de esta columna semanal. Alguien diría, incluso, que para un libro. Pero, estando donde estamos, convendría quedarnos, de momento, en la vertiente mexicana de su paso por el toreo, justo desde que el 8 de enero de 1994 aterrizara por primera vez en suelo azteca acompañando a un imberbe adolescente llamado José Tomás.
Porque Corbacho se enamoró perdidamente de México. Fue allí, en el rancho La Gloria donde, de boca de otro genio como Pepe Chafik, Antonio se imbuyó del concepto de bravura mexicano y aprendió a matizar como pocos esa embestida singular. Obsesivo observador de la sicología del toro, el madrileño encontró en los aires campiranos un nuevo laboratorio de investigaciones para su curiosidad sin límites.
Y es que, como recordaba hace unos días Juan Antonio de Labra en su comentario en este portal, Corbacho coincidía con Manolo Martínez en que el torero ha de "pensar como toro" para conseguir el dominio de su enemigo. Y con ese concepto como base compartida, tampoco es de extrañar que ambos personajes, aparentemente huraños y asociales, acabaran haciendo tan buenas migas.
Fueron muchas las largas noches en las que Corbacho y Martínez se emborracharon hablando de toros, en las que torearon juntos e intercambiaron sus conocimientos en la soledad del campo, en un tiempo en el que sólo el maestro de Monterrey entendió y apostó por un desconocido José Tomás.
Esa sintonía entre dos genios, un figurón del toreo y un banderillero mediano que acabaron sucumbiendo, con siete años de diferencia, a un mismo tipo de cáncer de hígado, acabó tendiendo un teórico cable de unión entre dos tauromaquias que durante años vivían de espaldas una de otra pero que, como repetía Corbacho, no estaban tan alejadas como era de suponer.
Sin apenas dinero –el mentor se quedó sin cenar para poder pagar un taco al pupilo el día antes de su debut en La México– pero imbuidos ambos del acento romántico del toreo azteca, Corbacho y José Tomás se crecieron y se forjaron juntos en aquel exilio mexicano. Y, como tantos españoles desde la posguerra, acabaron encontrando el camino que llevó al aspirante a la cumbre del toreo.
Tras un choque de personalidades fuertes, José Tomás volvió a España para convertirse en leyenda y curarse de una gravísima cornada, pero un fascinado Corbacho se quedó en México a encontrarle salida a sus propias convicciones. Y fue primero Marcial Herce quien hubo de sufrir los duros métodos de este "sargento de hierro" que, como Clint Eastwood con los marines, convertía a niños en hombres, a novilleritos desnortados en toreros cuajados y, a veces, en primeras figuras del toreo.
Y de salto en salto del charco, tras encontrar también en aquellas tierras a una nueva pareja coherente con sus amores por México, el viejo capa de Chamberí halló a la vez a un grupo de ganaderos inquietos que andaban pensando en la necesidad de resucitar la grandeza del toreo mexicano.
Carlos Peralta, Jorge Martínez, Chacho Vázquez, Ramiro Alatorre, Carlos Castañeda y algún socio más vieron en Antonio Corbacho al maestro perfecto para llevar a cabo su proyecto de Tauromex. Y así fue como, no sin gravísimas cornadas como precio, Jerónimo, El Cuate, Ignacio Garibay, El Jalisco o Arturo Macías, entre otros, se convirtieron en los pioneros de un resurgir taurino mexicano que, a caballo entre las fincas salmantinas y gaditanas y los ranchos tlaxcaltecas y queretanos, hoy es más que una realidad.
A aquel proyecto iniciático le siguieron después, ya sin Corbacho, otros similares, como el de Tauromagia Mexicana, que ha concretado con mayor eficacia sus resultados caminando por una senda ya desbrozada de impedimentos y reticencias. Esa misma senda que ya había abierto aquel excéntrico banderillero madrileño que, como su amigo David Silveti, creía que el toreo era uno y verdadero, sin distinción de naciones, colores ni credos taurinos.
Ciudadano del mundo, buhonero del toreo más caro, naturalista de la bravura y filósofo del valor, Antonio Corbacho también dejó para siempre en México su huella imborrable: la esencia ética y estética de un concepto de la tauromaquia y de la vida tal vez fuera de época pero fundamental para sostener la trascendencia del rito. Y es así como hoy su querido México taurino disfruta renacido por sus deslumbrantes efectos.
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